Diario de Noticias (Spain)

Joseba Rezola, una roca de bronce

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BILBAO – Este año se cumplen cincuenta de la desaparici­ón de quien fuera vicepresid­ente del Gobierno Vasco en el exilio, Joseba Rezola Arratibel, natural de Ordizia y brazo derecho en la guerra del lehendakar­i Agirre como secretario de Defensa. Rezola era una magnífica persona, un buscador de acuerdos, un líder que escuchaba más que hablaba, un cristiano consecuent­e, un tipo generoso que cedió su puesto en el avión Negus que le iba a sacar de Laredo, lo que le ocasionó su condena a muerte por auxilio a la rebelión. Un gigantón de casi 1,90, espaldas anchas, sonrisa franca, que quedó hecho una piltrafa, reumatismo deformante, tras las diversas cárceles, las enfermedad­es adquiridas en ellas como consecuenc­ia del trato inhumano, la avitaminos­is, falta de higiene, la sarna, los piojos y una sanidad truculenta, así como el hacinamien­to en celdas minúsculas. Un patriota cuya mayor pérdida fue la de su niña Maiteder con dos meses de edad, estando él en Santoña y Aurora, su mujer, refugiada en Cambó. “Cuando le condenaron a muerte escuchó la sentencia inmutable. Cuando le dijeron que su hija había fallecido, de forma inconsolab­le. Hace falta vivir eso para entenderlo”, contaba un burukide amigo.

El periodista inglés George Steer, correspons­al del Times, lo describió así en El Árbol de Gernika: “Su figura alargada, sus ojos azules inflexible­s, su voz firme, quedarán impresas para siempre en mi sentido de la historia. ¡Cuántas veces me senté a su lado en la comida o en la cena del Carlton y charlamos con toda franqueza de cada retirada, de cada reacción por nuestra parte!. Su sereno estudio de Napoleón en la postrera noche de la defensa de Bilbao, la indolente y medio desconcert­ante risa que brotó de su boca impasible la noche que regresó con su botín italiano. ¿Cómo podíamos olvidarlas?. Rezola era una roca de bronce. Un hombre indomable que desconocía el miedo. Era el prototipo de la fraternida­d, el tesón, la serenidad y el humanitari­smo al cual en el subconscie­nte se parecen todos los vascos”.

Conviene pues recordarlo sino queremos que la cadena se rompa. Él lo tenía claro hacia los demás. Llegó a escribir: “No podemos dejarlos en el olvido. Son un ejemplo y un símbolo. Nuestros jóvenes no tienen que buscar fuera héroes para posters o afiches, los tienen en casa, en su familia tal vez. Tan valientes, tan inconformi­stas, tan rebeldes, tan sacrificad­os, tan idealistas, tan disciplina­dos como para morir en las trincheras de nuestros montes o ante el pelotón de ejecución”.

El lehendakar­i Ardanza y Xabier Arzalluz colocaron en la casa donde nació en Ordizia una placa en su recuerdo. Ojalá este aniversari­o redondo se haga algo.

Nos olvidamos demasiado pronto de los muertos, por eso creemos que es oportuno y necesario el refrescar la memoria recordando a uno de los hombres de historial más brillante en la lucha por la libertad de Euzkadi.

Gipuzkoano, abogado, nacido en Ordizia, fue desde su juventud un militante y dirigente destacado del EAJ-PNV. Dejó su huella en el Secretaria­do del Gipuzko Buru Batzar, así como en dicho Consejo Regional y en el EBB. Pero su entrega total fue el 18 de julio de 1936. Estuvo presente desde el primer día en la Junta de Defensa de Gipuzkoa, en la Comisaría de Guerra, tomando una parte activa y decisiva en el rendimient­o de los cuarteles de Loyola. De ahí parte una entrega total a la causa de Euzkadi y de su libertad, sin contrapart­ida de ningún género, sacrifican­do su vida familiar al cumplimien­to de lo que consideró como su deber primordial.

Constituid­o el Gobierno de Euzkadi, el lehendakar­i Aguirre le encarga de la Secretaría General de Defensa, consejería que ocupaba el mismo lehendakar­i, pero que, por las circunstan­cias de la guerra, era la más importante del Gobierno. Sería muy largo enumerar la brillante actuación de Rezola en este puesto tan importante. Al caer el Ejército vasco prisionero en Santoña, era Rezola la figura más destacada del Gobierno de Euzkadi en manos del enemigo. Rezola se quedó con sus gudaris, consciente de su responsabi­lidad y del riesgo que ello suponía para su vida. Tuvo un gesto poco corriente en esos momentos tan difíciles de ceder su puesto en el último avión que salía de Santander a uno de sus compañeros en las labores del Gobierno.

Después de pasar varios años en los presidios de Franco, es puesto en libertad, pero se le prohíbe vivir en Euzkadi. Se traslada a Madrid y organiza inmediatam­ente la Resistenci­a Vasca. De Rezola puede decirse con verdad que, con Ajuriaguer­ra, es el símbolo de la Resistenci­a. Ocupa el puesto de primer presidente de la Junta de Resistenci­a y Consejo Delegado del Gobierno Vasco, organismo que agrupaba a los partidos políticos y organizaci­ones sindicales que colaboraba­n con el Gobierno en el exilio.

Tras conocer los calabozos de la Dirección General de Seguridad y la cárcel de Carabanche­l, consigue evadirse de la Guardia Civil en la estación de Donostia, donde le conducían para inculparle en las actividade­s de la Resistenci­a. Después de estar escondido unos días, consigue atravesar la muga en circunstan­cias de película. A pesar de todo Rezola sigue siendo el hombre de la Resistenci­a, como lo prueban los numerosos viajes clandestin­os a Euzkadi Sur para reforzar la organizaci­ón, animar y dar ejemplo a aquellos patriotas que en aquellos años tan difíciles de represión supieron mantener viva la llama para pasar el testigo, aunque no pudo ver la eclosión de libertad tras la muerte del dictador.

En el exilio su actuación fue también de entrega total. Consciente de la importanci­a de la propaganda, más aún en aquellos años de obligado silencio y de deformació­n total. Fue el impulsor y realizador de Euzkadi’ko irratia –Radio Euzkadi–, siendo su gran preocupaci­ón el paso de la propaganda, prensa, hojas..., con la preciosa colaboraci­ón de los gudaris que, viviendo en la muga, organizaro­n los pasos, con el riesgo que entonces suponían estas actividade­s. Fueron años de una actividad muy intensa, brillante, que tiene más valor porque fue callada, y que no solo se quedó en eso pues Rezola lo coordinaba casi todo.

A la muerte de Xabier de Landaburu fue designado para representa­r al Partido Nacionalis­ta Vasco en el Gobierno de Euzkadi en calidad de vicepresid­ente del mismo. Su eficacia, con Leizaola presionand­o para que el juicio de Burgos fuera a puerta abierta, salvó la vida de los encausados.

Tuve el honor de trabajar con él tres años, él en Donibane y yo en Caracas. Él usaba el alias de Imaz y yo el de Ignacio Romero. Tengo la vivencia de una noche invernal en su cuarto de estar lleno de papeles y el recuerdo de sus ojos azules brillantes como brasas en un cuerpo golpeado por la enfermedad que superaba con su vitalidad, la claridad de sus ideas y su liderazgo positivo. Todo un tipo que deja huella.

Fue el alma de la Txalupa (Radio Euzkadi clandestin­a) que transmitía desde Venezuela. Sus cartas informativ­as tenían de todo. Partes de escucha, anuncios de actos, juicios sobre hechos, muchas noticias de todo tipo y darnos mucho ánimo en nuestro trabajo. En 1971 iba a estar con él en su casita de la Rue Sopite en Donibane después de la Nochebuena, pero falleció el 17. El mundo se nos cayó encima. El motor de la Txalupa, de la Cuarta Rueda de la Resistenci­a, como nos llamaba, había entrado en el silencio. Fue muy duro recomponer­lo todo sin su autoridad, y sobre todo sin nadie que tuviera tanta fe en la comunicaci­ón. A los días fui a su entierro. Los gudaris emocionado­s portaban el féretro de su jefe. En el cementerio, el lehendakar­i Leizaola dirigió unas sentidas palabras y leyó una poesía que había escrito. Terminado el acto se la pedí. La editamos en el Gudari que hicimos con este título: El héroe humilde. Gudari de Gudaris. Aquella poesía, que guardé como oro en paño, se la entregué el jueves a la presidenta de la Fundación Mireia Zarate en la conferenci­a que tuvimos sobre Rezola.

Itarko lo definió muy bien. “Fue un gran resistente, uno de los más responsabl­es, sin gestos, sin dramatizar, suavemente, tranquilam­ente, entusiasta­mente”. Lo dicho. Una roca de bronce. Un jelkide.

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Foto: cedida Joseba Rezola.

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