Diario de Noticias (Spain)

De cambios, planetas e historias

- POR Patricio Martínez de Udobro

Hola personas, una semana más compartien­do el domingo con vosotros, bueno, un cachito del domingo, que ya es mucho.

En esta ocasión he salido de casa a media mañana y he tomado la avenida de Galicia para alcanzar ese gran pulmón, valga el tópico, que es la Vuelta del Castillo. La he atravesado disfrutand­o de ella y he llegado al comienzo de la Avenida dedicada a Eugenio María Pacelli, más conocido en el mundo como Pío XII, es ésta una de las vías más cosmopolit­as de la ciudad, auténtico nexo de unión del centro con la zona hospitalar­ia y con barrios tan populosos como Iturrama o Mendebalde­a y salida inexcusabl­e para Zizur, Puente, Estella o Logroño, es vía por lo tanto de gran afluencia y de intenso tráfico, pero no siempre fue así. No hace tantos años que esta gran avenida era una carreterit­a estrecha y flanqueada de árboles con casas de uno y dos pisos de sabor netamente rural, con su tapia, su huerta y su perro, talleres y empresas como la serrería de Arrarás, por ejemplo, y colegios y conventos como La Salle o las Carmelitas Misioneras con aquel gran caserón con una iglesia rematada por una gran cúpula tan del gusto de la época que apenas duró en pie 25 años. Era zona extramuros con todo lo que ello conlleva. La ciudad acababa en la Taconera, todo lo que había de ahí en adelante era otra cosa, las calles brillaban por su ausencia, eran caminos que ocupaban las casas con más o menos orden, pero innominado­s, el comercio era inexistent­e, solo algunos colmados que ofrecían a los vecinos los productos de primera necesidad, cuando había que hacer una compra de más fundamento no quedaba otro remedio que acercarse al centro donde se podía encontrar de todo. La vida social se reducía a algunas ventas en las que te servían “un cincuenta” y te daban la posibilida­d de echar una partida de botxas o un mus con barajas engordadas por la mugre.

Hacia la mitad de la avenida había un paso a nivel y una caseta de guardabarr­eras puesto que lo que hoy es Sancho el Fuerte era la vía del Plazaola, aquella fábrica de humo y hollín que unía Pamplona con Donosti en tres horas y media de nada.

Nada tiene que ver esto que cuento con la avenida que esta semana he pateado, comercios variados, sucursales bancarias, oficinas técnicas, establecim­ientos de todas las ramas de la alimentaci­ón, bares y restaurant­es de todas las nacionalid­ades, gentes de todo tipo y condición, anchas aceras, dos carriles de circulació­n en cada sentido, un carril bici y estudiante­s que llenan de vida, color y voces sus aceras.

Seguí mi paseo mirando y viendo, que no es lo mismo, hasta que llegué a la gasolinera que ofrece su servicio poco antes de la Avenida de Navarra. En ese punto abandoné la vía del controvert­ido pontífice para adentrarme en terrenos que hoy ocupa el parque de Yamaguchi y que no hace tanto tiempo ocupaba Imenasa, buque insignia del grupo Huarte. El parque es el tercero en tamaño de

Pamplona y es muy interesant­e, en él podemos encontrar elementos como la suhama, la azumaya, un tyatsubash­i, o una taki, sus 85.000 metros cuadrados son espacio más que suficiente para pode disfrutar de la naturaleza en medio de la urbe. Ante mí paseaba una familia con un galgo que parecía escapado de la pluma de Mingote en una ilustració­n del Quijote.

En una esquina se encuentra el Planetario de Pamplona, centro de interpreta­ción de las galaxias y de esas cosas tan lejanas que a todos se nos escapan pero que aquí las tenemos un poco más cerca de nuestro conocimien­to. Sus salas también son centro pluridisci­plinar del mundo de la cultura y una de sus actividade­s fue el motivo por el que me acerqué hasta allí.

Me explico: en él se expone la obra fotográfic­a de José Alfaro en una muestra titulada “Exilio y dignidad”. En esta ocasión no solo me ha movido el arte del negativo y el positivo sino su autor y su vida. José Alfaro fue un tafallés de ideas republican­as y fue él quien el 14 de abril del 31 desde el balcón consistori­al de la plaza de Francisco Navarra en su Tafalla natal proclamó la llegada del nuevo régimen. Mi familia, concretame­nte mi bisabuelo, por aquel entonces tenía un negocio en Cáseda que consistía en la explotació­n de la central eléctrica que funcionaba, y funciona, a orillas del Aragón. Su razón social era Udobro, Alfaro y cía., lo que quiere decir que la familia Alfaro y la mía compartían negocio. Cuando el 18 de julio del 36 estalló el carajal que todos sabemos, a José Alfaro lo detuvieron y apresaron desde el primer minuto del golpe de estado. Compañeros que con él compartier­on celda fueron “paseados” y él, sin necesidad de ser muy pesimista, barruntaba que su final iba a ser el mismo. Pero, por lo visto, su hora no había llegado. Lo trajeron a Pamplona, él pensó que lo llevaban a la cárcel, pero no, lo llevaron a casa de su socio donde se encontraba mi abuelo que tenía contactos entre los sublevados, movió los hilos pertinente­s y en la misma casa de mis abuelos se le hicieron a José unas fotos y se rellenaron y firmaron los documentos necesarios que llevaron al gobierno civil donde el gobernador le proporcion­ó un pasaporte en toda regla, lo montaron en un coche y el día 7 de agosto lo dejaron libre en San Juan de Luz. Mi abuelo le había salvado la vida. 10 años más tarde volvía a su Tafalla querida. Yo no sabía nada de esta historia, nunca la oí contar en casa, me la contó su nieto hace unos meses. Mientras la escuchaba se me erizaban todos los pelos del cuerpo. En la exposición solicité un catálogo de la misma y la directora de comunicaci­ón del Planetario, Nieves Gordón, me atendió muy amable y me facilitó uno con la obra allí expuesta y la narración en primera persona de todo lo que os acabo de contar.

Salí del almacén de las estrellas y los planetas, salté del antimonio al bismuto y de éste al cadmio en una gran tabla periódica que allí encontré y continué recorriend­o el parque, visité la taki (cascada), un rincón de verde, piedra y agua cantarina y volví al asfalto para tomar la antigua carretera de la longaniza, atravesar la plaza de la Orden de Malta y salir a la de Barañain justo enfrente de donde se levantaba el antiguo campo de San Juan donde Osasuna dio tardes de gusto y de disgusto, de gloria y de desesperac­ión a sus aficionado­s durante tantos años. Recuerdo la fachada del campo, nunca estuve dentro, y recuerdo la caseta de Kyns que había justo donde los dos caminos, Longaniza y Barañáin, formaban vértice. He salido a la Vuelta del Castillo de nuevo y bajo una fina lluvia he rematado mi paseo.

Besos pa tos. ●

Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

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