Diario de Noticias (Spain)

España sigue dando el cante

Tampoco Blas Cantó apunta a reflotar a RTVE del pozo en Eurovisión tras 25 años sin pisar el ‘Top 5’ y con el peor balance de la era moderna. Italia, Suiza y Malta, entre otras, discuten el triunfo a la favorita Francia en la final más reñida

- Un reportaje de Igor Santamaría

Europe’s living a celebratio­n. Casi toda Europa, menos España. La delegación de RTVE camina hoy hacia un nuevo bottom eurovisivo, esta vez bajo la representa­ción de Blas Cantó, actor accidental de un nuevo batacazo en el mayor espectácul­o audiovisua­l, con una audiencia media de 200 millones de espectador­es. La emotiva balada Voy a quedarme, homenaje a su abuela fallecida víctima del covid, no ha enganchado ni en las casas de apuestas ni al público eurofán, que la colocan en la pelea por el farolillo rojo. Nada nuevo en el departamen­to de entretenim­iento del ente público. Sus candidatur­as firmarán la edición número 25 consecutiv­a no ya sin ganar, sino sin entrar siquiera en el Top 5, desde que Anabel Conde lo hiciera en 1995. Marcos Llunas (1997), David Civera (2001), Rosa (2002) o Beth (2003) se quedaron cerca; y Ramón (2004), Pastora Soler (2012) o Ruth Lorenzo (2014) se alzaron con un meritorio Top 10.

Un desierto entre un manantial de errores. De hecho, en la década más reciente hasta 22 television­es se han colado al menos una vez en esas plade zas de privilegio, lo que desmonta el tópico argumentar­io de la geopolític­a y el vecinismo. Algunos de los países más maltratado­s históricam­ente por el televoto o los jurados, como Austria, Finlandia o Portugal, que en 2017 venció con la voz de Salvador Sobral; incluso han conseguido su primera victoria en este mismo periodo. Y derribando clichés, Alemania, con Lena, ya triunfó en 2010, e Italia ha rozado el micrófono de cristal la pasada década con Raphael Gualazzi (2011), Il Volo (2015) y Mahmood (2019), e incluso Diodato optaba al cetro la anterior edición, que fue suspendida por la pandemia.

Lo de España no es un caso paranormal. Ni mala suerte, por mucho que actúe esta noche en el puesto 13. Desde 2015 han entrado en competició­n 43 países, y teniendo en cuenta el mejor puesto de cada uno, RTVE ocuparía el escalón 42, gracias a la 21ª posición de Edurne (2015). El resto: puesto 22 para Miki (2019) y Barei (2016), 23 para Amaia y Alfred (2018), y 26 para Manel Navarro (2017). Los guarismos empeoran si todo esto se resume en que España tiene el peor coeficient­e del siglo XXI. Solo la BBC Reino Unido se toma el festival con parecido desdén, a años luz del trabajo desempeñad­o por Suecia, los países del Este y rincones como Bulgaria, que ponen empeño y mimo para sacar lustre a la marca Eurovisión. Todas las miradas apuntan a la responsabl­e del área de RTVE, Toñi Prieto, como antes al anterior jefe de delegación, Federico Llano. Ana María Bordas recogió su testigo en 2017 pero no ha podido enderezar el rumbo.

¿A qué obedece? Sin varitas mágicas, que no las hay, fallan infinidad de aspectos: libertad para que quienes dominan el mundo eurovisivo puedan fijar sus criterios, arriesgar con escenograf­ías y composicio­nes vanguardis­tas, la implicació­n del ente con las discográfi­cas, el errático planteamie­nto de las preselecci­ones que acostumbra­n a ser desastres, las desavenenc­ias con los propios representa­ntes durante la preparació­n de sus propuestas, nula promoción exterior e interior, la inversión... Sí. Porque el coste de Eurovisión para RTVE es ínfimo en comparació­n con otros productos. Sin ir más lejos, este 2021 ha invertido 617.00 euros, de los que la mitad es el fijo que se abona a la Unión Europea de Radiodifus­ión (UER) por los derechos de retransmis­ión. Cada episodio de Cuéntame cuesta 645.000 euros y cada entrega de Masterchef Celebrity, 479.954 euros. Este año, para adornar la actuación de Blas Cantó, se contrató a un escenógraf­o afamado, el austriaco Marvin Dietmann, que lleva otra media docena de candidatur­as en Róterdam. Con todo, el escenario estará presidido por una gran luna flotante de siete metros de diámetro como único elemento y objeto de memes durante los ensayos al poder comprarse en Aliexpress por poco más de 600 euros.

“Montamos cosas que ya hacía José Luis Moreno”, ha afirmado estos días Barei, que conectó con la comunidad eurofán pero no con la delegación que abanderaba. Histórico es su relato desahogado, hasta el punto de que TVE perdió en un cajón su storyboard, que nunca llegó a Estocolmo. Incluso amenazó con plantarse un mes antes del festival y desistir de participar si no le dejaban hacer un recurso escénico que se sacó de la manga “porque costaba cero euros y ni eso querían dejarme hacer”. Polémica que se une a otras tantas: las sospechas en la elección de candidatur­as como las de Son de Sol, D’nash o Manel; los presuntos problemas internos con los equipos de trabajo de Pastora Soler, Edurne o el propio Cantó; los reproches de otras artistas como Soraya o el vestido que deprisa y corriendo se tuvo que comprar para la final Ruth Lorenzo. Por no hablar de Chikilicua­tre, donde TVE y El Terrat se repartiero­n al 50% los derechos del personaje que encarnaba David Fernández.

Pero no pierdan ripio (21.00 horas, La 1) del espectácul­o en el Ahoy Arena que apunta a cantar victoria en francés. Será la final más abierta que se recuerda. Como principale­s aspirantes la gala Barbara Pravi y su Voilà, sello de la tradiciona­l Chanson y autora de la canción que conquistó el Junior hace medio año; así como el suizo Gjon’s Tears y su Tout l’univers, famoso por ser sintonía del docushow de Rocío Carrasco. ●

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Fotos: eurovision.tv Blas Cantó, durante uno de los ensayos en el Ahoy de Róterdam.
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