Diario de Noticias (Spain)

Pasajera 324 destino: Leningrado

Dolores Ferreiro embarcó en el transatlán­tico Habana hacia Rusia una madrugada de 1937 con 7 años. Su vida refleja la tristeza de quienes huyeron de una guerra para caer en otra peor y debieron crecer sin sus familias en un lugar extraño.

- ✎ Fermín Pérez-nievas  F.p-n./cedidas

o quiero que nadie en la vida pase por lo que he pasado yo. A veces sueño con todo lo que he vivido, con lo que he pasado en la vida”. Con un hilo de voz, pero con los ojos llenos de nostalgia, Dolores bucea en su memoria para tratar de completar el puzzle de su vida. A sus 93 años los recuerdos no son tan nítidos como para dibujar todos y cada uno de los pasajes que ha sufrido, pero los capítulos dejaron tanta huella en su cabeza que es capaz de irlos esbozando para que quien la escucha componga el relato, cogiendo de aquí y allá nubes de recuerdos que van saliendo de su cabeza. “Si hubieras venido hace cinco años…”, se lamenta su hijo Francisco Javier Arnedo que le cuida y escucha atento algunos pasajes que no conocía.

Dolores Ferreiro Rueda, tudelana de adopción, nacida en Valladolid, criada en Bilbao y rusa de corazón, ha sufrido mucho, tanto que al recordarlo no lo narra con amargura sino con una sonrisa, como quien cuenta una aventura ya superada. Con la mirada puesta en el infinito, los ojos llenos de emoción y su escasa voz trata de recuperar su vida perdida en algún rincón de su cerebro.

Solo con enseñarle la tarjeta de embarque de aquella madrugada del 12 de junio de 1937 su memoria se activa. Sellada por el Gobierno Vasco marca “Expedición a URSS. Apellidos: Ferreiro Rueda. Nombre: Dolores. Edad: 5 años. Fecha de nacimiento: 13-4-1931. Naturaleza: Valladolid. Nombre y domicilio de los padres: Constantin­o y María. Bilbao La Vieja, 21 – 3º dcha. Bilbao”. Aquella noche 4.500 niños y niñas embarcaron en el vapor Habana para huir de la guerra y ser deportados a Francia (la mayoría) o la URSS (1.500 de ellos), sin saber si volverían o no. Una de ellos era la pasajera 324, Dolores Ferreiro Rueda, y con ella el 325, su hermano Domingo (nacido en 1928), y la 326, su hermana Soledad (nacida en 1927). Eran los tres hijos más pequeños del matrimonio formado por Constantin­o Ferrreiro y María Rueda. Otros dos, Tino y Herminia, quedaron en un Bilbao acorralado por las tropas nacionales que habían roto el cinturón de hierro y que apenas seis días después entrarían en la ciudad. El temor de las familias al futuro era tal que más valía poner a salvo a los hijos e hijas y brindarles un futuro, aunque fuera a costa de sacarlos del país. En abril la Legión Cóndor había arrasado Gernika y los bombardeos sobre poblacione­s como Durango, con centenares de víctimas civiles, eran habituales. De hecho, ese mismo 12 de junio las tropas nacionales bombardear­on Bilbao profusamen­te, una ciudad que en esos dos años recibió más de 62 operacione­s de bombardeo aéreo. Los diarios alertaban “El pánico puede producir más estragos que las bombas. Los refugios se han habilitado para algo. Las sirenas suenan para algo. Quienes no tengan valor para seguir en sus puestos de trabajo, a guarecerse”.

“NSus recuerdos de antes de la guerra son muy escasos. Constantin­o trabajaba en la mina en Bilbao, aunque debió hacerlo en otros

EL EMBARQUE Un reportaje de

lugares ya que Soledad nació en Mieres y Domingo y Dolores en Valladolid, al menos eso dicen las tarjetas de embarque, aunque el documento presenta varios errores como su edad (pone 5 años cuando ya había cumplido 7) y su fecha de nacimiento (pone el 13 de abril de 1931 cuando es el 15 de abril de 1930). De antes de la Guerra Civil solo tiene flashes, “me dejaban sola en casa y se iban con baldes a recoger el carbón que se caía de los trenes a las vías. Éramos muy pobres y no teníamos nada”. Tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, Constantin­o marchó al frente, quedándose María con los cinco hijos por lo que Herminia, la mayor (1923) se fue a trabajar sirviendo en una casa. Costantino fue uno de los miles de trabajador­es republican­os que salió a los

Fotografía

montes a defender Bilbao y uno de esos miles que murieron sin dejar casi huella documental. Su nombre aparece en el registro de milicianos del primer batallón del Regimiento de Cultura y Deporte del Ejército Vasco hasta el mes de junio de 1937, en que pasa a la lista de los heridos y luego desaparece. “Se fue al frente y dijeron que murió. Pues si murió ése sería su destino, me decía yo”, señala Dolores con ese aire de resignació­n que impregna todos los avatares vividos.

De esa forma, y siguiendo los numerosos anuncios que salieron en la prensa de la época, su madre decidió embarcar a tres de sus hijos en un vapor llamado Habana que salió del puerto de Santurtzi. En los periódicos vascos se publicaron los horarios de trenes especiales, de Bilbao a Portugalet­e, para que se desplazase­n los niños acompañado­s por sus familiares. Las escenas de dolor y desesperac­ión en los andenes son fáciles de imaginar. En la estación de Portugalet­e se despidiero­n de las familias y fueron transporta­dos en camiones hasta Santurtzi, donde en el puerto se había dispuesto una gran carpa para organizar el embarque. Los diarios locales señalaban que los 4.500 niños que iban a viajar “deberán acudir esta noche a la Campa de los Ingleses donde está atracado el buque”. La expedición estaba organizada por Socorro Rojo Internacio­nal y respaldada por el PCUS, el partido comunista soviético, para niños cuyos padres pertenecía­n a organizaci­ones socialista­s, comunistas, anarquista­s y republican­as. Dolores solo recuerda que acudieron los tres juntos al muelle, “había mucha gente. Mi hermano iba solo, siempre quería ir suelto y no quería ir de la mano con nosotras. Yo iba de la mano con Sole”. Juntos los tres, pero sin maleta ni un hato de ropa, “no teníamos de nada”. Quizá por aquellos momentos, cuando se le pregunta por cómo era su madre solo acierta a decir “muy pequeña y muy chillona”, sonríe y sus ojos se iluminan.

No era el primer viaje del Habana, un transatlán­tico construido en Sestao en 1927 de 146 metros de largo, 19 metros de ancho y 9 de profundida­d. Había sido botado como Alfonso XIII pero la abolición de la monarquía y la llegada de la Segunda República dieron lugar al cambio de nombre. Era el sexto viaje que hacía para sacar a niños y adultos de una Euskadi en guerra hasta lograr poner a salvo a 22.787 personas.

El embarque de los niños se dilató tanto que acabó partiendo a las cinco de la madrugada del 13 de junio y fue el último gran barco en partir de Santurtzi con niños, 4.201, y 205 adultos, al que escoltaron el Resolution y 2 destructor­es hasta la localidad francesa de Paulillac, donde desembarca­ron 2.900. El Gobierno provisiona­l de Franco, establecid­o en Salamanca, criticaba la huida de los pequeños con comunicado­s, “el Gobierno comunista de Valencia (a donde se había trasladado) continúa organizand­o la criminal tarea de entregar a Rusia a los niños españoles. Ha sido constituid­o en Bilbao una Conserjerí­a social, cuya misión consiste en arrebatar a las madres españolas sus hijos y entregarlo­s a todo el horror y la miseria de la vida soviética. España reclamará siempre el derecho a repatriar estos niños y devolverlo­s a sus familias”. El viaje debió ser lo menos parecido a uno de placer, pese a que los niños que iban a Francia dormían en los camarotes “que recordaban a los del Titanic”, decía alguna crónica. No sucedía lo mismo con los que iban a Rusia que fueron alojados en la zona de carga.

El resto de los pasajeros, 1.494 niños y niñas acompañado­s de 72 profesores, educadores y auxiliares y dos médicos, volvió a embarcar en otro buque, el Sontay un carguero de bandera francesa, que les llevó a Leningrado. El día 22 de junio atracaron en el puerto de la ciudad rusa siendo recibidos como héroes. Un periódico vasco narraba la llegada, “más de mil niños han llegado hoy a Leningrado. Acudieron al puerto a recibirlos los niños de las escuelas y los trabajador­es de la capital, tributándo­les un entusiásti­co recibimien­to y haciéndole­s entrega de ramos de flores. Los niños, emocionadí­simos, al desembarca­r dieron vivas a Stalin y a Rusia, entonando La Internacio­nal”.

Dolores recuerda aquella llegada “nos cogieron, nos cortaron el pelo al rape, nos metieron en unas duchas, nos llevaron a Leningrado y nos repartiero­n en varios grupos, unos para Jerson, otros para Moscú, otros a Crimea…”. En total se organizaro­n 16 casas para acoger a los llegados en las distintas expedicion­es.

Txomin, Soledad y Dolores fueron llevados a la misma casa, en Leningrado. “Estábamos en el mismo colegio, pero cada uno estaba con su gru

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Dolores Ferreiro en su casa de la avenida de Santa Ana de Tudela.

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