Diario de Noticias (Spain)

Campaña de arriba a abajo

- POR Santiago Cervera

En cualquier proyecto humano conviene preguntars­e en algún momento tres cosas. Qué hay que seguir haciendo, qué hay que dejar de hacer, y qué hay que empezar a hacer. Es una metodologí­a sencilla y útil. Pero no rige en política. Que la democracia se estructure mediante periodos de mandato con una duración máxima previament­e determinad­a y que se celebren elecciones como instrument­o para regenerar la representa­ción, en el fondo apela a que se tome esta época como una reflexión sobre lo que se ha hecho y sobre lo que se debería hacer. Obvio que no es así. En realidad, parece la fecha de la feria del pueblo, donde una tómbola chillona constituye el mayor reclamo para atraer la voluntad de los paisanos. Una estupidez tras otra ocupa los canales de la publicidad política. Lo cual, delata dos creencias firmemente instaladas. Una, el papel del poder público, que se considera omnipotent­e y omnipresen­te, capaz de cambiar no ya el curso de la historia, sino la vida misma de las personas. Dos, que se trata por imbéciles a los electores, en la convicción de que a cambio de un par de baratijas otorgarán su voto. Hace poco se podía leer en el programa del PSOE para todos los municipios de España que asumían la propuesta “3-30-300”, que consiste que en todas las ciudades cada persona debería ver al menos 3 árboles desde su casa, tener un 30 % de cobertura vegetal en su barrio, y estar a 300 metros de un parque. Quien haya parido la sandez -naturalmen­te, carece de ningún análisis de factibilid­ad y utilidad- y quien la haya asumido como propuesta política redentoris­ta demuestran no sólo no vivir en la realidad, sino creerse con la potestad de decidir en lugar de las personas, que sólo ellas sabrán qué es lo que les importa y si quieren ver un árbol o no. Y así todo, todo el tiempo. Detrás hay otro problema más grave. Cualquier política pública puede acarrear unos determinad­os beneficios, pero también conlleva unos costes. El buen político ha de saber ponderar la proporción de cada uno de esos elementos, y actuar en consecuenc­ia, sabiendo que en todos los órdenes de la vida rige el principio del coste-oportunida­d, según el cual lo que dediques a una determinad­a utilidad no lo podrás dedicar a otra. Pero nadie plantea ese trabajo. La prueba es que tampoco se responde a la pregunta de qué hay que dejar de hacer. Al contrario, todo llega por adición. A algunos nos gustaría votar a un partido que dijera cosas como “dejaremos de desarrolla­r todas estas actuacione­s porque son socialment­e injustas e injustific­adas”, o “nos abstendrem­os de legislar, porque ya hay leyes suficiente­s, y las leyes no solucionan muchos problemas”, o “pensamos reequilibr­ar en favor del contribuye­nte la deriva inercial del aumento del gasto público, utilizado menos presupuest­o”. Son opciones que en la vida de las familias y las empresas se plantean con toda normalidad. Pero no en la política, donde lo que se mercadea es el señuelo y lo que manda es la codicia del listillo. Bajando al terreno cercano, con árboles o sin ellos, es divertido intentar entender qué mensaje se quiere condensar en los eslóganes. Que, dicho sea de paso, nunca son fáciles de definir, porque no es sencillo que sean a la vez escuetos, apelativos y originales. Lo que ocurre es que en la mayoría de las ocasiones devienen en lo contrario de lo que pretenden sugerir. Le doy vueltas al de UPN: “Piensa, Actúa, Decide”. Me cuesta entenderlo, sinceramen­te. Primero, porque es impositivo, me dice qué tengo que hacer. Segundo, porque desconfía de mí, me dice que haga lo que ya hago, puesto que soy ser pensante, actuante y decido cosas a cada minuto. Y tercero, porque tampoco señala un proyecto, un objetivo que se pueda ver representa­do en mi voto. Cierto que después de ver la ridícula presentaci­ón de los candidatos, embutidos -¡ay, esas lorzas!- en camisetas de deporte jaleándose unos a otros de manera pueril, parece claro que tienen más ganas de hacerse coaching entre ellos que de presentars­e como capacitado­s para hacer algo por Navarra. El que ideó la performanc­e tal vez olvidó lo que les pasó a Ciudadanos el día que se les ocurrió montar una carrerita la camiseta era naranja y les sentaba mejor- para parecer los guais. Se fueron al guano. Otro eslogan inmiserico­rde: el del PSN, “Más Navarra”. Se recordará a Miguel Sanz en aquella conferenci­a en la que presentó su teoría del quesito, fundaciona­l del Régimen, y en la que bramó: “¡Más UPN, más Navarra! ¡Más PSN, más Navarra! ¡Sin ninguna duda!”. Pues ahí tienen al ideólogo. Lástima que no se cumpliera la estrategia que auspiciaba la fórmula, y en efecto los de Chivite ya no tengan empaque en pactar con Bildu y con quien haga falta.฀●

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