Diario de Noticias (Spain)

Frentepopu­lismo

- Fabricio POR de Potestad Menéndez

Venía fraguándos­e lentamente la idea de que se estaba gestando un frentepopu­lismo de derechas rampante y cavernario. Sé que suena alarmante y despierta las voces de gesta de la guerra civil. Segurament­e no era más que una de esas hipérboles que circulan en las redes sociales, pero lo cierto es que el escenario político de la Comunidad de Madrid, desde una perspectiv­a progresist­a, no puede ser más desolador. La victoria demoledora y sin paliativos de la derecha es incontesta­ble. Lo más preocupant­e no es que hayan ganado los conservado­res, pues en una democracia es una posibilida­d que hay que asumir. Lo grave es la radicaliza­ción de la derecha y el mimetismo que ha mostrado con la ultraderec­ha, con la que se intuyen inquietant­es alianzas. No solo perdió la izquierda, pese a la alta participac­ión, sino que Isabel Díaz Ayuso borró de un plumazo a Ángel Gabilondo, Pablo Iglesias, José Manuel Franco y Edmundo Bal. En fin, recuerdo con cierta preocupaci­ón aquellos tiempos en los que los sindicatos eran verticales y que el precursor de la eutanasia, Franco, murió en la cama de muerte natural. Hoy, muchos años más tarde, percibo que hay una cierta nostalgia respecto de aquel dictador y sus malévolas perpetraci­ones. Lo cierto es que a la ultraderec­ha le falta sentido de la realidad, que no es otra cosa sino indiferenc­ia hacia la democracia. Están decididos a encarrilar la sociedad y a decidir España, la suya: la una, grande y libre. Por eso, a la extemporán­ea imagen de esa multitud fanfarrona de señores de traje y corbata arremetien­do sistemátic­amente contra el gobierno, a ese relente de ejército fantasmal que concurre, al amparo de ciertas alegorías preconstit­ucionales, a manifestar­se insistente­mente para lograr un poder que considera suyo, sólo le falta repetir aquel desafortun­ado ¡viva la muerte! que gritó Millán Astray ante un indignado Miguel de Unamuno. Es verdad que los que consumen ideología conservado­ra y neoliberal son una minoría, pues el resto va de recental, a cosa hecha, al grito pelado del líder caudillist­a, pues la vulgaridad siempre hace mucho bulto.

Lo peor de la derecha radicaliza­da es que han puesto la democracia en el ojo del huracán. Es tal la virulencia retrofranq­uista, tal la constante soflama insultante y provocativ­a que impera en el PP y en Vox contra la izquierda, que la convivenci­a pacífica amenaza quiebra. Y es que la crispación sistemátic­a alimenta el enfrentami­ento e interfiere gravemente en el buen funcionami­ento de la democracia, ese sin fin de vapores bienolient­es y amanecidos de un nuevo sistema de respirar y no sólo de vivir o de gobernar.

Pero la derecha siempre trabaja a favor de los suyos y procura el triunfo de los más fuertes mientras los pobres comen de su hambre. El país le trae sin cuidado, pues el poder es lo que le mola. No obstante, nos seguirá dando baños de españolism­o mediocre y al borde de la ordinariez. Y es que la derecha es española hasta las cejas, católica hasta las cejas, patriota hasta las cejas y muchas cosas más hasta las cejas. Por eso viven perpetuame­nte en encendidas querellas políticas contra la izquierda mientras mantienen un vertiginos­o equilibrio entre la severidad de sus creencias religiosas y toda clase de frivolidad­es. De la mentira y el insulto han hecho virtud. Y es que la ultraderec­ha no ha superado sus mezquindad­es de la guerra civil, hasta el punto de que ha trasmutado la pérdida definitiva de la dictadura en rencor eterno. Y de ese encono se alimenta su nueva cruzada, que ha convertido el odio en el discurso de muchos madrileños. En fin, Madrid es una fiesta de cañas y berberecho­s, cosa que nunca escribió Hemingway, pues lo de fiesta iba por Pamplona.

Aún recuerdo que nos vendieron la democracia como un catecismo que predicaba la igualdad en un esperanto universal, amonedado soluciones infalibles y sentencias esperanzad­oras. Es cierto que la democracia clama por la igualdad, pero la ultraderec­ha lo dice tan bajito que su clamor se convierte paradójica­mente en una afirmación de la propia desigualda­d que pretende combatir, esto es, en la santa prostituci­ón del alma, de la que se lamentaba Baudelaire. En fin, no debemos olvidar que hasta las ideas más hermosas se malogran en cuanto se ponen en circulació­n, pues el radicalism­o es un implacable depredador de ideales. El voto se ejerce muchas veces en función de filias y fobias, más fáciles de entender emocionalm­ente que racionalme­nte. Y aun así, la alternanci­a política está garantizad­a, aunque por razones que no invitan al optimismo. Vamos, que el neoliberal­ismo nos ha llevado al fin de la ilusión y al desguace de la utopía, pues la democracia ha dejado de ser el instrument­o destinado a garantizar la emancipaci­ón de la humanidad, pasando a ser un mecanismo de decisión de las mayorías, independie­ntemente de que estas acierten o yerren en sus elecciones, o los gobiernos salidos de las urnas satisfagan o defrauden las necesidade­s de los desfavorec­idos. En fin, sea como sea, hay que admitir que algo ha hecho mal la izquierda madrileña. ●

No debemos olvidar que hasta las ideas más hermosas se malogran en cuanto se ponen en circulació­n, pues el radicalism­o es un implacable depredador de ideales

El autor es médico-psiquiatra y presidente del PSN-PSOE

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