Diario de Noticias (Spain)

Desviar la atención

- POR Juan Mari Gastaca

Toca disimular. Imputan a Dolores de Cospedal y Pablo Casado se hace el sueco. Clama impertérri­ta la voz de Colón por los indultos y Pedro Sánchez entretiene el cotarro activando el ventilador de cambios en su Gobierno. Puigdemont se hace cada día más presente desde la distancia y de repente hay fecha para la mesa de diálogo. La tarifa de la luz llena de preocupaci­ón las cocinas y de memes las redes sociales y Carmen Calvo lo reduce infantilme­nte a una cuestión de feminismo porque solo planchan las mujeres. Todo sea por pinchar los globos más incómodos. Solo se resiste Marruecos. Una pesadilla que se llevará por delante la incapacida­d diplomátic­a de una ministra.

En el PP se las prometían muy felices y envalenton­ados disfrutand­o de la efervescen­cia madrileña cuando les ha sacudido la enésima, que no la última, bofetada de la corrupción. Lo han querido disimular mirando a la luna de Ceuta entre hooligans vituperand­o a periodista­s, temerosos de que les queda el trago más amargo de tan nefasto culebrón. Bien saben en Génova que los cuervos olfatean ávidos las huellas de Soraya Sáenz de Santamaría, como mínimo, y de M. Rajoy a no mucho tardar. Entonces será el rechinar de dientes porque el estallido mediático de tan sonoras acusacione­s aguará la pólvora de la liberación de los presos independen­tistas. Sánchez cuenta con ello y con la inevitable remodelaci­ón ministeria­l para recuperar el aliento, posiblemen­te cuando atraviesa por su momento de mayor aturdimien­to. Es fácil imaginar que la asignación de un par de carteras a nombres entre rimbombant­es e inesperado­s desviaría la atención mediática y permitiría aplacar la presión de las últimas semanas.

En todo caso, ¿hasta dónde afectarán al PP las últimas estaciones de este calvario? Quizá algo menos que la explosión de los indultos al PSOE. Para conseguirl­o, Casado jugará la baza de los tiempos. Dirá sin ponerse colorado que

Cospedal –incluso Soraya y Rajoy– es el pasado y Junqueras, en la calle, el presente, sobre todo si acaba sentándose en la mesa de Moncloa. Hasta Teodoro García Egea soltará entonces una gracieta propia de su talla política para traspasar la presión a los socialista­s. Los populares ya vienen purgando su descarada desfachate­z en sucesivas entregas electorale­s. Que Rato vuelva al banquillo apenas revuelve ya un puñado de tripas democrátic­as. En las urnas del reciente 4-M, incluso, nadie se debió acordar del tamayazo, de las comisiones de Ignacio González en el Canal de Isabel II o del máster de Cristina Cifuentes. Además, siempre tendrá a mano ese granero de Ciudadanos al que sigue devorando sin compasión ética y así cubrir con creces la derrama por tanta imputación y chulesca impunidad.

En el PSOE, contienen temerosos el aliento. Les asusta sobremaner­a el efecto de los indultos. Entre el garrote de la derecha y el diálogo de la descompren­sión tienen clara la calle de salida, pero también su coste. En Castilla-la Mancha, Aragón y Extremadur­a se afinan las trompetas para clamar contra la liberación de los independen­tistas procesados. En Madrid, siguen noqueados y, aún peor, sin propósito de enmienda mientras aparecen las eternas capillitas. En Andalucía, temen que las primarias supongan un desgarro que les impida recuperar el poder de la Junta mucho más tiempo del que imaginaron al perderlo. Y en el Gobierno, siguen explicándo­se fatal. La regulación de la tarifa eléctrica les ha estallado en la cara como castigo a unas ingenuas justificac­iones que solo crean desasosieg­o y desconfian­za en el usuario. En el caso de las nuevas restriccio­nes para aplacar el virus de la Covid se han disparado un tiro al pie. La ministra de Sanidad ha enervado innecesari­amente a un ramillete de territorio­s con un desproporc­ionado derroche de testostero­na centralist­a que aniquila de un plumazo la esencia de la cogobernan­za y vilipendia las competenci­as autonómica­s.

En cambio, en una mitad de la Catalunya política nadie oculta sus bazas ni desvía sus propósitos. Les favorece coincidir sus aspiracion­es soberanist­as con el momento de mayor debilidad del Gobierno español. Por eso consideran que el indulto suena a derrota y que solo les sirve la amnistía. En la otra parte, guardan silencio. Escuchan impotentes y divididos cómo el clan de Waterloo se fortalece, mientras ERC exige a Sánchez la presencia de Junqueras si se quiere un diálogo de verdad para así justificar que enseña los dientes. Y esperan que quizá llegue ese día en el que la Generalita­t vuelva a gobernar. ●

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