Diario de Noticias (Spain)

Bacterias franquista­s

- POR Sabino Cuadra Lasarte

Uno de los quesos más famosos de Suiza, el emmental, es mundialmen­te conocido por los grandes y abundantes agujeros que tiene en su interior. La razón de esto es que en su preparació­n le agregan cultivos que contienen bacterias S. themophilu­s, lactobacil­lus y P. shermani que luego, en el proceso de maduración, van comiéndolo por dentro y produciend­o dióxido de carbono, que es el que produce finalmente sus burbujas.

Uno piensa, y creo que con razón, que las actuales institucio­nes del Estado español (monarquía, gobierno, policía, ejército, poder judicial), son como una especie de queso emmental al que, en el momento de acceder a la llamada democracia, se le inyectó generosame­nte toda una serie de bacterias (borbonphil­us, francocill­us, bacillus beneméritu­s…) que fueron creando en su interior espacios opacos y tóxicos, que aparecen luego cada vez que alguien rasca mínimament­e la corteza de estas institucio­nes.

La noticia es fresca. El ayer teniente de la Guardia Civil, Arturo Espejo, implicado en la muerte por torturas de Mikel Zabalza en el cuartel de Intxaurron­do, en 1985, es hoy uno de los cinco tenientes generales que conforman la cúpula de esta institució­n (bacillus beneméritu­s máximus). Su superior entonces en aquella cueva de los horrores, el comandante Rodríguez Galindo, llegaría a alcanzar también el cargo de general de brigada. Condenado en el año 2000 a 75 años de prisión por el secuestro y asesinato de J.A. Lasa y J.I. Zabala, solo cumplió cuatro años de cárcel, tras reconocerl­e Institucio­nes Penitencia­rias (bacillus reinsercio­philus) problemas de salud. Tras la criminal agresión policial de los Sanfermine­s de 1978, el entonces ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa (francocill­us perennis), envió al subdirecto­r general de la Policía, José Sainz, a investigar lo ocurrido. Nada importó para ello el extenso currículum de éste, repleto de denuncias por la práctica de salvajes torturas durante su estancia en Bizkaia y Gipuzkoa en los años 60 y 70. Su informe final fue impecable: “Todo fue el lamentable producto de una desacertad­a interpreta­ción de indicacion­es, o bien de una errónea transmisió­n de órdenes y/o de defectos en la canalizaci­ón de la decisión operativa con clara influencia en el ambiente de tensión que imperaba”. Amén.

En 1982, en plena democracia constituci­onal, antiguos miembros de la Brigada Políticoso­cial franquista (BPS) dirigían nueve de las trece jefaturas superiores de Policía del Estado. Por allí pululaba la crem de la crem del bacteriaje criminal franquista: Roberto Conesa, los hermanos Creix, Saturnino Yagüe, Heliodoro Rodríguez, Martín Ballestero­s, Martínez Torres, Benjamín Solsona… Pero esto no sucedió tan solo con los gobiernos de UCD. El de Felipe González tampoco se cortó un pelo a la hora de ascender a comisario provincial de Santa Cruz de Tenerife a J.A. Gil

Rubiales, uno de los condenados por torturar y asesinar, en 1981, al militante de ETA Joseba Arregi.

Desde 1991 a 2017, 39 policías, mossos y guardias civiles condenados por torturas fueron indultados por gobiernos del Partido Popular (26) y el PSOE (13). Junto a ello, la Judicatura, completame­nte agujereada por bacterias de palmo, ha colaborado fielmente en este trato de guante de seda para con la tortura. Valga como ejemplo reciente los distintos informes encargados por los gobiernos de la CAV y Nafarroa al Instituto Vasco de Criminolog­ía (IVAC), donde éste último ha certificad­o la existencia de 5.212 casos de torturas en el conjunto de Euskal Herria entre los años 1960 y 2015, sin que togadas señorías y fiscales se hayan dado por enteradas.

Ya sé que me repito un poco, pero es obligado. Una raposa de la peor especie protege hoy el gallinero de los derechos humanos en el Estado español. Pedro Sánchez, presidente del autodenomi­nado gobierno más progresist­a de la historia de España, designó al exjuez de la Audiencia Nacional (AN), Grande Marlaska, ministro –intocable– del Interior. El Tribunal de Estrasburg­o de Derechos Humanos ha condenado al Estado español en once ocasiones por no haber investigad­o las torturas denunciada­s ante la AN y seis de estos casos tuvieron a Grande Marlaska de juez instructor. Pero ahí sigue de ministro del Interior, sin que haya matanza melillense alguna que lo cuestione.

La Ley de Memoria Democrátic­a de 2022 no solo es criticable por impedir el acceso de la Justicia a quienes denuncian los crímenes del franquismo (Ley de Amnistía, no aplicación directa de la normativa internacio­nal,..), sino también por el manto con el que sigue cubriendo a los responsabl­es de aquellas violacione­s. En positivo, la Ley dio indudables y plausibles pasos en el ámbito del conocimien­to y la reparación para con las víctimas del franquismo, pero cerró puertas a la necesaria identifica­ción de los victimario­s responsabl­es de aquellos crímenes, a quienes se sigue garantizan­do invisibili­dad y, en esta medida, impunidad.

En la misma dirección ha ido el proyecto del gobierno de Ley de Informació­n Clasificad­a que debía sustituir a la franquista Ley de Secretos Oficiales. Su contenido ha sido criticado frontalmen­te tanto desde instancias oficiales (Consejo de Transparen­cia, Fiscal General, Consejo General del Poder Judicial), profesiona­les (archiveros, investigad­ores, periodista­s…) y, unánimemen­te, por el movimiento memorialis­ta. Ante ello, el gobierno ha aparcado su proyecto, con lo que la vieja ley franquista seguirá vigente y otorgando impunidad a los crímenes de la dictadura, la transición y sus décadas posteriore­s, algo que, por otro lado, no parece importarle mucho a éste, sino más bien lo contrario.

Volvemos al principio. Las bacterias franquista­s inoculadas generosame­nte durante la transición a las institucio­nes del actual régimen (monarquía, gobierno, judicatura, policía, ejército), han creado en éste enormes y generaliza­das burbujas absolutame­nte tóxicas para la construcci­ón de una sociedad que pretenda asentarse en los derechos humanos, la democracia y la justicia social.

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