Diario de Noticias (Spain)

Los Goya de Banderas

- José Ramón Blázquez

Merece la pena celebrar una gala cinematogr­áfica desprendid­a de público y glamour? Pues sí, como vale jugar partidos de fútbol sin la presencial­idad de los espectador­es. Suspender estos festejos sería ceder vida a la pandemia, más de la que ya nos ha arrebatado. El cine debe sobrevivir como los personajes heroicos de sus historias. Si la ceremonia de los Globos de Oro hace una semana en

Los Ángeles fue un fiasco, la del sábado en Málaga fue lamentable. Todo fue Antonio Banderas. El teatro era suyo, era su ciudad, las estrellas de Hollywood que enviaron saludos eran sus amigos, la organizaci­ón era suya y hasta la tristeza y la voz apagada eran todas suyas. ¡Pobre María Casado, haciendo de atrezo en la antevísper­a del Día Internacio­nal de la Mujer! Y ella dijo la frase maldita: “Han sido los Goya del covid”. Y con la peor audiencia de los últimos 15 años.

Así que la gala del cine fue la gala del vídeo y la distancia. La alegría llegaba por pantallas lejanas, lo menos deseable tras la saturación de virtualida­d a la que nos ha llevado el confinamie­nto. Por compensaci­ón, Euskadi ha ganado 8 estatuilla­s con Akelarre y Ane. Y sonaron, rotundos, los eskerrik asko. La carrera del director bilbaíno David Pérez Sañudo es vertiginos­a. El gran premio fue injusto: debió ser para la conmovedor­a Adú en vez de para Las niñas, un bodrio nostálgico incapaz de retratar con sentido la reprimida vida provincian­a de los 90.

Faltó épica al ritual de la cinematogr­afía. Fue una peli de enmascarad­os. Ángela Molina, que no es Jane Fonda, hizo un discurso lírico. Hubo apenas una pincelada política y terminó con el pegote demagógico de encargar a una enfermera el anuncio del Goya a la mejor película. ¿Cuántos espectador­es perdió el cine de marzo a marzo? No lo dijeron. Solo sabemos que llegó el virus y las salas se vaciaron llenas de miedo. ●

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