EL CLAN DE LOS 211 LERGA
● 71 descendientes de ‘Casa Mañas’ de Eslava se dieron cita en un emotivo encuentro familiar que congregó a 4 generaciones ● Carlos Lerga Azurza, de 96 años, es el mayor de una saga que recupera con orgullo su historia
ESLAVA – Los Lerga son mucho más que un clan familiar. Comparten antepasados comunes que se remontan siglos en el tiempo -documentados al menos hasta el siglo XVI- pero lo que une de veras a sus más 200 miembros, además del linaje, es el hecho de compartir raíces en un pueblo que tira más que la sangre. Quizás porque todos sus ancestros celebraron los grandes momentos de la vida con el vino de las mismas viñas, porque supieron mantener las tradiciones y costumbres de un pueblo agrícola pero próspero que a su vez conserva el orgullo de la antigua ciudad romana que fue, o a lo mejor porque esa afición innata a la música la han disfrutado siempre juntos. Y, hoy, es difícil encontrar a un Lerga que no sepa cantar, tocar un instrumento, bailar o al menos que se pueda tildar de mal anfitrión.
Lo cierto es que los Lerga de Eslava llevan la alegría impresa en el ADN. Lo demostraron el pasado sábado -1 de abril- en el reencuentro en el que participaron 71 Lergas de hasta cuatro generaciones. La jornada festiva comenzó con la celebración de una misa en la iglesia de San Miguel a la que siguió una comida en el local municipal tras la que no faltaron los bailables con la presencia de un mariachi. Parte de los 211 descendientes de una rama común procedentes de distintos pueblos como Salinas, Zabalza, Sansoáin, Orosiain, Tafalla, Ayesa, Moriones, Gallipienzo, Cáseda, Aldunate, Redín, Zoroquiáin, Celigüeta, Sengáriz, Loya, Julio, Arteta, Pitillas, Falces, Murillo el Fruto o San Martín de Unx, además de Eslava. Un encuentro capitaneado por Iosu Lerga Galar -tercera generación de la saga Lergaque lleva más de 20 años investigando en el árbol genealógico de sus tatarabuelos. “No lo habíamos hecho nunca y a raíz de que murió Ángeles Valencia, la madre de Jesús Ángel y Vicky, decidimos que había que proteger ese patrimonio inmaterial antes de que desaparezca. Este encuentro quiere ser un homenaje a nuestros mayores a los que debemos lo que somos y a los que queremos muchísimo. Se lo merecen”, subraya.
La estirpe de los Lerga se sabe además portadora de una mochila de fortaleza y de genes longevos. A sus 96 años Carlos Lerga fue el patriarca de la velada derrochando salud y buen temple lo que demostró bailando rancheras junto a su mujer Juani. Carlos y su hermana Maribel, que estuvo acompañada de su marido Josetxo Lazcoz, son hijos de Mario, nacidos en casa Mañas, la casa nativa que vio nacer a nueve hermanos Lerga. Todos ellos descendían a su vez del matrimonio que encabeza el árbol genealógico y formado por Eleuterio Lerga Zuza procedente de Zabalza que se casó en 1889 con Benita Martinez de Azagra Tellería, de Pitillas. “De los nueve hijos Daniel se marchó a Galipienzo, Pedro a Zaragoza, algunos emigraron, y el resto se quedó en Eslava. Salvador fue el electricista del pueblo”, explica Iosu Lerga. “Aurelia por ejemplo se casó en el pueblo y tuvo seis hijos. De los 211 descendientes directos que tenemos localizados fueron convocados a la comida un total de 136 adultos, de los que vinieron 71. Los 108 jóvenes mantienen también mucha relación con Eslava; todos los nietos son íntimos desde pequeños, una piña”, reconocen sus padres. “Son 35 primos carnales sucesores de los nueve hermanos. De la tercera generación, Jesús Ángel Lerga Valencia, hijo de Jesús Lerga y que regenta el restaurante El Pañuelico, viene casi todos los fines de semana al pueblo. Y su hermana Vicky vive aquí, al igual que Alfonso y Sara Lerga Lecumberri...”.
SEGUNDA GENERACIÓN De la segunda generación, la mayor pero todavía muy guerrera, compartieron recuerdos los hermanos Mª José (80), Agapi
to (84) y Javier (82) Lerga Zaratiegui, los hijos de Fidel Lerga (hijo de Eleuterio y Benito) y Apolonia Zaratiegui. En casa Mañas fueron agricultores. “Se dedicaban al cereal, al olivo, a la viña... Era una casa acogedora, todos los sobrinos venían a nuestra casa desde chiquitos”, destaca Agapito Lerga, padre de Iosu Lerga. “En fiestas si había que matar tres o seis conejos, o cinco pollos... todo era poco para agasajar a los invitados”, admite quien también recuerda entre risas que los de Eslava tienen fama de “noctámbulos y de meterse tarde a la cama; de mote somos mochuelos y chirriosos”. A sus 84 años cree tener la receta para mantener unida a la familia: “No ser muy egoísta y mantener el buen humor”. Un humor que nunca ha faltado en casa. “Mis padres sabían tocar la guitarra y la bandurria. En casa Labairu se juntaban las familias para cantar. !Eran muy juerguistas!”, relata Agapito. Cultura musical que no se olvida fácilmente: “Con diez años recuerdo a mi madre cantando la jota, a los 20 cantaba yo con mi hijo y, ahora, lo hago con el nieto”, explica con orgullo. Su primo Jesús Lerga, padre de Jesús Ángel, aprendió a tocar a oído y en el pueblo no hay quien no recuerde su talento musical, todo un portento, reitera María José Lerga.
“Muchos emigraron a la ciudad, el hermano mayor montó una panadería en el pueblo, era el padre de Alfonso Lerga Lecumberri. Hubo hasta una pescadería de ‘Lergas’ que llevaron los hijos de Santos Lerga, Alfonso, Asun y Jesús, admite Javier Lerga Zaratiegui, que a sus 82 años sigue trabajando las viñas de casa, que suman más de cuatro hectáreas. “El ambiente entonces era familiar, había muy buena relación entre todos, los hijos y primos ayudaban a vendimiar y se trabajaba mucho pero también se disfrutaba”, resalta.
Lourdes Sota Perez, de 65 años, vivió en Eslava hasta los diez años y también conserva muy buenos recuerdos de su infancia. Su abuela Felisa nació en el pueblo, y su madre se casó con el panadero de Tafalla, Tomás Pérez Por aquel entonces Eslava tenía cine, había baile y ponían la tómbola en fiestas. Casi nada. “Había bar y los domingos se tomaba el vermut y nos reuníamos en la casa parroquial. Tengo que reconocer que el ambiente es el mismo que hace 55 años”, asume mientras comparten fotos antiguas entre los once miembros de la familia que acudieron al evento. Fue la ocasión perfecta para reforzar los lazos familiares y compartir gratos momentos después de la pandemia.
Iosu reconoce que “en esta ocasión ‘sólo’ nos hemos juntado 71 para comer, pero para las próximas citas, que seguro las habrá, esperamos contar con los 117 jóvenes que no hemos podido invitar por cuestión de aforo, pero que estuvieron con nosotros disfrutando de la familia todo el día”. “Lo más bonito han sido las sonrisas que repartieron nuestros mayores a lo largo de todo el día”, reitera. Un encuentro realmente emotivo, a lo grande y que pasará a la historia.●