Diario de Noticias (Spain)

De paseos, rutas y caminos

- POR Patricio Martínez de Udobro Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

ola personas, ¿qué tal va todo?. Yo aquí al pie del cañón añadiendo un capítulo más a esta, ya larga, serie de paseos que hebdomadar­iamente os cuento. En esta ocasión el paseo no es paseo sino paseos ya que son cinco los que vamos a ver, los cinco que he dado esta semana.

Veamos.

Lunes 9 de la mañana, salí de casa y tomé hacia el sur dirección Lezkairu. Tras pasear y disfrutar de ese nuevo y gran parque que es el llamado de Las Pioneras, llegue a lo que eran las viejas casas del Soto que no las reconoce ni la madre que las parió. Todo en ellas ha cambiado. Su aspecto externo es blanco, moderno, en consonanci­a con sus circundant­es, su entorno nada tiene que ver con aquella estrecha carretera que venía de las monjas blancas y moría en la Fuente de la Teja, mítico lugar de meriendas veraniegas. Un campo de fútbol, a la derecha, y un par de pequeñas casas y un terraplén de frutales que llegaba hasta las ursulinas, a la izquierda componían el paisaje que precedía a aquellas casas de modesto aspecto y modestos vecinos. Tras ellas inicié la subida a Mendillorr­i y al parque de las aguas en el que me

Hcolé (eran las 9,15 y abren a las 10) para dar una vuelta por tan tranquilo y apacible lugar. Es el punto más alto de Pamplona y cuenta con un mirador sobre la ciudad que es nuestro pequeño Tibidabo, del latín “te daré” que dice la biblia. Un poco más adelante encontramo­s otro mirador que otea sobre la cuenca y el gran y cosmopolit­a nuevo barrio de Lezkairu.

Tras abandonar el recinto tomé un camino que desde las últimas casas de Mendillorr­i baja zigzaguean­te hasta la vecina Mutilva. La Avenida del Papa Wojtyla me devolvió a mis feudos.

El martes el paseo fue más corto. Crucé los queridos y envidiados chalets de Argaray para llegar a la Media Luna que disfruté con el fresco matinal y esa luz baja que ilumina los árboles con mano de paisajista. Enfilé hacia Beloso, al empezar su descenso crucé de acera y entré en el Camino de Sarriguren, dejando a mi izquierda Villa Adriana, por 3 millones es vuestra, y a mi derecha la trasera de Villa Margarita, que ya lleva puesto el pijama naranja del corredor de la parca. Enseguida me vi inmerso en esa privilegia­da zona que son los chalets de Beloso Alto, paseé entre ellos, los vi, los miré con ojo crítico y algunos, pocos, los admiré. Antaño era zona de casitas de verano de familias de esas que tenían casita de verano, algunas se conservan, con mejor o peor vejez, y dan sabor a la zona entre tanto ornato y boato. Salí por los terrenos que ocupa la policía Foral y por la calle Monjardín regresé a mi cueva.

El miércoles decidí que mí paseo discurries­e por una ruta clásica y mis pasos se encaminaro­n a la Vuelta del Castillo. Esa joya de la corona color esmeralda y luz de oro que tenemos al alcance de la mano. Anduve entre rápido y lento, aceleré y paré a degustar ese árbol, la muralla, el manto verde, la gente despreocup­ada, el perro corretón y tantos protagonis­tas que la poblaban y le daban color y vida. Al acabar enlacé sin solución de continuida­d con ese otro privilegio que tenemos que es el Parque de la Taconera. Tras pasear por ella con traje de paseante de otros tiempos, atravesé el puente del portal Nuevo para llegar a la Plaza de la O y tomar el Paseo de Ronda que me ayudó a tomar la calle Eslava por la que llegué a la Plaza de San Francisco en donde desanclé una Mayacleta y a golpe de pedal recorrí el mismo camino, pero en sentido inverso.

El jueves opté por llevar mis pasos íntegramen­te por la vieja ciudad de la Navarrería, aquel núcleo matriz de Pompaelo que fue destruido en la guerra civil de Pamplona en 1276 y que permaneció más de medio siglo arrasado y deshabitad­o, hasta que Carlos I el Calvo dio licencia para su reconstruc­ción, allá por 1324. Salí de buena mañana y en un pis-pás me planté en la famosa, controvert­ida y carísima pasarela del Labrit. Atravesada entré en la Plaza de Santa

María la Real, antiguo solar del convento de la Merced y antes más antigua judería. Subí a la ronda del Obispo Barbazán y, dejando a mi derecha la historia hecha piedra en la trasera de todo el conjunto catedralic­io, llegué al coqueto Caballo Blanco, salí a la deliciosa plazuela de San José y vi que la puerta gótica de la Catedral estaba abierta. Mis pies, solos, sin necesidad de recibir la orden, me llevaron para adentro. Una vez en el interior vi que se estaba oficiando misa en la Capilla del Santísimo, también llamada de San Gregorio, y para allí que me fui porque en esa capilla, a veces, dicen misa en latín y a uno, que es muy rarito, le gustan estas cosas, pero no, lo estaban haciendo en román paladino, ese que todos hablamos. 11 eran los feligreses y 5 los concelebra­ntes, rara proporción, entre ellos se encontraba­n las dos personas con más peso en la música catedralic­ia, D. Aurelio Sagaseta, Maestro de la Capilla de Música hasta hace cuatro días y D. Julián Ayesa organista titular. En esta ocasión, a los pocos privilegia­dos que estábamos allí, nos deleitaba acariciand­o el teclado de un pequeño órgano de estilo barroco realizado en 2008 por el organista italiano Walter Chinaglia basándose en un modelo español de 1617. Tras deleitarme un rato con la música sacra, abandoné el templo y tomé la calle Dormitaler­ía, una de mis favoritas, que recorrí hasta el final, doble a la derecha y tomé Merced que así mismo anduve hasta llegar a su continuaci­ón en Compañía, bajé Curia e hice izquierda para entrar en Calderería, tras ella San Agustín, al final subí Tejería para bajar por Estafeta hasta Mercaderes que me permitió atacar el repecho de Chapitela por donde llegué a la Plaza del Castillo donde puse fin a mi paseo.

El viernes también me planté en la calle a temprana hora y me dirigí a un lugar que no podía faltar: el río. No bajé por mi serpentín favorito, no, esta vez bajé de la Plaza de Toros, por las escaleras que dan a Labrit para bajar a la corriente por la cuesta de Villa Olvidada y llegar a las pasarelas. Aluciné con tres enormes árboles que la corriente ha arrastrado hasta allí, a ver cuándo los retiran, también me sorprendió cómo, tras la actuación de retirada de piedras de la ribera, el ancho del río a aumentado en varios metros. Al llegar al otro lado del cauce vi unos cuantos vehículos de bomberos y a varios miembros de este cuerpo, que, por cierto, ¡vaya cuerpos!, enfundándo­se en neoprenos y equipándos­e de bombonas de oxígeno para meterse en las rápidas y frías aguas a realizar algún tipo de práctica. De la Magdalena crucé a Aranzadi que recorrí disfrutón, y atravesand­o el puente de San Pedro llegué al paseo del Arga que me acompañó a mi vera hasta el funicular de descalzos que me subió a la ciudad.

Ya veis 5 paseos 5, de poco más de una hora cada uno que te ponen las pilas para todo el día. Animarse que no muerden. Besos pa tos.฀●

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