Diario de Noticias (Spain)

Mikelarena: las falsedades sobre nuestro padre

- POR Manuel Martorell*

Hay en el escrito de Fernando Mikelarena, publicado en este diario bajo el título, “La génesis de la desmemoria postrequet­é”, una serie de errores que podría haberse ahorrado si se hubiera puesto en contacto con la familia, con los hijos de Tomás Martorell Rosáenz, a quien vincula con los graves crímenes cometidos en La Rioja durante los primeros meses de la Guerra Civil. Varios de sus hijos preguntamo­s a nuestro padre por esos asesinatos y no solo los aborrecía sino que nos dijo, la última vez ya a las puertas de la muerte, que en los tres años de guerra ni siquiera tuvo que pasar por la desagradab­le experienci­a de ver el fusilamien­to de nadie.

Es cierto que hay lagunas temporales en su biografía como bien señala Mikelarena, pero las hay no solo al principio, también en el medio y al final, pero que no cuente lo que hizo en esos lapsus temporales no quiere decir que cometiera los terribles asesinatos a los que se refiere. Al citar el trabajo de Gil Andrés, deja caer que nuestro padre habría formado parte de las cuadrillas de matones que se dedicaban a labores de limpieza, sin mencionar dato alguno y cuando tampoco lo nombra Gil Andrés. Sí lo hace Antonio Hernández García, autor del primer y voluminoso trabajo sobre la represión en La Rioja, pero, además de confundir su segundo apellido y hacer una referencia genérica a su actuación, no aporta tampoco datos concretos y, además, afirma que fue uno de los principale­s activistas de la Falange, cometiendo así un grave error que siembra dudas sobre el rigor de su trabajo. Solo esperamos que su encomiable obra no tenga otros errores tan garrafales como éste. Antonio Hernández también tuvo la oportunida­d de hablar con la persona sobre la que vertía tan grave acusación porque todavía vivía y mantuvo su lucidez mental hasta sus últimos momentos. La autobiogra­fía Andanzas de un carlista del siglo XX, se publicó el año 2001 y él falleció unos años después. Sin embargo no lo hizo, manteniend­o su falsedad sin importarle el daño que pudiera hacer. En el peor de los casos, podría haberse puesto en contacto con sus hijos, como le ofrecemos ahora de nuevo a Fernando Mikelarena pese a que haya realizado las más graves y directas insinuacio­nes que en este sentido se pueden hacer sobre una persona que, por cierto, al haber muerto, no puede defenderse.

Quienes le conocieron saben que en ningún momento aceptó la unificació­n con Falange, que era profundame­nte antifalang­ista y que acusaba a Franco de haber destruido el carlismo con el decreto de Unificació­n. De hecho, sufrió su primera represalia, nada más acabar la Guerra Civil, al dar la vuelta al retrato de Primo de Rivera que presidía la oficina de Milicias a la que fue destinado como militar.

Compartimo­s con Mikelarena las graves consecuenc­ias del pacto de silencio y de la ley de Amnistía elaborada por Adolfo Suárez y Martín Villa en la transición para lograr la reconcilia­ción y convivenci­a entre los españoles. Sin que hubiera afectado legalmente a ese perdón general, era necesaria la creación de una Comisión de la Verdad, en un momento en que los protagonis­tas de aquellos hechos todavía vivían y estaban en condicione­s mentales idóneas para aclarar quiénes y cómo cometieron esos crímenes, en vez de colocarnos ahora en la tesitura de elaborar teorías a base de suposicion­es sin documentos ni testimonio­s que demuestren la participac­ión en los asesinatos, como se hace en ese artículo. Si no existen los documentos que demuestran una teoría, no vale decir que han sido destruidos si tampoco se tiene constancia de esa destrucció­n; y si alguien se calla, no quiere decir que haya participad­o en los crímenes. Si Mikelarena hubiera leído con más atención la autobiogra­fía de nuestro padre, se habría dado cuenta que él no quería escribir su relato de la Guerra Civil y que solamente aceptó hacerlo al ver cómo, un día sí y al otro también, en las series de televisión y en los escritos de algunos historiado­res, entre ellos el propio Mikelarena, se identifica­ba carlismo y franquismo.

La mayor parte de los carlistas rechazaron el régimen no porque se sintieran marginados sino, simplement­e, porque no habían salido a combatir para instaurar un sistema fascista. Sí es cierto que hubo carlistas que se integraron en el régimen, que aceptaron la Unificació­n con Falange y el nuevo sistema dictatoria­l, recibiendo por ello prebendas y cargos políticos de importanci­a. Pero estos colaboraci­onistas fueron apartados de la disciplina del carlismo mayoritari­o por quienes no aceptaron el régimen de Franco, entre ellos nuestro padre, y muchos otros combatient­es del Requeté, que permanecie­ron fieles al carlismo que se opuso a la dictadura franquista. Tomás Martorell jamás aceptó la legitimida­d del poder de Franco, como repetía una y otra vez. Es obvio que hubo carlistas que participar­on en la brutal represión de retaguardi­a, sobre todo en Navarra; no hay la menor duda de ello y así se ha reconocido en numerosas ocasiones; pero hubo muchos más que no lo hicieron porque la inmensa mayoría de la militancia carlista anterior a 1936 estaba combatiend­o fuera de la región.

Por otro lado, Mikelarena se arroga la autoridad suficiente para decirnos que nuestro padre nos mintió, que no nos dijo la verdad; suponemos que se refiere a su verdad, basada fundamenta­lmente en suposicion­es a falta de datos y pruebas, porque, si hubiera conocido bien a nuestro padre, como lo conocimos nosotros durante décadas de convivenci­a, no insinuaría que era un criminal y un mentiroso, porque, simplement­e, no lo era. Nuestro padre, junto a su esposa, nuestra querida, Calixta Pérez, nos inculcó desde pequeños la necesidad de luchar contra la dictadura, por la justicia social y por los Fueros de Navarra. Por eso, de los trece hijos que tuvieron, nueve pasaron por Comisaría, algunos varias veces, siendo brutalment­e golpeados al ser detenidos colectivam­ente y sufriendo torturas en un caso; ocho pisaron las cárceles franquista­s, algunos varias veces, y uno tuvo que exiliarse; por eso tenemos un sobrino venezolano. Nuestro padre también sufrió las represalia­s del régimen desde sus inicios hasta después de morir Franco; en los años 40 con registros policiales, el secuestro durante dos días por un grupo de jerarcas falangista­s y la expulsión de la vivienda oficial que le correspond­ía, teniendo que ser acogido en casa de otro carlista; la última detención fue el 21 de

febrero de 1977, por pedir en la calle la legalizaci­ón del Partido Carlista y la amnistía para todos los presos políticos. Esta es la verdad, nuestra verdad, la verdad de quienes le conocimos durante toda la vida.

Por eso, nosotros, sus hijos, tenemos derecho a defender esta verdad y nadie nos lo puede negar; menos una persona que se yergue en posesión de la verdad absoluta y al que exigimos se retracte públicamen­te. En todo caso, tendremos, como cualquier persona, el derecho de dirigirnos al Gobierno y al Parlamento, que él parece negarnos, por la sencilla razón de que deben estar al servicio de todos los navarros y no de los que piensen de una forma determinad­a. Pero tampoco se nos escapa que, tras el artículo, hay un objetivo de mayor calado: impedir que nuestras institucio­nes tengan una visión del carlismo más cercana a la realidad histórica. Por cierto, la cita de Rudyard Kipling –“vuestros padres no os contaron la verdad”- queda, por intelectua­l, elegante, pero el escritor y poeta británico se refería a quienes mandaron a sus hijos al combate inculcándo­les unos ideales patrios en la coyuntura puntual de la I Guerra Mundial y no puede extrapolar­se, manipulánd­ola de nuevo, a los padres que mantuviero­n, según Mikelarena, un inconfesab­le secreto a todos sus hijos durante toda su vida, cuyo contenido el autor de ese artículo, sin haberle conocido, parecer ser el único capaz de descubrirl­o.●

*Ademas de Manuel también firman; Tomás, Domingo, Ángel, Jesús, José María, Luis, Fernando, Lidón, Rosa, Pedro y Javier Martorell Pérez. Hijos de Tomás Martorell Rosáenz y Calixta Pérez Magaña

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