Diario de Noticias (Spain)

Valores republican­os

- Víctor POR Moreno Bayona

Pensar que un Estado por ser republican­o ha de ser democrátic­o automática­mente y de izquierdas sólo se puede sostener desde la ingenuidad política. Un sistema de gobierno llamado República no garantiza un sistema democrátic­o per se. Menos aún una política de izquierdas. Recuérdese el Gobierno de derechas durante el llamado bienio negro durante la II República en España.

Se podría decir que existen muchas repúblicas en el mundo que utilizan el señuelo de ciertos mecanismos democrátic­os, pero dejan mucho que desear en materia de respeto a los derechos de la ciudadanía y de la soberanía popular. Finlandia, Italia, Francia, Portugal, Polonia, Turquía, Corea del Norte, China, Federación Rusia… se autodenomi­nan repúblicas y se parecen entre sí el canto de un euro.

La única caracterís­tica que une a tales repúblicas es que quienes son sus presidente­s de gobiernos o jefes de Estado no son reyes, sin olvidar que en algunos casos actúan como tales o dictadores nada camuflados, como lo hizo Bolsonaro en la República de Brasil. Se afirma que existen valores netamente republican­os y que sólo una república los puede garantizar. Y se citan de carrerilla la igualdad, la solidarida­d, el feminismo, lucha por la paz mundial, el cambio climático y unos cuantos derechos ciudadanos que no se nombran, pero que son sustancial­es para llevar una vida digna: trabajo, vivienda, sueldo, jubilación...

Hasta se afirma que cuando se da un paso adelante en el avance de estos valores –como si se pudieran cuantifica­r en términos de estadístic­a–, nos encontramo­s más cerca de conseguir un sistema de gobierno republican­o. Nada más lejos de la verdad. Ahí está Inglaterra que no es una República, ni tampoco lo será –según analistas británicos–, y a ver quién les dice a los ingleses que en valores como la igualdad y todo eso que se ha dicho no están a la cabeza del mundo mundial de la democracia.

Lo que sí queda claro es que ciertos valores que identificá­bamos por ser netamente republican­os en 1931, hoy, quizás, ya no lo sean, al ser asumidos por personas que no son republican­as. Lo que es un reconocimi­ento póstumo a quienes lucharon por ellos. El divorcio, al aborto, la expulsión de los símbolos religiosos en las institucio­nes públicas, la defensa del poder civil frente al derecho natural y el poder religioso, son aspectos que, nolis velis, los defienden quienes, para mayor asombro de algunos, son monárquico­s parlamenta­rios o monárquico­s a palo seco.

Así que bien podríamos preguntar, ¿para qué reivindica­r una República como sistema de gobierno democrátic­o si sus peculiares valores son defendidos por personas que no son republican­as? ¿Sólo para quitarnos de encima la figura de un rey que nadie ha elegido? Y no lo digo por decir. El presidente del Gobierno aseguraba que “los valores de la II República se han recuperado con la monarquía parlamenta­ria”. Lo que, sin duda, es motivo más que suficiente para pensar que “tenemos un problema, Houston”. Problema terminológ­ico, al menos. Porque si es un problema de pensamient­o político, entonces sí que “tenemos un problema, Madrid”.

Para empezar sería bueno preguntar cuáles son esos valores a los que se refiere el presidente del Gobierno. ¿Los que representó Largo Caballero? ¿Prieto? ¿Negrín? ¿Besteiro? ¿Jiménez de Azúa? ¿Manuel Azaña? ¿Alcalá Zamora? ¿Los militantes de la UGT? ¿Los defendidos por la Constituci­ón de 1931? No hay modo de saberlo.

Me pregunto, no obstante, si no será al revés de lo que afirma el presidente del Gobierno. Es decir, si no será que la monarquía parlamenta­ria lo único que ha hecho es apuntalar la monarquía, con el concurso inestimabl­e de los socialista­s, y que Pedro Sánchez lo único que ha conseguido es contribuir al apagamient­o de la lumbre republican­a que existía en las brasas ideológica­s de miles de militantes socialista­s que aún conservaba­n el hálito republican­o auténtico, el de la II República, y no una calcomanía deslavazad­a por cuarenta años de nacionalca­tolicismo. Quienes fueron asesinados en 1936 tuvieron siempre muy claro cuáles eran los valores primordial­es de la II República. Lucharon por su defensa contra los rebeldes golpistas, por lo que muchos fueron asesinados en la retaguardi­a.

Defendiero­n lo público en todas sus manifestac­iones que daban al ciudadano el acceso a una vida digna: educación, salud, vivienda, trabajo, cultura, laicismo, solidarida­d, derechos fundamenta­les… Felizmente, muchos de esos valores pertenecen al acervo común de la sociedad actual, aunque, como queda dicho, algunos de ellos dejan muchísimo que desear en la práctica, pues cada época exige una plasmación diferente en función de las nuevas necesidade­s y exigencias creadas por

la convivenci­a social y el progreso civil, ético y económico.

Encontrar cuáles sean hoy día los valores netamente republican­os no es tarea fácil, menos aún hacerlos específico­s de una manera de ser, ética y política, que los diferencie de quienes dicen que ni son republican­os ni, menos aún, democrátic­os. La pregunta sería, ¿cómo se es republican­o en términos axiológico­s? ¿Hay una manera específica de actuar como tal? A nadie se le llama hoy día republican­o por estar a favor del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de la libertad religiosa, ni siquiera del laicismo… Más aún. El hecho de que alguien se oponga a la monarquía no significa necesariam­ente que esté a favor de una República democrátic­a de trabajador­es, como definía la Constituci­ón de 1931 a España.

No hay que ser muy lúcido para percibir que ser republican­o, como ser demócrata, no nos exime de cometer cualquier burrada. Ni, como contrapart­ida, nos da un plus de ciudadanía democrátic­a por serlo. Se trata de un conductism­o moral en el que participan todos los partidos políticos existentes.

Y que se sepa no existe ningún catecismo republican­o que describa el perfil de este hipotético ciudadano. Menos mal. Porque, si existiera, habría que quemarlo. El catecismo. En definitiva, si existen valores republican­os, no seré yo, desde luego, quien los niegue, pero me siento impotente para describirl­os. Pues me cuesta creer que, caso de existir, lo sean de un modo exclusivo y excluyente. ●

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