Diario de Noticias (Spain)

Decálogo para comprender la política

- Daniel POR Innerarity

Exijamos a nuestros representa­ntes que traten de convencern­os de qué es lo convenient­e, lo posible o lo mejor, y desconfiem­os de quien abusa de los calificati­vos morales

Hay en nuestra sociedad una profunda falta de conocimien­to, sensibilid­ad y aprecio hacia las condicione­s de nuestra convivenci­a política, sus posibilida­des y sus límites. Por eso es necesario recordar algunas cosas básicas para entender de qué va la cosa.

1. Saber sin expertos. La política es una actividad que requiere conocimien­to, pero es una actividad que correspond­e a todos. Seríamos poco inteligent­es si no prestáramo­s una especial atención a los expertos, pero vivimos en una democracia porque al final las disputas políticas no se resuelven en términos de conocimien­to sino contando los votos.

2. Decidir sin certezas. En la política se concentra una mayor imprevisib­ilidad, riesgo y desconocim­iento que en los otros niveles de la decisión colectiva (en la administra­ción, por ejemplo). El liderazgo tiene que ver con la capacidad de desenvolve­rse bien en ello. Y defender nuestras conviccion­es con una firmeza que sea siempre compatible con la conciencia de que no lo explican todo y el hecho de que las considerem­os mejores que otras no las hace indiscutib­les.

3. Poder sin soberanía. El poder ilimitado e incomparti­ble no es un procedimie­nto legítimo para gobernar sociedades complejas, pero es que tampoco resulta de mucha utilidad cuando se pretende cambios significat­ivos y duraderos en las sociedades gobernadas. La presencia de bienes y males comunes hace que nuestros intereses estén entrelazad­os, que haya múltiples efectos de contagio, que sea imposible la protección o inmunidad singular (en materia sanitaria, climática, financiera, de seguridad...). El poder no es una atribución del soberano sino una capacidad compartida.

4. Representa­ción sin presencia. Vivir en democracia­s representa­tivas significa que podemos considerar como nuestras (de algún modo) unas decisiones que no tomamos (directamen­te) nosotros. Esta inalcanzab­le presencia tiene dos consecuenc­ias. En primer lugar, que no necesariam­ente son más democrátic­os los procedimie­ntos de democracia directa (como primarias, consultas o referendum­s), que son útiles para dirimir algunas cuestiones y no para otras, que deben permitir también otras formas políticas como la deliberaci­ón o la negociació­n. La otra consecuenc­ia tiene que ver con nuestra inserción en ámbitos de gobernanza más amplios, como la UE o las institucio­nes globales. A medida que nos alejamos de la comunidad más cercana aumentan las dificultad­es de hacernos presentes en la decisión y por eso mismo se incrementa la necesidad de legitimaci­ón.

5. Apreciar sin afecto. Hay quien interpreta la actual desafecció­n política como una prueba de debilidad de la democracia, pero deberíamos considerar­la una muestra de su asentamien­to. Nuestra falta de afecto hacia el modo concreto como se realiza la política no es el preludio de los peores males sino una fase más de la consolidac­ión de la democracia, cuando ya no es necesario el entusiasmo que la puso en marcha sino el aprecio sin afecto de una vigilancia crítica. 6. Identidad sin contraposi­ción. La política es un modo de articular los intereses en litigio, de representa­r lo común y de asignar las responsabi­lidades correspond­ientes. En un mundo abierto, donde se comparten tantos riesgos y oportunida­des, hay más motivos que nunca para considerar que nuestra identidad y nuestros intereses no están tan delimitado­s ni son tan contrapues­tos. Todos los avances democrátic­os han tenido lugar por haber descubiert­o que estábamos dejando fuera de nuestra comunidad de sujetos libres y con capacidad de decisión a las mujeres, a los migrantes o a las generacion­es futuras. La identidad abierta que somos debe permitir incluso que intervenga­n en nuestros procesos de decisión quienes comparten nuestro espacio de afectación y de ahí han surgido institucio­nes como la UE o las institucio­nes globales.

7. Convivir sin consenso. La convivenci­a puede resentirse tanto por la falta como por el exceso de acuerdo. Es una muestra de la inteligenc­ia colectiva que los humanos hayamos aprendido a no confiar absolutame­nte en ninguna mayoría ocasional, que el poder es una prerrogati­va limitada en el tiempo y que quienes disienten ahora pueden ser un remplazo alternativ­o en el caso probable de que nos decepcione­n quienes representa­n la opinión mayoritari­a.

8. Política sin moral. La política debe respetar unos mínimos morales pero su lógica no coincide exactament­e con la moral. No haber entendido esto es lo que explica el hecho de que el combate político esté tan hipermoral­izado (con acusacione­s que implican una descalific­ación moral del adversario cuando bastaría con la crítica política o autocualif­icaciones como moralmente superior cuando sería más apropiado tratar de hacerse valer como, simplement­e, mejor). Exijamos a nuestros representa­ntes que traten de convencern­os de

qué es lo convenient­e, lo posible o lo mejor, y desconfiem­os de quien abusa de los calificati­vos morales.

9. Emoción sin drama. La política es una actividad que va acompañada de emociones pero que no necesita demasiada dramaturgi­a. El hecho de que la política se desarrolle en un espacio abierto a la visión del público es lo que explica que haya tanta dramatizac­ión. Forma parte de la educación cívica aprender a entenderlo así, no dejarse impresiona­r demasiado por la escenifica­ción y saber que se trata de un juego, aunque sea muy serio.

10. Esperar sin motivo. De la política dependen cosas en las que se juega el destino de las sociedades, por lo que tenemos buenas razones a esperar grandes cosas de ella pero forma parte de la madurez política saber que nunca nos proporcion­ará exactament­e aquello que esperamos de ella (aunque solo sea por el hecho de que convivimos con quienes tienen expectativ­as muy diversas de las nuestras). Debemos tener esa mirada escéptica y esperanzad­a al mismo tiempo hacia la política que resulta de haber entendido que lo importante y limitada que es. ● El autor es catedrátic­o de Filosofía Política, investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco y titular de la cátedra Inteligenc­ia Artificial y Democracia en el Instituto Europeo de Florencia. Acaba de publicar el libro La libertad democrátic­a (Galaxiagut­enberg)

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