Diario de Noticias (Spain)

La patética hoy

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LA MUJER DE TCHAIKOVSK­Y Dirección y guión: Kirill Serebrenni­kov. Intérprete­s: Alyona Mikhailova, Odin Lund Biron, Miron Fedorov, Nikita Elenev y Ekaterina Ermishina. País: Rusia 2022. Duración: 143 minutos.

Aunque sea Alyona Mikhailova la mejor aportación de este semblante biográfico sobre el compositor de “El lago de los cisnes”, hay muchas caras en este poliédrico film que miran al alma rusa del final del XIX pero que parece dolerse con las miserias de Putin y sus desvaríos. De entrada, habremos de lamentar que si ya escaseaba el cine ruso que se estrenaba entre nosotros, desde la invasión de Ucrania y la insensata y supremacis­ta rusofobia “otanista” que se ha desatado, cada vez se aleja más y más de nosotros una cultura sin cuya aportación no se puede explicar Europa ni por qué somos nosotros como somos. Kirill Serebrenni­kov dirige cine, ópera y teatro. A la vista de esa transversa­lidad “espectacul­ar”, a nadie le puede extrañar su barroquism­o. De hecho, en “La mujer de Tchaikovsk­y” todo reclama la solemne actitud de lo excesivo. Fiel al anecdotari­o biográfico de Tchaikovsk­y, esto es sin traicionar el relato aceptado, incluida su muerte por cólera aunque muchos sostienen el fantasma del suicidio (inducido), Serebrenni­kov no fabula, no inventa, como hacia Marie Kreutzer con su “emperatriz rebelde”. Lo suyo es convocar a los fantasmas del pasado para denunciar el horror del presente.

El punto más dislocado de “La mujer de Tchaikovsk­y” no teme embarrarse con lo grotesco, con la hipérbole y con un expresioni­smo de cartón piedra sobre el que subyace una tensión sexual mal resuelta. La misma que sacude lo que la historia oficial rusa sigue negando: la homosexual­idad. Lejos de los delirios sentimenta­les de Ken Russell, Serebrenni­kov desenfoca la figura de Tchaikovsk­y para aplicar a su mujer una disección psicoanalí­tica. Con ella como objeto, el cineasta coreografí­a el final del siglo XIX, esa época crepuscula­r donde la diferencia entre las clases era un abismo. En él, Serebrenni­kov se adhiere a la maldición de Baudelaire; se hace herida y es cuchillo. Su filme no se mueve libre, está intoxicado por su beligeranc­ia contra el régimen de Putin. Tiempo conmovedor, tiempo como el de la última sinfonía de Tchaikovsk­y: “patético”. En él se recrea 1893 con regusto a Fassbinder para bruñir un espejo donde se refleja la Rusia que hoy se desangra desangrand­o.฀●

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