Todos contra todos
Las desavenencias políticas aumentan en Estados Unidos cada cuatro años en vísperas de las elecciones cuatrienales para la Casa Blanca pero ahora, año y medio antes de los comicios, el aumento de las tensiones políticas y sociales no tiene precedentes: hoy afecta las relaciones entre vecinos, entre amigos y, especialmente, la vida política norteamericana.
Hubo una época, no muy lejana, en que los líderes políticos dejaban de lado sus diferencias ideológicas y tenían buenas relaciones con miembros del partido rival y no era raro ver reunidos a republicanos y demócratas tomando una copa después de haber vociferado unos contra otros en el hemiciclo. Los presidentes tenían a gala nombrar entre sus ministros a un miembro de la oposición e incluso algunas carteras fueron a quienes no militaban en ningún partido.
Pero en el Congreso de Estados Unidos esto ya no existe: para la mayoría de los congresistas o senadores los desacuerdos políticos se convierten en rechazos personales y hasta en una descalificación, personal como profesional.
Quizá algunos lectores crean que esta situación es producto de la polémica presidencia de Donald Trump, pero probablemente Trump fue más bien una consecuencia que una causa de las desavenencias.
En realidad, en los primeros tiempos de la nueva república americana, la pertenencia a un partido no era necesaria ni habitual. Al contrario, los primeros americanos consideraban que en su territorio se mantendrían alejados de la politiquería europea, como manera de protegerse de guerras y corrupción.
Pero el día a día político tuvo a este lado del Atlántico las mismas consecuencias que en las madres-patrias de los inmigrantes. Ahora, con la rapidez de las comunicaciones, el crecimiento demográfico y las diferencias entre los modelos de sociedad, los partidos políticos han adquirido mucha más fuerza. Pero no son tan solo estos partidos Demócrata y Republicano, los que protagonizan el quehacer político sino también los diversos gurus dentro de estas formaciones, a veces tan enfrentados entre sí dentro del mismo partido, como pudieran estarlo con su oposición.
Antes de seguir, señalemos que los colores americanos van al revés que los nuestros: los azules son progresistas y los rojos conservadores. Y los liberales no tienen nada que ver con la definición europea, sino que son la izquierda de su partido. Lo único que compartimos a ambos lados del Atlántico, es el concepto de izquierda y derecha.
Así, durante un tiempo existieron los blue dog democrats (perros azules demócratas), quienes, contrariamente a lo que su nombre induce a pensar, no eran más “azules” que sus correligionarios, sino más de centro y dispuestos al compromiso.
‘DEMÓCRATAS CON SENTIDO COMÚN’
Este grupo sigue existiendo, pero tan solo tiene unos pocos miembros e incluso se escindió a principios de años por una cuestión tan improbable como el cambio de nombre: ya no querían llamarse ni perros ni azules, sino
demócratas con sentido común pero, como tantas veces recuerda el refrán, el sentido común no es común….y ni el nombre se cambió ni el grupo se mantuvo íntegro. La moderación y el centrismo los hacía interlocutores ideales de los republicanos, algo así como un puente entre ambos partidos. Pero apenas se oye hablar de ellos hoy, porque la moderación es un recuerdo de otras épocas.
En el sector rojo, las cosas no van mucho mejor: los unos acusan a los otros de ser
rinos (Republican in Name Only, es decir, unos republicanos de mentirijillas) mientras que los rinos lamentan el radicalismo conservador de los otros. El enfrentamiento ha ido creciendo poco a poco y tiene además unas coordenadas geográficas: en los centros urbanos, cuyos residentes presumen de sus grados académicos y su sofisticación, imperan las ideas progresistas con escasa tolerancia para quienes no comulgan con ellas, pues la única explicación que encuentran para la diferenciade opiniones parece ser la ignorancia de los rivales.
Pero estos desacuerdos siempre han existido y lo nuevo es la virulencia actual que puede achacarse a la rapidez de las comunicaciones y la velocidad con que se transmiten las ideas. También hay quienes piensan que esta corriente empezó a partir de la presidencia de Bill Clinton.
Y no porque él tuviera posiciones radicales, pues como casi todos los demócratas sureños, Clinton era un demócrata de centro. Pero no ganó por duna mayoría del electorado, pues llegó a la Casa Blanca con tan solo el 43% de los votos. Si se impuso al entonces presidente republicano George Bush, no fue por la mayoría obtenida sino porque el voto republicano se dividió entre el casi 38% de Bush y el 19% de Ross Perot, un candidato en teoría independiente, pero que apelaba a los votantes republicanos.
Entre los demócratas las tendencias radicales se manifestaron durante la presidencia de Barak Obama, el primer presidente negro que tampoco representaba posiciones radicales. Obama era un negro-blanco, es decir que no venía de sectores pobres sino que su madre era blanca y lo mandó a la mejor escuela privada de Hawai. Pero el componente racial destapó expectativas revanchistas que se fueron extendiendo por todos los sectores progresistas.
La intolerancia se encuentra ahora en todo. Un ejemplo es el incidente en el Condado de Loudoun, en las afueras de Washington, donde un grupo organizado bajo el nombre de Loudoun Love Warriors (los guerreros del amor de Loudon), reaccionó con unas hostilidad intensa a las quejas de un señor por el fomento de las tendencias homosexuales dentro de la escuela: las huestes del
amor, seguramente homosexuales, anunciaron que tratarían de que despidieran a ese señor de su puesto de trabajo y que lo mismo ocurriera a cuantos le apoyaban para “arruinar su vida y que nunca más vuelvan a encontrar empleo”.
Y no se trata solo de la política, sino que en todo el país domina la greña y el revanchismo: a los inmigrantes los rechazan los negros pues temen perder ayudas públicas, los académicos no se entienden con los obreros, los homosexuales con los que prefieren al otro sexo, los obreros con los intelectuales, los policías con sectores marginales. Y todo este se manifiesta a menudo con violencia, con tensiones que llegan a la calle, donde a veces es peligroso simplemente caminar, ante el riesgo de verse atacado por alguien que se venga en un desconocido por alguna ofensa real o imaginada.