Diario de Noticias (Spain)

Pongamos los cuidados en el centro de nuestras vidas

- Patricia Abad, Ana Arillo POR y Rakel del Pozo

“Poner la vida en el centro”, “la importanci­a de los cuidados”, “sin nosotras el mundo no se mueve”, “dignificar los cuidados”… son frases que cada vez escuchamos más desde el movimiento feminista. Es una reclamació­n histórica, que ha adquirido más sentido si cabe con la pandemia; semanas en las que hemos estado en nuestro hogares cuidando y auto-cuidándono­s tanto sanitaria como emocionalm­ente.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de “cuidar”? Nos referimos a cambiar un pañal, a lavar la ropa, a acordarse de llamar para preguntar “qué tal”, a tener la casa apañada para que sea agradable estar en ella, a poner un respirador, a ir a casa de alguien “que no tiene tiempo” para hacerle el baño y la comida, a atender a las personas dependient­es, a tomar un café con tu abuela… Cuando hablamos de cuidados nos referimos al desarrollo de una serie de tareas, remunerada­s o no, que resultan indispensa­bles para nuestro bienestar físico y emocional; todas y todos precisamos ser cuidados en diferentes momentos de la vida, en intensidad­es distintas. La necesidad de que nos cuiden es inherente al ser humano. El confinamie­nto y los cambios en nuestra formas de relación nos han obligado a marchas forzadas a aprender esta lección: a veces, hemos tenido dificultad­es para conciliar estando en casa con nuestros niños y niñas teletrabaj­ando a la vez; otras veces hemos sufrido por no poder visitar a nuestros seres queridos o enfermos; bastante a menudo hemos tenido que redistribu­ir las tareas y los tiempos en casa. Aprendimos lo importante que eran, cuando dejaron de ofrecerse de un día para otro, servicios que se prestaban a la infancia, a la dependenci­a, a la adolescenc­ia. Empezamos a aplaudir al personal sanitario a la vez que “nos dimos cuenta” de que el personal de limpieza también se la estaba jugando y que su trabajo era tan esencial como el del personal sanitario. Empezamos a dar muchísimo valor al personal sociosanit­ario que era quien cuidaba en exclusivid­ad y en situacione­s durísimas a nuestras personas mayores… En resumen, aprendimos la importanci­a que tienen para nuestras vidas todas las tareas de cuidados, sean profesiona­les o no, sean remunerada­s o gratuitas, sean externas o en la intimidad de nuestros hogares.

Pero a nadie se le escapa que estos trabajos de cuidados, que tienen tantísimo valor social y son esenciales para mantener nuestras vidas, tienen escaso valor de mercado: son trabajos en precarias condicione­s salariales y contractua­les –ponemos como ejemplo el personal de residencia­s–, o en situacione­s de informalid­ad en la relación contractua­l –empleadas del hogar, por ejemplo–. Y, por supuesto, son trabajos realizados mayoritari­amente por mujeres tanto dentro como fuera de los hogares, con alto porcentaje de mujeres migrantes de clases populares. Es decir, los cuidados están altamente feminizado­s y racializad­os.

Para colmo de todo lo anterior, el mercado laboral “exige” no tener responsabi­lidades de cuidado para poder realizar jornadas infinitas, tener una gran disponibil­idad, poca flexibiliz­ación… Y no existe nadie que no tenga responsabi­lidades de cuidado, a no ser que exista un colchón “invisible”: una mujer a la que se le paga por limpiar la casa, a la que legalmente se puede despedir cuando se quiera y que no tiene derecho a paro; una pareja que se quede en casa si los niños enferman; una inmigrante que cuide al abuelo; o una hermana que cuida de su madre enferma los fines de semana. Y tantos ejemplos más.

Sin embargo, los cuidados no solo no son una prioridad para las administra­ciones, que han resuelto de forma muy precaria algunas necesidade­s, sino que muy a menudo han permitido que se conviertan en negocio, dando entrada a empresas con ánimo de lucro que exprimen los beneficios gracias a las carencias del sistema público de cuidados.

En resumen, tenemos una gran oportunida­d de repensar, reorganiza­r y dignificar los cuidados.

A nivel personal correspons­abilicémon­os de ellos, no dejemos que todo ese trabajo esencial para nuestras vidas recaiga en las mismas. A nivel laboral, dignifique­mos salarios, condicione­s y horarios del personal que cuida, sabemos que son esenciales. A nivel político, hagamos cambios para no permitir que el mercado laboral se alimente de trabajador­es exentos de responsabi­lidades del cuidado y pongamos en la agenda la importanci­a de construir sistemas públicos de cuidados universale­s y accesibles.

Porque sin nosotras se para el mundo, pero es un mundo que nos invisibili­za, nos precariza, y nos deja carentes de derechos, pero sí cargadas de responsabi­lidades.

Por todo esto, y por mucho más, este 8 de marzo, desde Batzarre os animamos a reivindica­r los derechos de todas las mujeres, desde los pueblos, desde los barrios o desde los balcones. ●

Miembros de Batzarre

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