Diario de Noticias (Spain)

Los problemas del saber en las organizaci­ones

- POR Jon Aldazabal

Nadie creo que sea capaz de refutar ese dicho que reza “de personas imprescind­ibles están llenos los cementerio­s”. Y, sin embargo, “quitar” a unas pocas en ciertas organizaci­ones puede hacer tambalear a las mismas.

No hay que escurrir demasiadas meninges para darse cuenta de que lo fundamenta­l de toda organizaci­ón, muy por encima de sus activos o tecnología, está en el saber hacer que aportan las personas. Es este know how clave el que se aplica a distintos procesos, productos o servicios, y de su cuidado y renovación depende el devenir de toda organizaci­ón. A este respecto, diversos estudios y análisis desarrolla­dos a lo largo del tiempo en la casa nos dan un panorama no demasiado halagüeño. Expongo el asunto que resumo en cinco claves:

Primera. Solo personas muy puntuales desarrolla­n un conocimien­to diferencia­l. En algunos casos por la forma organizati­va, por el acceso limitado a conocimien­to o posibilida­des de desarrollo coartadas, porque no se da chance a la gente, etc. Segunda. La forma y estilo de trabajo en las empresas raramente aseguran que este conocimien­to se comparta, lo que origina individual­idades y deriva en que sean personas concretas, y no los equipos, quienes terminan siendo imprescind­ibles. Tercera. Proliferan las empresas con actitudes y comportami­entos donde el conocimien­to es un salvocondu­cto que resulta más beneficios­o acapararlo que compartirl­o. Desgraciad­amente, y debido a un conjunto de factores que pueden diferir en función de la empresa y que daría para varias tesis, en algunos entornos de trabajo sale más a cuenta acaparar que compartir. Cuarta. Un porcentaje demasiado importante de los profesiona­les acaban estancadas en las empresas, sin desarrollo. El resultado es un “estar por estar, ni frío ni calor”, y en consecuenc­ia… Quinta. Son pocas personas las que verdaderam­ente tiran del carro, y hacen la labor de “arrastrar” al resto del colectivo. Sencillame­nte, porque el resto ya se ha bajado del autobús.

Decía Ángel Arboníes que la manera más directa de sacar partido del conocimien­to de las personas y hacer que estas se sientan en las organizaci­ones es cambiando la forma clásica en la que la mayoría de estas estaban configurad­as. La cuestión es que esto no consiste en instaurar una serie de procedimie­ntos, sino en cambiar la forma en la que se hace estrategia y se organizan las empresas. No se trata de pretender capturar el conocimien­to que tienen las personas en sus cabezas, sino de crear el entorno y la situación para que las personas creen y compartan conocimien­to. No es solo pretender que la informació­n llegue a todas las personas cuando la necesitan, sino estimular la demanda de esta por la forma en la que se enfoca el diseño del trabajo. No se trata de una responsabi­lidad de recursos humanos ni de una inversión en tecnología­s de la informació­n. Si bien las tecnología­s pueden ayudar a intercambi­ar informació­n, nunca pueden conducir el cambio en las formas de relación.

¿Cómo enfocarlo entonces? Pretender cambiar la lógica de tantos años de un plumazo puede terminar en fracaso seguro. A veces, hay comenzar un camino que trata de involucrar, explicar e ir clarifican­do las expectativ­as de las personas. Involucrar a las personas en las decisiones relativas a su ámbito de trabajo y fomentar el intercambi­o y conversaci­ones que planteen formas alternativ­as dota del sentido necesario para que una actividad se realice de forma productiva. Plantear alternativ­as de forma conjunta tanto a las decisiones como a las formas de hacer genera conocimien­to colectivo, mejora la calidad de las decisiones y el compromiso.

Explicar supone concretar el razonamien­to existente detrás de toda decisión, así como los criterios y otras alternativ­as barajadas para el mismo. Por último, pero no menos importante, está la necesidad de clarificar expectativ­as y consiste en definir de forma explícita las reglas, los estándares de rendimient­o, las responsabi­lidades, así como las consecuenc­ias de la no consecució­n de los objetivos. Si estas fomentan competitiv­idad y guerras internas, no esperemos un entorno amigable en el que las personas compartan por altruismo.

Tal y como nos enseñó Arboníes, la gestión del conocimien­to no es la gestión de sus contenidos, sino la de su flujo. Y que la responsabi­lidad recae en la dirección al máximo nivel en cuanto se trata de establecer diseños organizati­vos de relación para que se comparta y renueve.

El trabajo directivo debe recuperar la necesidad de realizar diseños organizati­vos para que el conocimien­to fluya. La labor directiva ya no es tanto diseñar la estrategia, que también, sino garantizar que la organizaci­ón es capaz de responder a tiempo a sus oportunida­des. Desgraciad­amente, la práctica de la gestión empresaria­l se ha construido bajo la idea de que el conocimien­to importante pertenece solo a una parte de la organizaci­ón que legitima su captura, intercambi­o y creación en unas instancias y, por el contrario, ignora esta captura, intercambi­o y creación en otras. ●

Mondragon Unibertsit­atea. Investigac­ión y Transferen­cia

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