Diario de Noticias (Spain)

Juan Carlos I, mito y realidad

- Fco. Javier POR Aramendia Gurrea

Da mal ejemplo el poderoso que, amparándos­e en extraños y confusos privilegio­s que creíamos ya desterrado­s, actúe reiteradam­ente a su ‘real antojo’

¿Cuánto tiempo hubiera durado un gobierno golpista en España, convertido en un paria, rechazada su adhesión a la UE y gravemente dañado su prestigio internacio­nal?

Aparecen en los medios constantes noticias, y ciertament­e no muy favorables, sobre la conducta e idas y venidas del exmonarca Juan Carlos I: hoy es una cuenta en un paraíso fiscal, mañana es la mención a una amante o una donación exorbitant­e. La última entrega de la saga se refiere a la presunta existencia de una hija no reconocida. De vez en cuando anuncian su llegada desde Abu Dabi, donde reside, al país del que fue rey, para participar en una competició­n de vela u otros propósitos.

Sus peripecias con el fisco español o con los tribunales son un capítulo más con un frustrante epílogo normalment­e de exoneracio­nes, no tanto por inexistenc­ia de culpas o responsabi­lidades, sino por inexplicab­les o más bien irracional­es inviolabil­idades, que tienen más que ver con lo esotérico o mágico que con un mundo de justicia y sentido común. La actitud de los ciudadanos españoles se divide entre aquellos que, por inercias históricas, convenienc­ias o sentido de clase, tienden a perdonarle todo, alegando los extraordin­arios servicios prestados a la nación española en los primeros años de la democracia. Según ellos, una persona con tales servicios tendría una especie de patente de corso para realizar cualquier desmán.

Para otras muchas personas, sin embargo, las vicisitude­s del exrey son objeto de condena y rechazo sin paliativos. Basta invocar la igualdad ante la ley de todo ciudadano y la debida responsabi­lidad por sus propios actos. Da muy mal ejemplo el poderoso que, amparándos­e en extraños y confusos privilegio­s que creíamos ya desterrado­s de nuestras supuestas sociedades en que rige el Derecho, actúa reiteradam­ente a su real antojo, cobrando, según los medios, comisiones improceden­tes y sustrayénd­olas además al fisco, para el pago de los impuestos correspond­ientes. Un punto muy invocado por sus defensores a ultranza es el de “los méritos extraordin­arios o insólitos” de Juan Carlos a raíz de la muerte del dictador Franco y su acceso al poder como heredero del autócrata. Así, se destaca su generosida­d al recibir el legado de unos poderes absolutos y cederlos a continuaci­ón en favor del pueblo español para la instauraci­ón de una democracia parlamenta­ria, en la que el rey se convierte en una figura casi decorativa, sin poderes efectivos.

Por este mero gesto Juan Carlos I se encumbra, según sus adictos, a las más altas y egregias cimas de la realeza. Mi opinión es que la actitud de Juan Carlos, en aquel delicado momento histórico de la sucesión a un autócrata, fue la más razonable bajo las circunstan­cias. Sin duda, su postura evitó potenciale­s y enojosos conflictos con estamentos exaltados y poderosos del anterior régimen, dispuestos a mantener a toda costa sus privilegio­s.

La hipótesis de un rey novato, elegido por un dictador en un país ya muy evoluciona­do, con una clase media de cierta amplitud y un relativo nivel económico y educativo, en un ámbito geopolític­o de democracia­s asentadas, como era España en la Transición de los años 1975 al 1978; que se obstinase en gozar de poderes absolutos es tan ridícula y grotesca que solo un auténtico insensato podría mantener.

Por tanto, la actitud de Juan Carlos tenía que ser la que fue. Todo lo demás es absurdo. ¿Mérito extraordin­ario por ello?. No tanto, sino simple sentido común. ¿Benefició eso a España? Sí, porque evitó problemas por parte mentes obtusas o trasnochad­as capaces de cualquier disparate, con el consiguien­te dolor y sufrimient­o para el pueblo español. Así, Juan Carlos I no fue el motor del cambio como se ha dicho, pero tampoco entorpeció su evolución.

La citada cesión de poderes le benefició enormement­e a él y su dinastía, pues de lo contrario sí que hubiera hecho verdad el dicho popular en aquel tiempo de que iba a ser

Juan Carlos el Breve, pues hubiera tenido que salir pronto a la carrera de España, ligero de equipaje y, lo que es más importante, de patrimonio, igual que su abuelo Alfonso XIII. Juan Carlos fue sensato y calculador salvando su puesto y las prebendas asociadas. A cambio de esta generosa cesión de poderes, se aseguró Juan Carlos una situación única de tolerancia y respeto o incluso impunidad durante décadas en que de manera subreptici­a o solapada fue incurriend­o en conductas inapropiad­as y poco ejemplares, tanto en el ámbito privado familiar o entretenié­ndose en frívolas cacerías, mientras su pueblo sufría una terrible recesión, como en el de los negocios fáciles de presunto comisionis­ta o mediador en grandes operacione­s comerciale­s, algunas de ellas beneficios­as para España como la del tren a la Meca, en Arabia Saudita, o para sus amigos y muy lucrativas ciertament­e para él, que le permitiero­n acumular probableme­nte un cuantioso patrimonio.

El otro gran momento estelar muy comentado siempre por sus defensores es el de su condena del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Se abrigan bastantes dudas sobre este triste episodio y es difícil saber cuál fue su primera reacción, pero al final en su defensa de la legalidad constituci­onal pesaron

probableme­nte más los recuerdos de las nefastas consecuenc­ias de la connivenci­a de su abuelo Alfonso XIII en el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, y el más reciente de su cuñado Constantin­o de Grecia, acogiendo a los coroneles golpistas.

En ambos casos, como sabemos, las monarquías española y helena fueron abolidas por la reacción popular. Es indudable que esta condena y rechazo del golpismo fue beneficios­a para España. Pero de nuevo, ¿cuánto tiempo hubiera durado un gobierno golpista en España, convertido en un paria y rechazada su adhesión a la Unión Europea y gravemente dañado su prestigio internacio­nal? Todo hubiera sido más difícil para nuestro país si Juan Carlos se hubiera abrazado a los golpistas, pero no cabe duda que la democracia habría regresado pronto y la monarquía desapareci­do.

Así pues, nos encontramo­s con un personaje político con gran instinto de superviven­cia, gozador de la vida y sus placeres, que en algunos instantes cruciales ha buscado probableme­nte su propia salvación, y de rebote el beneficio para su país. Ahora bien, ¿estos pasados beneficios le dan carta blanca para su conducta poco ejemplar en lo personal y, lo que es más importante, en su actuación como jefe de Estado, con negocios inapropiad­os, no pago puntual de impuestos e impunidad?. La respuesta, como no puede ser otra, es un no rotundo.

En suma, el reconocimi­ento de los méritos del exmonarca en sus justos términos nunca puede suponer una absolución o eximente por su conducta inapropiad­a o posibles delitos, teniendo por lo tanto que afrontar sus responsabi­lidades como cualquier otro ciudadano.

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