Música En busca del paraíso
Peri, un amplio poema sinfónico que, sin exabruptos y en una fluida planicie de hermosura, destila, sobre todo, bondad. Y es que 1843 es un buen año para el compositor: ha nacido su segunda hija, él mismo ha dirigido el estreno del Paraíso, y su suegro se ha reconciliado con él, escribiéndole una carta diciéndole que ha cambiado (Tempora mutantur, et nos mutamur in eis, comienza la misiva). Schuman siempre se movió en un mundo de cultura. Los conjuntos estables navarros, el director y los solistas han conseguido que este opur 50, para muchos escuchado por primera vez, calase en su mensaje: la Redención hay que ganársela. Se consiguió una versión compacta de todo el poema, sin fisuras ni altibajos; en ese estado tranquilo que, si bien no aporta grandes efusiones (no hay arias conocidas), sí que instala al oyente en una permanente placidez; a veces, eso sí, excitada por algún momento álgido, como los finales corales o algún solo. La culpa del éxito fue de todos. Perry So toma el tempo adecuado: todo fluye bien, ligero, sin pesadez, pero dejando tiempo para que prevalezca el texto y la meditación. Malea a la orquesta para que respete el volumen vocal, y logra que, a excepción, quizás, de algún pasaje en la parte grave de la Peri, no se tape a las voces. La sonoridad del Orfeón fue, en todo momento, la apropiada para esta obra: hubo solemnidad en los finales, pero no se gritó nunca. Las cuerdas femeninas se lucieron ya desde la primera entrada (Ay, Ay erró el blanco), y el comienzo de hombres, potente y bien timbrado. Muy bien hechos, exactos, los tramos staccato, el texto suelto. Matices en piano preciosos (…pero no la asustéis…). Precisos diálogos con los solistas (después de escuchar al barítono, interpela el coro a la Peri: ¿de verdad quieres ir al cielo?). Y magnífico el coral Oh santas lágrimas, con empaste romántico, pero, también, con claridad textual. J. Winkel, como Peri, luce una voz dulce, muy apropiada para su rol, de timbre inmaculado, que sale bien en la zona media y el agudo y se esconde un poco en el grave; siempre impime belleza a su peregrinaje. A. Ibarra, mezzo, comienza con algo de vibrato, pero toda su intervención es convincente, el timbre de mezzo se recompone, narra muy bien su parte. Sofía esparza esta francamente bien, su voz, ya sólida y con cuerpo, aporta firmeza, se luce en el pasaje de la novia (bien vestida de blanco), y en el tramo cumbre con el cuarteto y el coral, aporta una luminosidad, arriba, fundamental. El tenor S. Davislim se mueve muy bien en la zona media del pentagrama, sobre todo, va a más y cumple, también, en su importante papel de narrador. El barítono T. Laske está espléndido en la descripción de la belleza de la naturaleza: voz cálida, redonda, de sereno fraseo (un poco melancólico, también, es Schumann), para un texto de alabanza a todo lo creado; muy bien secundado, por cierto, por la cuerda de chelos. En cuarteto, también funcionaron bien: voces equilibradas, muy apropiadas para la partitura, con suficiente cuerpo y volumen, y sin pasarse a la ópera.
Un final feliz, con una apoteosis comedida (valga el oxímoron), que es lo que le va a la obra. Y con un público que la escuchó con respeto y la aceptó, de buena gana, en su repertorio.