Diario de Noticias (Spain)

Un indulto imprescind­ible

- POR Koldo Aldai

a libertad es una herencia sagrada e inviolable, un derecho superior que nos ha otorgado la vida. Si un humano priva a otro humano de ese derecho, ha de albergar una razón muy poderosa. El ser humano en prisión tiene que constituir un auténtico peligro en la calle, en condición natural de libertad.

Quien priva a otro ser de libertad sin que le asista una razón poderosa comete un atropello. No necesitamo­s togados que sumen crispación, sino todo lo contrario. Merecemos una justicia más imparcial, más proclive a contribuir al progreso y al reencuentr­o entre los humanos. Un tribunal que se opone a una medida de gracia que ayudaría a restañar heridas y avanzar en la concordia humana, comete un serio error.

No necesitamo­s jueces con claro escoramien­to ideológico y movidos por el afán revanchist­a. Las fuerzas y las entidades que obstaculiz­an el acercamien­to, la reconcilia­ción entre los diferentes grupos humanos en conflicto, incurren en suprema responsabi­lidad. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra y que no asome por Colón.

España no será si no perdona, si sigue imponiendo, si no se reinventa en una unidad diversa libremente asumida. Complicado futuro le aguarda a un pueblo que no alcanza a perdonar a quienes no han cometido serio delito. Ninguna persona, ningún pueblo progresa si no perdona. La oportunida­d que se nos brinda ahora es grande. España tiene hoy la oportunida­d de sacudirse sus lastres más oscuros e intransige­ntes que le vienen acompañand­o en su historia. No debería perderla, aferrarse a su orgullo, cargar contra quienes le brindan la posibilida­d de dar ese vital paso. Triste comunidad la que se vale de recovecos en leyes, ya en buena medida superadas, para enrocarse y dar la espalda a la concordia y el futuro.

La historia y sus pruebas aguardan agazapadas. “Como es en pequeño, es en grande”, al igual que las personas, los pueblos tienen también sus vitales puertas de iniciación. Atravesarl­as les coloca en otro punto de su conciencia evolutiva. El Estado español puede dar ahora ese importante

Lpaso de la mano de su gobierno progresist­a. En Colón se reúnen quienes rechazan atravesar el portal y, sin embargo, habrá que traspasarl­o. Podemos postergar la hora, pero será en balde. El desafío estará siempre ahí aguardando, la prueba de abrir los injustos cerrojos, de reconocer que el centralism­o erró y que la imposición no es el camino. Colón deberá vaciarse; el ordeno y mando quedar poco a poco atrás en el nuevo tiempo llamado a consagrars­e en plena libertad.

Quienes se rebelaron ante la imposición jamás usaron la violencia ni instigaron a la misma. Apelaron siempre a la no-violencia, luego el gesto que esta hora demanda es mínimo. Ningún tribunal que se considera supremo debería oponerse a tan ético paso, a tan necesaria medida. No habrá futuro sin ese indulto, por más sacrosanta carta magna que se quiera interponer como fallido argumento. Las genuinas cartas magnas son las que acogen e integran, las que permiten el pleno ejercicio de las libertades. El indulto representa el mínimo e imprescind­ible altruismo para el renacer de una España generosa. El indulto haría bien a Catalunya, por supuesto a los presos políticos y familiares, pero sobre todo España no puede prescindir de esa revisión de su pasado autoritari­o, de esa sincera catarsis que desde hace tiempo le aguardaba. No llevemos nuestros pasos a Colón, no sumemos con nuestra presencia a la de quienes no desean perdonar. No nos disolvamos entre quienes miran hacia atrás, entre quienes dan la espalda a la reconcilia­ción y por lo tanto a la esperanza. Hagamos silencio, exploremos dentro, reflexione­mos sobre qué es lo que dificulta aflore en nuestro interior la joya de la compasión. No salgamos a la calle a reforzar la revancha, a unirnos con quienes desean la prisión del otro. ¿En realidad quien cometió delito? ¿No serán los de Colón culpables de imponer una forzada unión, los responsabl­es de abocar a la desobedien­cia de la ley?

Si nos manifestam­os contra el perdón, nos estamos a nosotros mismos condenando, cerrando las puertas para ser nosotros mismos perdonados. Si nos manifestam­os contra el perdón, ¿quién irá en nuestro socorro cuando a nuestras espaldas se cierren las rejas? ●

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