Gravedad permanente
Quienes portamos un naso prominente con el que sostener gafas de cierto tamaño tenemos algo de Battiato, recién ido a los 76 años. Lo descubrí allá en 1987, interpretando Yo quiero verte danzar y Nómadas en aquel programa Tocata, y la mística del siciliano me obnubiló. Por su originalidad y eclecticismo, tanto en las palabras mágicas rebosantes de filosofía poética como en esa mezcla de géneros e idiomas en una misma pieza. Un músico total además de pintor y cineasta, que evolucionó de la canción protesta a la vanguardia electrónica y al pop para acabar en la ópera y lo sacro. Icono de la heterodoxia para aunar la música popular y la clásica, con composiciones evocadoras de sello humanista,
Battiato se erigió en un referente moral. En el sentido de que fue un militante de la conciencia –entendida como una simbiosis de integridad individual y de ética colectiva– que sin operar como un activista político preconizó la redistribución de la riqueza en línea con su querencia por el budismo tibetano, creyente en la reencarnación y en la meditación como purgante creativo. Lo más grande que cabe decir de un artista es que su obra mejora a las personas y eso puede aplicarse literalmente a Battiato. Escuchen si no, además de la discografía ya citada, La estación de los amores, Sentimiento nuevo o Bandera blanca. Y después Centro de gravedad permanente. La eterna búsqueda del equilibrio entre la razón y la emoción que Battiato encarnó y ojalá culminase. Arrivederci, Franco. ●