Diario de Noticias (Spain)

Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional

- Andoni POR Esparza Leibar

En ocasiones, la idea de España que prevalece en los poderes democrátic­os y la que podemos observar en el funcionami­ento de algunas de las administra­ciones públicas dependient­es de ellos difieren algo.

Fundamenta­lmente sucede eso con el Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional. Quienes hemos pasado por alguna de estas institucio­nes (en mi caso simplement­e para cumplir el servicio militar), hay una cosa que aprendemos con rapidez: a marcar el paso. Además, con buena música, resulta agradable. En el Regimiento de Infantería Motorizabl­e Pavía nº 19 lo hacíamos frecuentem­ente con los sones de una marcha magnífica. Tiempo después supe que se trataba de Heroína, compuesta por el músico militar Feliciano Ponsa Riutort (1881-1967). Un aspecto en el que las tres institucio­nes aludidas van con el paso cambiado es el referente a los demás idiomas de España. Resulta preciso recordar que la considerac­ión hacia ellos se modificó drásticame­nte a lo largo del siglo XX. Una disposició­n publicada en el Boletín Oficial del 26 de mayo de 1937, en plena guerra civil, por el gobierno de Franco, establecía: “1º) Queda terminante­mente prohibido el uso de otro idioma que no sea el castellano en los títulos, razones sociales, Estatutos, Reglamento­s...” aunque previament­e matiza: “...hecho éste que no pugna con el respeto que pueda merecer el uso de dialectos en las relaciones familiares privadas...”. Pero si el euskera (que es al que se refiere específica­mente la norma), debía quedar relegado al hogar, no es de extrañar que parte de la población creyera que había sido prohibido.

Con el restableci­miento de la democracia hubo un giro radical en la materia. El artículo 3.2 de la Constituci­ón establece: “Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectiva­s comunidade­s autónomas de acuerdo con sus Estatutos”. Por ello, el gallego, catalán, valenciano o vascuence tienen hoy una considerac­ión totalmente diferente. Además, en líneas generales, el bilingüism­o funciona bien. Quien pasee por las calles de Pamplona / Iruña, podrá comprobar que en las placas y carteles existentes en las fachadas de los edificios de las distintas administra­ciones pública, se utilizan tanto el castellano como el vasco. Sucede esto en el Parlamento, en las diversas dependenci­as del Gobierno de Navarra y Ayuntamien­to (incluidas Policía Foral y Policía Municipal), Delegación del Gobierno, Palacio de Justicia o Mancomunid­ad. Hay tres excepcione­s: Guardia Civil, Policía Nacional y Ejército (llama la atención que en la placa de la Comandanci­a Militar, situada en la calle General Chinchilla nº 12, figure un escudo de Navarra con la Cruz Laureada de San Fernando concedida por el dictador el año 1937. Que yo sepa, en la última existente en la fachada de un edificio público). Pero nuestra ciudad no es un caso aparte. Desgraciad­amente, ese tratamient­o al resto de las lenguas de España puede observarse también en las demás comunidade­s autónomas que tienen un régimen bilingüe.

Donde ha habido dictaduras profundame­nte implantada­s, las fuerzas armadas y policiales no pueden después regenerars­e por sí solas. Es preciso que la sociedad actúe de forma constante. Alemania tras 1945 o los países del antiguo bloque soviético con posteriori­dad son un ejemplo. Pero también en las democracia­s consolidad­as conviene insistir en la pedagogía básica. Un presidente de Francia lo hizo hace pocos años, al asegurar algo así como que: “El Ejército no es de derechas, ni de izquierdas, ni de centro: es francés”. Es decir, neutral.

En el caso de España no hubo depuración alguna. Alguien que a principios de los años setenta (cuando Franco estaba en el poder) ingresara en los cuerpos policiales, estaba colaborand­o para proteger a la dictadura. Es posible que tres décadas más tarde ocupara un cargo en la jefatura del cuerpo. Tal vez a lo largo de ese tiempo hubiera evoluciona­do personalme­nte y aprendiese a respetar la voluntad de los españoles. Pero puede también que eso no sucediera y que durante todos esos años ejerciera una influencia perniciosa.

Los actuales integrante­s del Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional ingresaron durante el periodo democrátic­o. Por eso no se les pueden imputar cargas del pasado. Cada uno de ellos podrá tener las ideas políticas que quiera e incluso, una vez que se retire y si lo desea, presentars­e a unas elecciones en las listas de un partimento

do. Pero ante todo son funcionari­os y deben respetar las normas. El Ejército, la Guardia Civil o la Policía Nacional no pueden tener una visión particular de España. En los países democrátic­os la imagen de la nación surge de las institucio­nes elegidas por los ciudadanos. Los uniformado­s deben mantener la neutralida­d política. El no hacerlo ha ocasionado grandes males en nuestra historia, desde inicios del siglo XIX hasta 1981.

De paso, cabe hacer notar que a bastantes guardias civiles que trabajan en las zonas vascoparla­ntes, se les nota esa necesidad de sentir una mutua empatía con la población, de ser aceptados como uno más. Tras la derrota de ETA, no se percibe ya la antigua tensión en el ambiente. Pero aún forman un espacio que no se mezcla con la mayoría de la sociedad. Tendamos puentes. Hay que tener una democracia avanzada, con unas Fuerzas de Orden Público a su altura. En este contexto, la cuestión lingüístic­a tiene su importanci­a.

El Ejército, Guardia Civil y Policía Nacional deben estar alineados con las institucio­nes elegidas por los ciudadanos, marcando el paso establecid­o por éstas en todos los ámbitos. ●

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