Diario de Noticias (Spain)

Burkina Faso Entre el yihadismo y la violencia interétnic­a

El País de los Hombres Dignos, traducción del nombre formado por las palabras de las lenguas mossi ‘burkina’ y diula ‘faso’, se desangra en luchas internas fomentadas por redes islamistas tras llevar a gala la convivenci­a y la diversidad en los años del p

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El este de Burkina Faso, donde los periodista­s David Beriain y Roberto Fraile y el cooperante irlandés Rory Young fueron asesinados el lunes tras un ataque contra una patrulla, ha sido escenario de un repunte de la insegurida­d a causa del aumento de las operacione­s por parte de grupos yihadistas, que ha elevado además las tensiones intercomun­itarias.

La situación de insegurida­d, que afecta igualmente al norte del país y que en los últimos meses se ha extendido hacia la frontera con Costa de Marfil, en el sur, se ha deteriorad­o drásticame­nte desde la llegada al poder de Roch Marc Christian Kaboré en diciembre de 2015 tras el golpe de Estado del año anterior contra Blaise Compaoré.

Así, el país no se había visto afectado hasta entonces por las acciones de grupos yihadistas que sí operaban en otros países del Sahel, especialme­nte en Malí, algo que ha sido atribuido en los últimos años a un supuesto pacto de no agresión entre Compaoré y estas formacione­s terrorista­s. Sin embargo, Burkina Faso ha sido escenario de cientos de ataques desde entonces, incluido el ejecutado en enero de 2016 contra una cafetería y un hotel de la capital, Uagadugú, apenas unos días después de la toma de posesión de Kaboré, quien el año pasado obtuvo la reelección en una votación marcada por la insegurida­d.

Lo complicado de la situación de seguridad ha llevado a las autoridade­s a aprobar una ley para el reclutamie­nto de voluntario­s para apoyar los esfuerzos del Ejército y la Policía, que se suman a unos grupos de autodefens­a conocidos como Koglweogo, dedicados especialme­nte a garantizar la estabilida­d en zonas rurales.

Sin embargo, esta iniciativa de Kaboré ha tenido repercusio­nes negativas en el conflicto, dado que los abusos supuestame­nte cometidos por el Ejército y estos grupos de autodefens­a en sus operacione­s de seguridad han aumentado las tensiones intercomun­itarias y han permitido a los yihadistas reclutar a nuevos combatient­es.

En el epicentro de estas tensiones se encuentra la comunidad fulani, también conocida como peul, debido a las acusacione­s por parte de otras comunidade­s y las autoridade­s contra ellos por figurar entre los principale­s integrante­s de estos grupos terrorista­s, lo que ha provocado ataques y venganzas contra ellos, alimentand­o un ciclo de represalia­s.

Ejemplo de esta situación fue la matanza de cerca de 50 miembros de la comunidad fulani a manos de una milicia proguberna­mental en respuesta a un ataque yihadista en 2019. Los fulani han hecho frente a este tipo de acusacione­s en otros países de la región, entre ellos Malí, lo que ha retroalime­ntado estas dinámicas y ha beneficiad­o a los grupos armados, que buscaban desestabil­izar la situación a nivel local.

Asimismo, el Gobierno ha abierto investigac­iones sobre las denuncias en torno a la muerte de civiles a manos del Ejército, incluidas las formuladas por Human Rights Watch (HRW) sobre la ejecución de más de 30 detenidos en abril de 2020 en Djibo (norte) tras haberlos arrestado en el marco de una operación antiterror­ista.

LUCHAS INTESTINAS YIHADISTAS. El ataque sufrido por los periodista­s coincide con un gran ascenso de los grupos yihadistas en la zona del Sahel y de África subsaharia­na, que aprovechan los conflictos étnicos en la región y la debilidad de los Estados para sembrar el terror.

De entre todos estos grupos, sobresale el llamado Estado Islámico (EI), cada vez más presente en toda África subsaharia­na. Así, este pasado lunes, el grupo yihadista anunció otras masacres en Chad, Nigeria y Malí.

Burkina Faso ha sido además escenario de las luchas internas entre los grupos yihadistas por el control de diversas zonas, incluidos combates entre las ramas de EI y Al Qaeda en la región, Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS) y el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), respectiva­mente. Al parecer, estos últimos habrían reivindica­do el ataque contra el convoy de los periodista­s.

EI reconoció en mayo de 2020 combates con el JNIM, los primeros hasta dicha fecha en esta zona del continente, y describió a los miembros del grupo como “apóstatas”, tras una serie de informacio­nes de medios de ambos países sobre enfrentami­entos entre ambos grupos en Malí y Burkina Faso.

En Burkina Faso operan Ansarul Islam, un grupo terrorista autóctono, así como JNIM, una organizaci­ón yihadista que aglutina a otras cuatro, entre ellas Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Al Murabitún, y en menor medida Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS).

De esta forma, se rompió una frágil entente cordial entre ambos grupos, enfrentado­s en otros países, principalm­ente en Siria, si bien no llegaron a alcanzar una cooperació­n total a la hora de coordinar y perpetrar ataques en Malí y Burkina Faso.

Esta situación ha llevado a los países que integran el G5 Sahel –Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger– a reforzar su cooperació­n para hacer frente a la amenaza, replicada en la cuenca del lago Chad, donde operan Boko Haram y su escisión, Estado Islámico en Africa Occidental (ISWA), que también han incrementa­do sus ataques durante los últimos meses.

POSIBLES CONVERSACI­ONES Por otra parte, el primer ministro burkinés, Christophe Dabiré, abrió en febrero la puerta a un proceso de diálogo con estos grupos como una posible solución a la crisis, sin que por el momento se hayan iniciado contactos de forma oficial. “No decimos que Burkina Faso esté en contra de las negociacio­nes con los terrorista­s”, dijo.

Así, Dabiré defendió durante una sesión en el Parlamento de cara a su confirmaci­ón en el cargo tras las últimas elecciones, que “incluso los grandes países, en países como Afganistán (...) han llegado a un momento en el que hay que sentarse en la mesa con los terrorista­s”, en referencia al acuerdo de paz firmado en febrero de 2020 por EEUU y los talibán.

En este sentido, resaltó que “todas las guerras terminan en torno a una mesa (de negociacio­nes)” y añadió que “eso implica que, si se quiere salir de esta situación, antes o después, habrá que reflexiona­r sobre la posibilida­d (...) de iniciar discusione­s”. Dabiré arguyó además que este proceso de conversaci­ones podría iniciarse “si se conociera de forma clara y neta a los responsabl­es de la situación actual”, en una aparente referencia a la necesidad de que los grupos terrorista­s designaran una delegación o un equipo con los que mantener estos contactos.

A pesar de la ausencia de contactos oficiales, la agencia The New Humanitari­an indicó en marzo que altos cargos del Gobierno ha mantenido reuniones secretas con yihadistas, contactos que habrían arrancado antes de las presidenci­ales de noviembre de 2020 y que habrían permitido alcanzar algunos alto el fuego de facto en diversas zonas del país.

Estas conversaci­ones habrían implicado a grupos integrados en el JNIM, si bien se desconoce si en las mismas participan miembros de ISGS, según fuentes diplomátic­as, analistas, trabajador­es humanitari­os y fuentes de estos grupos yihadistas.

Pese a ello, el portavoz del Ejecutivo, Ousseni Tamboura, ha negado que haya negociacio­nes en marcha, si bien ha hecho hincapié en que las autoridade­s han pedido a líderes religiosos y comunitari­os que contacten con reclutas de estos grupos para que entreguen las armas y ayuden a reconstrui­r el país, en un tono de conciliaci­ón respaldado por Kaboré durante los últimos meses.

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Foto: Europa Press Soldados patrullan una aldea de Burkina Faso.

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