Anna y Olivia, el morbo de nunca acabar
más nobles y también más difíciles, sobre todo, si se pretende hacer bien. Tampoco estoy diciendo que no debamos hablar del asunto. Es evidente que las circunstancias que concurren constituyen un acontecimiento noticiable de primer orden. Pero no necesitamos que nos golpeen cada medio minuto con la repetición en bucle del álbum de fotos y la videoteca familiar. Ni los testimonios arrancados a tirones igual a personas próximas a las víctimas que a viandantes que pasan por ahí. Y qué decir de las especulaciones sobre lo ocurrido basadas en absolutamente nada pero difundidas como si su fueran aproximaciones milimétricas a la verdad. Pues que están de más.
NO SOLO LOS PERIODISTAS – Aunque en el papel de propagador y traficante de morbo, mi gremio es el más concernido, no es el único que participa en este infame espectáculo. Me alarman esos expertos que, muchas veces de muy buena fe, alimentan los titulares con hipótesis aventadas sin conocer los hechos. Y por si faltara algo, de un tiempo a esta parte se han multiplicado los políticos que, ya sin filtros ni disimulos —el caso Rocío Carrasco ha sido el último dique derribado—, entran en el fango a hacerse selfis incontables mientras arriman el drama a su sardina ideológica. Luego tienen el rostro de pedirnos mesura a los demás. ●