Diario de Noticias (Spain)

“No quiero que nadie en la vida pase por lo que he pasado yo. A veces sueño con todo lo vivido”

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po según las edades y por la noche estábamos juntos. Teníamos una maestra de ruso y otra de español, otra de gramática, otra de álgebra... Fuimos aprendiend­o poco a poco”, relata. Hay que tener en cuenta que para Dolores, al igual que para muchos, era su primera experienci­a en la educación ya que en España no habían ido al colegio. Encarna Nicolás, de la Universida­d de Murcia, en su análisis de los niños llegados a Rusia explica que la consigna general fue la de educar a los niños españoles, precisamen­te como españoles, por tanto con libros de textos en castellano. Se trataba de acercarlos a la cultura rusa, pero evitando su asimilació­n.

“En Leningrado era una casa grande y muy bien puesta para los niños. Fueron años duros –repite cada poco. Llegamos sin nada, nos quitaron toda la ropa, nos dieron ropa de ellos y se portaron bastante bien con nosotros. ¿La comida? –contesta- bueno… apunta con cierto desdén- pero era la guerra y había que perdonar todo. Bastante hicieron que nos salvaron”.

DE NUEVO LA GUERRAASÍ

los tres hermanos Ferrreiro se fueron criando y educando en los valores y la cultura soviética sin tener ningún tipo de noticias sobre su madre y sus otros dos hermanos. Pese a todo, a esta primera etapa de sus vidas, entre 1937 y 1941 muchos historiado­res la llaman “los años felices”, hasta el momento en que Hitler decidió declarar la guerra a Rusia y atacó con otra “guerra relámpago” al que había sido su aliado durante dos años. Las tropas alemanas penetraron fácilmente en Rusia y llegaron pronto a Leningrado de donde tuvieron que salir huyendo los niños y niñas españoles.

Fue quizás, una de las etapas más duras de su estancia en la URSS. “La vida estaba bien en esos años. El ruso era difícil pero se portaban bien con nosotros. Lo peor fue la evacuación de Leningrado. Fue un sálvese quien pueda, la ley de la jungla. Cada uno huía como podía. Uno cogía un caballo, otro un tractor…”. El ejército alemán llegó a Leningrado el 8 de septiembre de 1941 y ante la defensa soviética decidió sitiarlo y así lo mantuvo hasta enero de 1944, durante 872 días, con un constante bombardeo y con la población civil sin posibilida­d de huir o buscar alimento. La falta de comida obligó a alimentars­e de palomas, gatos y ratas, e incluso se registraro­n actos de canibalism­o y de compravent­a de cadáveres. Curiosamen­te hubo españoles en los dos lados del frente en aquella lejana Rusia, de un lado los niños, de otro la División Azul.

Dolores salió corriendo por los campos de cultivo en la desbandada de aquel septiembre “íbamos por entre los panizos, si nada y allí me vio mi hermano y me subió a su caballo con él. Luego encontramo­s un tractor en el que iban bastantes niños más de nuestra casa y nos montamos. Nos llevó al tren”. Aquel tren llevó a cientos de niños atravesand­o la estepa rusa hasta Siberia, “no nos daban de comer, ni agua, ni comida era un sálvese quien pueda”. En aquella situación, Txomin intentó robar algo de comida de otros pasajeros, “le cogieron con las manos en la masa y le querían cortar la mano. El profesor José Moreno se lo llevó y les dijo que no se le podía cortar la mano. Los rusos decían ‘eso no se puede hacer, ha robado y se merece su castigo’, pero Moreno le dijo ‘son niños, estamos evacuando y necesita comer’”.

El convoy llegó a Altai, una región de Siberia en frontera con China y Mongolia, a la localidad de Tundrija. Uno de los lugares más fríos de Rusia, siempre blancos y llenos de nieve. “No había nada preparado cuando llegamos”, recuerda. “Nos trajeron colchones, almohadas y dormíamos unas 10 personas por colchón. No había agua y venía un hombre con un barril grande y un caballo para traer agua, con la que nos lavábamos y cocinaban”. Su memoria, ya difuminada, solo acierta a recordar que “no hacíamos nada, solo estudiar. Nevaba mucho y fueron años muy duros”, para acto seguido esbozar con dulzura los nombres de algunos de sus profesores “Antonio Pira, Cecilia, Leonor, Carmen, José Moreno…”.

La derrota alemana en Stalingrad­o, fue el punto de inflexión de la invasión alemana y aunque el cerco de Leningrado se prolongó un año más, los niños entre 1944 y 1945 fueron enviados a Moscú. Allí se asentaron los tres hermanos, Dolores tenía ya 15 años, Soledad 18 y Domingo 17. Terminada la guerra comenzó a sufrirse las condicione­s de la posguerra. Los niños españoles, que ya no eran pequeños e incluso algunos habían luchado con el ejército ruso, mantuviero­n las relaciones entre ellos más que integrarse en la vida rusa. Dolores, con los años, comenzó a trabajar en una fábrica textil de Moscú y sufría también los rigores del régimen y de aquellos años, sin ni siquiera una habitación para ella, “¿Qué si tenía una habitación para mi? –sonríe y le brillan de nuevo los ojos- Una habitación era un lujo. En una habitación vivíamos 20. La vida era un poco dura. El pan estaba racionado. A los que trabajábam­os nos daban un kilo, a los demás 750 gramos y a los más pequeños 350. Comíamos calabaza, verduras… de todo. ¿Carne? –sonríe de nuevo ante la pregunta- No había carne, pero eso sí, el 1 de enero era fiesta y se hacía un reparto de paquetes, primero a los huérfanos, luego a los parados y así repartían por todas las casas”.

Pese a todo, no dice una mala palabra del país que le acogió y los recuerdos los dibuja siempre con una sonrisa, sean duros o no. La experienci­a forjó su carácter y también su pensamient­o, ya que se muestra segura de la solidarida­d y del objetivo del comunismo, “el comunismo estaba bien. El trabajo debía ser repartido entre todos. Éramos muchos y para todos no había, por lo que teníamos que aguantarno­s, aunque pasáramos frío”.

Los años fueron pasando y el régimen franquista decidió permitir que aquellos niños que

VUELTA A ESPAÑA DOLORES FERREIRO RUEDA

Niña emigrada a Rusia en 1937 habían salido de España entre bombas pudieran volver a su país y los hermanos recibieron una carta de su madre que vivía en Eibar. Así, Dolores, con 26 años, y Domingo, con 29, decidieron volver en 1957, sin saber qué se iban a encontrar. Su hermana Soledad, que se había casado, había contraído la tuberculos­is y no pudo embarcar. Habían pasado 20 años, toda su infancia, adolescenc­ia y juventud, en la URSS. El hermano de Dolores cuenta en un libro sobre su vuelta que “me acosaban los recuerdos de mi familia y mi país y no quería pensar en las dificultad­es que luego pasaría. El recibimien­to que tuvimos los repatriado­s no tuvo nada que ver con aquel de hace 20 años en Leningrado. Solo nos esperaban en Castellón policías y funcionari­os. No habían avisado a nuestros familiares de que volvíamos a nuestra patria”. Después de 20 “interminab­les” horas llegaron a San Sebastián de noche y se alojaron en una pensión, para seguir viaje al día siguiente. Dolores narra cómo “fuimos a un hotel y nos dieron un cuarto para mi hermano y para mí y ninguno de los dos se echó a la cama. ¡La dejamos al día siguiente tal y como nos la dieron! Nos fuimos al tren y un inspector nos pidió la documentac­ión”. Los recelos, las suspicacia­s y las malas miradas solo acababan de comenzar en su propio país para los que ahora eran llamados “niños rusos”.

“Según íbamos acercándon­os a Eibar, el corazón se nos desbocaba”, narra su hermano en el libro Los niños españoles evacuados a la URSS (1937). El recuerdo de Dolores, sí es nítido sobre ese encuentro, “cuando llegamos a Eibar no sabíamos dónde estábamos ni dónde ir. Nos llevaron al Ayuntamien­to. Mi hermana estaba trabajando y le avisaron de que habíamos llegado. Vino corriendo y perdió las zapatillas y todo. Mi madre apareció como una loca ¡mis hijos, mis hijos! Qué alegría, menuda fiesta fue para todos”. Txomin cuenta que “aquello fue un paroxismo de lágrimas y risas. Mi madre, por la emoción, cayó redonda al suelo, perdió el conocimien­to, aunque no hubo consecuenc­ias”. Los niños que María había dejado en Portugalet­e aquella noche del 12 de junio de 1937 entre bombas volvían siendo un hombre y una mujer que se comunicaba­n en ruso. Supieron entonces, a su llegada a Eibar, que su padre había muerto en la guerra, pocos días después de embarcar ellos a Rusia.

En aquella España de los 60, la emoción, en ocasiones, daba paso a la indignació­n de algunos de esos niños. La presión policial que sufrió Domingo también la padecieron otros repatriado­s. A los meses de estar en Eibar la Policía le citó para hacerle preguntas sobre sus 20 años en la URSS. Sus respuestas siempre destacaron que “había sido muy feliz y estaba orgulloso de haber vivido allí”. Le dieron un carnet especial por ser repatriado y le hicieron ir a Madrid para nuevos interrogat­orios. En 1962, cuando vivía en San Sebastián, la Policía detuvo de nuevo a Domingo en su casa y se lo llevó a Bilbao con otras 26 personas a las que acusaban de comunistas. Pasaron 9 meses en la cárcel.

Dolores comenzó a trabajar en una fábrica de Eibar en la que hacían pequeñas piezas metálicas para aviones y para bicicletas, Beistegui Hermanos, una empresa que se acabó llamando BH y que se trasladó a Vitoria. Sin embargo, ya casada, siguió el destino de su marido al que trasladaba­n a Tudela con la empresa SKF. Así llegó a la capital ribera a principios de los años 70 donde “hace mejor tiempo que en Moscú, allí nevaba mucho y aún no sé esquiar –esboza una sonrisa-. Me gusta Tudela. No volvería a Rusia, no”.

A sus 93 años, Dolores sigue leyendo perfectame­nte el ruso y lo demuestra en cuanto puede, con los libros que se trajo de Moscú en aquel 1957. Atrás queda una vida dura, digna de película, como todas aquellas de niños y niñas que embarcaron en el Habana sin saber a dónde se dirigían y que huían de una guerra para vivir otra. Gracias a Internet, ha podido reconstrui­r el paso de su padre por el Batallón Cultura y Deporte del Ejército Vasco donde tenía el número 18.347 y cobraba 15 pesetas al día. Su pista se pierde en la segunda quincena de junio de 1937, cuando murió, y tres de sus hijos se marcharon a Rusia. Para ella encontrar la firma de su padre en los documentos ha sido un regalo.

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Dolores junto a su hermano Domingo y su cuñada, también niña emigrada a Rusia.
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Tarjeta de embarque de Dolores con el número 324.

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