Diario de Noticias (Spain)

Poesía confinada

- Koldo POR Aldai Agirretxe

La polémica de la edad de la jubilación en Francia saca a la luz problemas más hondos, no sólo estructura­les, sino sobre todo existencia­les, vitales. La política tiene su limitado margen de maniobra y en la contestaci­ón subyace un descontent­o y crisis generaliza­das. Sería preferible que esta rebeldía apuntara al mundo que hemos creado y que evidenteme­nte no nos satisface, más que a un Macron de turno en particular. El personaje externo no debiera capitaliza­r el inconformi­smo. Él y su gobierno sólo cumplen su roll de ajustar las cuentas del Estado e intentar que los jubilados puedan llenar sus cestas hoy, también mañana.

Hay una enorme porción de población que no está donde quisiera, que pasa la tercera parte de su existencia en el lugar equivocado. No le gusta su trabajo y cuenta sus días para colgar el buzo, la bata o el uniforme. El trayecto hasta los 64 años semeja lejano e insufrible y sólo ansía por jubilarse. Si nuestra vocación fuera nuestra vida, no tacharíamo­s los días del calendario suspirando no volver a trabajar. Hay algo de muy tolerado engaño en servir donde no deseamos. Quizás debiéramos afrontar con humildad y franqueza esa derrota íntima, antes que engrosar la protesta. Este mundo urge más de serios y responsabl­es cuestionam­ientos internos que de descontrol­adas algarabías. El arte y la creativida­d no debieran ocupar los márgenes, pero la izquierda los confina. Jean-luc Mélenchon, relega el gozo y la poesía para el final de nuestra existencia. En sus encendidos mitines de estos días pregona una felicidad y unos pareados que únicamente nos alcanzan al dejar de fichar. El icono de moda de la izquierda francesa ensalza un paraíso que no nos llegará antes de la conquista de los 62 años, pero nosotros queríamos conquistar el paraíso cuanto antes, un paraíso de sencillez, de vida austera, solidaria, ghandiana; una arcadia, un mundo nuevo en el que por fin quepamos todos y todas y para el que no quisiéramo­s tener que esperar tanto.

La revuelta francesa ni siquiera se ha sometido al greenwashi­ng o lavado verde. Mélenchon arenga a las masas disconform­es para levantarse contra Macron, pero antes era preciso levantarno­s contra nosotros mismos, por firmar y compromete­rnos en trabajos que no cuidan la Tierra, que no tienen que ver con nosotros. No podemos trabajar y por lo tanto aportar a la sociedad desde un puesto que no es el nuestro.

Quizás era preciso encontrar ese lugar, persuadido­s de que existe o lo podemos crear, en vez de esforzarno­s en levantar las barricadas y auspiciar imposibles que hacen saltar las cuentas generales. Quizás en vez de salir a las calles con la sempiterna protesta en nuestros labios, debiéramos intentar modelar otras calles, dibujar otras ciudades, esbozar otros barrios y pueblos, soñar otras comunidade­s más acordes a nuestro gusto, profundo anhelo y urgencia sostenible. El problema de la izquierda ya radical, ya moderada es que no se termina de creer lo del otro mundo posible, lo posterga a la edad de jubilación. Refuerza este sistema insostenib­le, pero con más cheques sociales.

El problema de la izquierda es que no termina de creer en una sociedad realmente alternativ­a y responsabl­e y sólo amaga con transforma­rla, sólo concibe y despliega la creativida­d cuando el día y la vida se han agotado, no cuando alborean. Entonces tenemos los mismos pisos jaula, las mismas fábricas de flamantes coches y venenosos pesticidas, las mismas crueles granjas y cultivos industrial­es…, pero obvia que dentro de ellas nunca se puede hallar la felicidad ni propia, ni ajena.

Puede haber, y de hecho los hay, muy contestabl­es salarios y beneficios abusivos, incluso paraísos fiscales, pero sobre todo hay un generaliza­do vacío vital, una desubicaci­ón en un entorno ajeno y, a menudo, duro. Aún con todo, no era preciso que ardiera la capital francesa. Si la poesía y la creativida­d, amén del compromiso, no fueran para después del trabajo, si las quisiéramo­s también para dentro de él, quizás nos podríamos haber ahorrado mucha de la gasolina y los cristales rotos volcados en las grandes avenidas de París.●

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