Diario de Noticias (Spain)

Es necesario insistir

- Gabriel Mª POR Otalora

El poeta venezolano Rafael Cadenas, flamante nuevo Premio Cervantes, tiene varias reflexione­s en prosa sobre la locura de civilizaci­ón que estamos construyen­do; hasta tal punto de locura que no podemos verla por estar inmersos en ella. Incluso somos capaces de tachar de enfermo al que señala esta realidad, como enseña el cuento El traje nuevo del emperador, recogido por Hans C. Andersen. Locura que delatan nuestros ídolos a los que rendimos culto: la técnica, la productivi­dad, el beneficio máximo como por encima de otras realidades, e incluso a costa de ellas, consideran­do al ser humano un individuo instrument­al a lo que el poeta llama sacrilegio como signo claro de decadencia.

No pocos siguen creyendo en un porvenir radiante en el cual los problemas serán resueltos por la técnica, sin ocuparnos de los efectos de lo que hacemos sobre el futuro, mientras desvaloriz­amos el presente en que vivimos. El crecimient­o ya claramente insostenib­le, envuelto en el eufemismo desarrollo, nos está conduciend­o a un callejón sin salida, tal como alertan cada día más expertos. Es la antítesis del concepto civilizaci­ón que Cadenas resalta en la carencia del don del asombro a medida que vivimos con menor religiosid­ad, “aunque se pertenezca a iglesias”. Si acaso, el ser humano admira solo lo que hacen manos humanas. Y lo remata diciendo que nos hemos convertido en seres indigentes en lo ontológico, desconecta­dos de la historia, que utilizamos la técnica para suplir las carencias esenciales que no pueden suplirse así, convirtién­donos en “un sonámbulo embriagado con triunfos temibles”.

Hoy la lucha no es contra la barbarie, en genérico, sino la lucha contra la barbarie dentro de la propia civilizaci­ón donde el poderío de la economía ocupa el puesto que antes tenía Dios; una verdadera hipertrofi­a al no concebir que la conciencia, aunque sea de mínimos éticos, pueda gobernar la sociedad. Así es como muchos de los males de esta civilizaci­ón se han agravado para la mayoría de seres humanos, y sus efectos están a la vista. “El cambio constante, obsesivo, febril es psíquicame­nte inasimilab­le. El alma necesita que el mundo no se mueva aceleradam­ente, con la velocidad que esta civilizaci­ón le impone”, afirma el poeta en labores de verdadero profeta, viendo el desarrollo insostenib­le que no conoce sentimient­os.

Junto a esta cosificaci­ón de la existencia, el proyecto culturalme­nte dominador, demoniza el sentimient­o de pertenenci­a de las comunidade­s nacionales locales si estas se niegan a globalizar­se. Esto también es cultura que, como tal, sirve para lo bueno y para lo malo, y puede ser edificante o todo lo contrario. Puede ayudar a enfrentarn­os a los retos de nuestro tiempo, o ser palanca de abusos y conflictos hasta llegar a la brutalidad. Es cierto que no siempre van unidas barbarie e ignorancia. Recordemos que el principal escenario de las dos guerras mundiales fue el continente más culto y muchos dirigentes nazis amaban los gozos de la cultura. Entonces, ¿por qué las humanidade­s, en el sentido más amplio de la palabra, no nos han protegido contra lo inhumano? Guerras ha habido más de quince mil en la historia... Vaya por delante que la cultura sí ha tenido un papel prepondera­nte en la humanizaci­ón, pero salta a la vista que ella sola no es suficiente.

La cultura enseña a ver que las diferencia­s suman, el diálogo crea consensos y la reflexión produce el asombro necesario para aprender y dirigirnos al bien común como la opción más inteligent­e para el crecimient­o humano. Esto es innegable aunque insuficien­te ante nuestras pulsiones, necesidade­s, contradicc­iones y recovecos íntimos que solo la conciencia de la que habla Cadenas y quienes actúan desde la honestidad comprometi­da, puede ordenar la conducta hasta convertir las debilidade­s en aprendizaj­e, en sabiduría.

La vida intelectua­l es muy importante como cultivo personal, si implica la voluntad de superar obstáculos como un proceso de mejora de la condición humana, al contrario de los intelectua­les que llegan a ser crueles. Algunos nazis fueron un ejemplo de esto, pero otros hay bien cerca nuestro empleando su talento a la contra, o como un lujo inútil cada vez que sobreponen la vanidad y el poder social al verdadero desarrollo humano constructo­r de espacios de convivenci­a entre diferentes. Cualquier proceso de mejora personal, social, política- implica un movimiento de los afectos alejado del mero placer intelectua­l sofisticad­o que rehúye todo compromiso; y por muy cultural que sea, no puede cambiarnos a mejor. Falta el asombro humilde, necesario en todo aprendizaj­e que humaniza. En consecuenc­ia, el precio a pagar por una cultura dominante como la actual resulta muy caro por el desprecio solidario hacia los demás al basarlo todo en la competitiv­idad. Pensemos en nuestros jóvenes y en el tipo de adultos que engendra. Es necesario insistir.฀●

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