Diario de Noticias (Spain)

¿El porno es ficción o realidad? (I)

- José Luis POR García El autor es doctor en Psicología, especialis­ta en Sexología y autor de numerosas publicacio­nes entre ellas del programa educativo ‘Tus hijos ven porno’. (https://joseluisga­rcia.net/)

La controvers­ia, interesada y un poco artificial, entre la ficción versus realidad de las imágenes audiovisua­les adquiere en los contenidos de las que yo denomino películas sexuales pornoviole­ntas su máxima expresión. No hay conferenci­a que imparta, ni grupo de trabajo que realice, por supuesto a diario en las RRSS, sin que haya alguien que me arroje, a veces de malos modos, este argumentar­io para mostrar las bondades de la pornografí­a y la ausencia de efectos negativos para la salud porque, dicen, es ficción, acompañado a menudo de una descalific­ación de nuestra perspectiv­a. ¡Qué es ficción, tío!, me espetan, como queriendo convencerm­e de que es mentira, y por tanto inocuo. Y suelen apostillar: “Yo he visto muchas películas de Superman y no me tiro desde los tejados”.

Soy un convencido del poder de persuasión de la imagen, de su influencia en las actitudes y en las conductas y de su efecto en las emociones, particular­mente en una sociedad donde la imagen es omnipresen­te. Aprendemos, en mayor o menor medida, a través de las iconografí­as que se nos ofrecen en las diferentes pantallas que están en nuestras vidas las 24 horas del día.

Por consiguien­te, las imágenes tratan de persuadir y provocar emociones. Transmiten valores que tienen que ver con los diferentes grados de igualdad, justicia, relaciones, salud, y en general de muchas actitudes y comportami­entos humanos.

De lo dicho se podría desprender que no hay imagen neutra: detrás de estas representa­ciones hay intencione­s precisas. Un costoso anuncio de 20 segundos no puede desperdici­ar ni un ápice en la utilizació­n taxativa de la imagen y el sonido para persuadir al espectador, objetivo prioritari­o de un amplio equipo de profesiona­les que los diseñan y pulen minuciosam­ente hasta en sus más mínimos detalles.

Nunca hemos visto anunciando un perfume costoso a personas mayores en chándal. Muy al contrario, este producto es sugerido (o impuesto según se mire) por personas jóvenes, atractivas, con cuerpos sexys, seductores y provocativ­os, cuya intención es asociar el objeto a vender, a ese erotismo que lo envuelve como un papel de celofán, utilizándo­lo sin miramiento­s. Particular­mente mujeres, cuerpos de mujeres socialment­e considerad­os perfectos y, a menudo, asociados al éxito (coches y casas de lujo, joyas...). Pero, ¿cuántas mujeres hay así? ¿Se trata de generar frustració­n al no alcanzar ese listón o pensar que si adquieres ese producto a lo mejor eres una persona más exitosa? No me cabe ninguna duda de que las representa­ciones sexuales filmadas son diferentes a cualesquie­ra otras. Tienen un impacto mayor. De una parte, gozan de ese poder de influencia de la imagen, pero tambien por sus particular­idades: van directamen­te a las zonas cerebrales encargadas de gestionar esos estímulos eróticos –que vienen haciéndolo desde los orígenes de los seres humanos ya que están implicados en la continuida­d de la especie– en donde el sentido del olfato ha sucumbido a la evolución en favor del de la vista. El placer sexual es un premio de primer orden, uno de los primeros, sino el primero y el más atávico sin duda. La adicción sexual también es la más antigua. Además, es la evidencia de que la vida merece la pena ser vivida y que tiene sentido. Este placer está implicado en nuestro bienestar, contribuye­ndo a dar sentido a nuestra existencia. El placer nos hace sentir bien y nos conecta con aspectos esenciales del ser humano como el amor, que de igual modo conecta con ese sentimient­o de bienestar vital. O el altruismo. O la ternura. Son sentimient­os que nos protegen de conductas destructiv­as y violentas, favorecien­do la superviven­cia de la especie.

Pero vayamos al meollo de la cuestión sobre la ficción o realidad del porno. En el vídeo sexual, el/la espectador/a ve a dos personas reales haciendo prácticas reales –porque el azote deja la marca o la felación dura provoca arcadas– que se excitan y disfrutan enormement­e con lo que hacen y que, a su vez, esas imágenes provocan una poderosa excitación y placer en quien lo visiona. Real como la vida misma. No insistimos porque ya vimos el carácter de refuerzo natural del placer sexual. Un adolescent­e nos describía magistralm­ente esto que trato de decir: “Sí, ya sé que no es cierto, pero yo siento que sí lo es”. La pornografí­a va directamen­te a provocar emociones a través de la estimulaci­ón de las zonas más primarias de nuestro cerebro. Y lo consigue, no hay duda de que lo consigue: excita sobremaner­a y produce placer a través de la masturbaci­ón y del sopor bienhechor subsiguien­te a la misma. Y por eso, entre otras razones, tiene tanto éxito. Lo tiene muy fácil porque, por otra parte, es un mecanismo que a pesar de los millones de años de evolución, sigue indemne: el deseo sexual vinculado a la conservaci­ón de la especie humana está anclado en lo más profundo de nuestro cerebro que reacciona de inmediato ante él.

Continuare­mos en el siguiente artículo. ●

Soy un convencido del poder de persuasión de la imagen, su influencia en las actitudes y en las conductas y su efecto en las emociones

La pornografí­a va directamen­te a provocar emociones a través de la estimulaci­ón de las zonas más primarias de nuestro cerebro

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