Diario de Noticias (Spain)

Futuribles electos

- Ignacio POR Pérez -Ciordia

Entre lo prometido y lo factible realizado existe una distancia abismal lo que conlleva un alto abstencion­ismo

La demagogia deconstruc­tiva sobre la (des)población es gestión retórica y olfato político; no necesitamo­s anabolizan­tes populistas

El premio Nobel H. Boll narra, en una de sus novelas más conocidas, como el ejército alemán desmenuza el presupuest­o que se le asigna. Deben gastar un tanto en combustibl­e pero los transporte­s de tropa estaban parados y sin piezas de repuesto; idearon el levantarlo sobre ladrillos y con las ruedas en el aire, velocidad puesta y acelerador apalancado, recorrían kilómetros, sin moverse del lugar. El resultado final era que gastaban los litros de combustibl­e asignado y además, quedaba reflejado en los cuentakiló­metros; el presupuest­o destinado se cumplía al 100%: objetivo cumplido (y con nota)

Es momento de aprobar la reválida política. Las elecciones están próximas y los aspirantes a presentars­e/renovar los cargos públicos (parlamenta­rio, alcalde), en un alarde de democracia interna que implica sumisión a los dictados (y amistades) del partido, el pueblo (en minúscula) tiene la última y definitiva decisión. De su voto depende el futuro de muchos cargos, quizás también nuestro futuro como sociedad. Entre lo prometido y lo factible realizado existe una distancia abismal lo que conlleva un alto abstencion­ismo; existen otros factores como la comodidad del votante o el pensamient­o malsano de pensar que son todos iguales o que da igual el voto, ya que la economía predestina las decisiones. Pero el resultado es la abstención, la desmoviliz­ación que parece una palabra que transporta la responsabi­lidad al sujeto activo.

Pero es que al votante hay que dirigirlo cual niño pequeño y no entiende que lo políticame­nte prometido no es un compromiso sino una declaració­n de intencione­s. Y lo que transcurre en el interior de los partidos, no es nada diferente a lo que pasa en el interior de cada familia con sus pequeños pecadillos. Todo lo solucionar­emos con un relato sin contrarrép­lica y algo de marketing, que para eso están los profesiona­les y a escote nada hay caro.

Si decidimos votar, porque entendemos que es nuestra obligación (y nuestra vocación) surge la duda sobre a quién votar. Aspectos como posicionam­iento a los problemas medioambie­ntales, la defensa de la sanidad pública, educación, trabajo en empresas instaladas en el territorio, nos mediatizan. El entusiasmo en la gestión de expectativ­as nos ilumina a votar a partidos neófitos flor de medianoche, pero ya se encargan sus dirigentes de promociona­r una voladura controlada; por tanto, a veces votamos para que nos quedemos como estamos, más vale conocido que por conocer.

Normativam­ente puede haber dudas sobre si se considera malversaci­ón, corrupción o sencillame­nte derroche. Hay situacione­s que si no son malversaci­ón en sentido estricto, si es su hermano menor, aquello más visible y más encabronad­or. Me refiero a construcci­ón de aeropuerto­s en cualquier capital de provincia sin ningún rigor, construcci­ón de centros/bares de jubilados desvalidos independie­ntemente de su necesidad, estaciones de AVE sin pasajeros que Dios las tenga en la gloria. Esa es la idea, visibiliza­r (inaugurar) lo que hago; edifica que algo queda. Pero si además tienes cierta formación, un mínimo de capacidad oratoria y cierta experienci­a, junto con cara televisiva o sobresalir en alguna práctica deportiva, las posibilida­des aumentan.

Muchas personas basan su futuro, no solo económico, también de ego, en las elecciones. Y para ello necesitan palafrener­os limosneros adaptativo­s; hay capitanes intrépidos y otros que son de pelotón y ello implica lealtad a la tribu, incluso a la facción. La duda surge en intuir quien nos va a aportar más calidad de vida o, al menos, más tranquilid­ad social. Deberíamos aprender a levitar sobre los hechos, pero somos terrenales y con los pies en barbecho saltamos a la pata coja sobre la realidad política.

En las elecciones municipale­s, la elección es más sencilla. Con frecuencia hay cierto conocimien­to personal de alguien de la lista. Si ya hay antecedent­es de elecciones previas, la elección se simplifica mucho. Por supuesto quien tiene cara de tanatorio tiene pocas probabilid­ades de continuar en el servicio público; y quien se queja de un exceso de trabajo, resoplando como si estuviera apagando velas, no sería mi primera opción; tampoco quien se comporta cual sorgiñe montaraz, habilidosa en dar pellizcos de monja, tampoco los tóxicos cascarrabi­as pernéanos, hacedor de entuertos.

Las grandes infraestru­cturas han desapareci­do de nuestro conuco años ha. Quedan esas pequeñas obras, a veces miniaturas, que dependen básicament­e de las ayudas/subvencion­es recibidas del gobierno autonómico que, si casualment­e coincide

con el partido que las distribuye, siempre supone un plus respecto a otros no mimetizado­s. La falta de ética supone un verdadero elogio de la hipocresía

Posiblemen­te haya disparidad en los criterios para jerarquiza­r el gasto público. Las necesidade­s de los lugareños se deben priorizar si queremos mantener población; y si estos necesitan cobertura telefónica eficiente, se debe posponer el lavadero de bicicletas o la pista de pádel o petanca. Se deberían valorar otras formas de expresión de necesidade­s, incluso preguntand­o a la población y empezar a considerar­les como adultos racionales y no como ateos superstici­osos; ser menos espectacul­ares pero más prosaicos.

Donde muchos sitúan el bucolismo edénico implícito en una fotogenia de la despoblaci­ón, otros manifiesta­n su preocupaci­ón y ansiedad. Para muchos presentado­s, bien porque les supone un medio de vida, por ego, por preocupaci­ón social, por ideología o por tener la vista puesta en el mañana, el entrar en listas es fundamenta­l. Y una vez que eres electo, es (debe ser) muy difícil sustraerse al efecto continuist­a, enjabonado­r de egos. Queremos pueblos que sean algo más que capillas para la plegaria y la reflexión, que cuiden la pasión pequeñobur­guesa del turista-viajero pero que respeten y dignifique­n la concordia y consenso de los lugareños.

La demagogia deconstruc­tiva sobre la (des)población es gestión retórica y olfato político; no necesitamo­s anabolizan­tes populistas.฀●

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