Diario de Noticias (Spain)

Todos contra todos

- ✎ POR Diana Negre

Las desavenenc­ias políticas aumentan en Estados Unidos cada cuatro años en vísperas de las elecciones cuatrienal­es para la Casa Blanca pero ahora, año y medio antes de los comicios, el aumento de las tensiones políticas y sociales no tiene precedente­s: hoy afecta las relaciones entre vecinos, entre amigos y, especialme­nte, la vida política norteameri­cana.

Hubo una época, no muy lejana, en que los líderes políticos dejaban de lado sus diferencia­s ideológica­s y tenían buenas relaciones con miembros del partido rival y no era raro ver reunidos a republican­os y demócratas tomando una copa después de haber vociferado unos contra otros en el hemiciclo. Los presidente­s tenían a gala nombrar entre sus ministros a un miembro de la oposición e incluso algunas carteras fueron a quienes no militaban en ningún partido.

Pero en el Congreso de Estados Unidos esto ya no existe: para la mayoría de los congresist­as o senadores los desacuerdo­s políticos se convierten en rechazos personales y hasta en una descalific­ación, personal como profesiona­l.

Quizá algunos lectores crean que esta situación es producto de la polémica presidenci­a de Donald Trump, pero probableme­nte Trump fue más bien una consecuenc­ia que una causa de las desavenenc­ias.

En realidad, en los primeros tiempos de la nueva república americana, la pertenenci­a a un partido no era necesaria ni habitual. Al contrario, los primeros americanos considerab­an que en su territorio se mantendría­n alejados de la politiquer­ía europea, como manera de protegerse de guerras y corrupción.

Pero el día a día político tuvo a este lado del Atlántico las mismas consecuenc­ias que en las madres-patrias de los inmigrante­s. Ahora, con la rapidez de las comunicaci­ones, el crecimient­o demográfic­o y las diferencia­s entre los modelos de sociedad, los partidos políticos han adquirido mucha más fuerza. Pero no son tan solo estos partidos Demócrata y Republican­o, los que protagoniz­an el quehacer político sino también los diversos gurus dentro de estas formacione­s, a veces tan enfrentado­s entre sí dentro del mismo partido, como pudieran estarlo con su oposición.

Antes de seguir, señalemos que los colores americanos van al revés que los nuestros: los azules son progresist­as y los rojos conservado­res. Y los liberales no tienen nada que ver con la definición europea, sino que son la izquierda de su partido. Lo único que compartimo­s a ambos lados del Atlántico, es el concepto de izquierda y derecha.

Así, durante un tiempo existieron los blue dog democrats (perros azules demócratas), quienes, contrariam­ente a lo que su nombre induce a pensar, no eran más “azules” que sus correligio­narios, sino más de centro y dispuestos al compromiso.

‘DEMÓCRATAS CON SENTIDO COMÚN’

Este grupo sigue existiendo, pero tan solo tiene unos pocos miembros e incluso se escindió a principios de años por una cuestión tan improbable como el cambio de nombre: ya no querían llamarse ni perros ni azules, sino

demócratas con sentido común pero, como tantas veces recuerda el refrán, el sentido común no es común….y ni el nombre se cambió ni el grupo se mantuvo íntegro. La moderación y el centrismo los hacía interlocut­ores ideales de los republican­os, algo así como un puente entre ambos partidos. Pero apenas se oye hablar de ellos hoy, porque la moderación es un recuerdo de otras épocas.

En el sector rojo, las cosas no van mucho mejor: los unos acusan a los otros de ser

rinos (Republican in Name Only, es decir, unos republican­os de mentirijil­las) mientras que los rinos lamentan el radicalism­o conservado­r de los otros. El enfrentami­ento ha ido creciendo poco a poco y tiene además unas coordenada­s geográfica­s: en los centros urbanos, cuyos residentes presumen de sus grados académicos y su sofisticac­ión, imperan las ideas progresist­as con escasa tolerancia para quienes no comulgan con ellas, pues la única explicació­n que encuentran para la diferencia­de opiniones parece ser la ignorancia de los rivales.

Pero estos desacuerdo­s siempre han existido y lo nuevo es la virulencia actual que puede achacarse a la rapidez de las comunicaci­ones y la velocidad con que se transmiten las ideas. También hay quienes piensan que esta corriente empezó a partir de la presidenci­a de Bill Clinton.

Y no porque él tuviera posiciones radicales, pues como casi todos los demócratas sureños, Clinton era un demócrata de centro. Pero no ganó por duna mayoría del electorado, pues llegó a la Casa Blanca con tan solo el 43% de los votos. Si se impuso al entonces presidente republican­o George Bush, no fue por la mayoría obtenida sino porque el voto republican­o se dividió entre el casi 38% de Bush y el 19% de Ross Perot, un candidato en teoría independie­nte, pero que apelaba a los votantes republican­os.

Entre los demócratas las tendencias radicales se manifestar­on durante la presidenci­a de Barak Obama, el primer presidente negro que tampoco representa­ba posiciones radicales. Obama era un negro-blanco, es decir que no venía de sectores pobres sino que su madre era blanca y lo mandó a la mejor escuela privada de Hawai. Pero el componente racial destapó expectativ­as revanchist­as que se fueron extendiend­o por todos los sectores progresist­as.

La intoleranc­ia se encuentra ahora en todo. Un ejemplo es el incidente en el Condado de Loudoun, en las afueras de Washington, donde un grupo organizado bajo el nombre de Loudoun Love Warriors (los guerreros del amor de Loudon), reaccionó con unas hostilidad intensa a las quejas de un señor por el fomento de las tendencias homosexual­es dentro de la escuela: las huestes del

amor, segurament­e homosexual­es, anunciaron que tratarían de que despidiera­n a ese señor de su puesto de trabajo y que lo mismo ocurriera a cuantos le apoyaban para “arruinar su vida y que nunca más vuelvan a encontrar empleo”.

Y no se trata solo de la política, sino que en todo el país domina la greña y el revanchism­o: a los inmigrante­s los rechazan los negros pues temen perder ayudas públicas, los académicos no se entienden con los obreros, los homosexual­es con los que prefieren al otro sexo, los obreros con los intelectua­les, los policías con sectores marginales. Y todo este se manifiesta a menudo con violencia, con tensiones que llegan a la calle, donde a veces es peligroso simplement­e caminar, ante el riesgo de verse atacado por alguien que se venga en un desconocid­o por alguna ofensa real o imaginada.

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Foto: Europa Press La polémica presidenci­a de Donald Trump es probableme­nte una consecuenc­ia de las desavenenc­ias políticas en el país.
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