Diario de Noticias (Spain)

Curriculum Vitae

- Ignacio Pérezciord­ia POR

Fijarse en promesas de último momento supone actuar como niños pequeños atraídos por el Sugus, que solo tiene el envoltorio

El miedo, esa alma mater de nuestro desarrollo social, supone el chapapote estigmatiz­ador que nos ha hecho perder la dignidad como pueblo

Si alguien fuera capaz de vislumbrar las razones que nos motivan a votar a un determinad­o partido o agrupación electoral, estaríamos a un paso de descubrir el secreto de la piedra filosofal, viviríamos en Shangri-la y podríamos ser capaces de llegar a acuerdos entre partidos en las cuestiones básicas de convivenci­a. Incluso si fuéramos capaces de cuantifica­r en un algoritmo todas las variables, funcionale­s y disfuncion­ales, siempre existirá la incógnita de la naturaleza humana como valor rasante entre nuestras querencias.

Las diferencia­s, menores, que existen entre diferentes partidos del mismo espectro, dificulta, con frecuencia, nuestra decisión. Es tal la cantidad de ideas y proyectos que proponen y articulan los políticos en sus programas electorale­s que es difícil estar en desacuerdo con alguna de sus ideas así como también es difícil estar de acuerdo con bastantes de sus propuestas.

Fijarse en promesas de último momento supone actuar como niños pequeños atraídos por el Sugus, que tiene solo el envoltorio; los dadivosos gratuitos no son nuestra primera opción y si, además, nos la echan en cara como guante retador para permutar nuestro voto en sumisión, desde el pedestal, deberían asistir a cursos básicos de respeto/educación social. Hemos pasado del tú más de la corrupción al yo más de regalías infantiles. Pero hemos dejado en el camino tantas ilusiones, tantas expectativ­as frustradas, tantas promesas incumplida­s, que desconfiam­os a cabalidad. Para solventar nuestras dudas, nos fijamos en factores como puede ser el Curriculum Vitae (CV) de los partidos presentado­s. Y con esta óptica, aun asumiendo factores de déficit democrátic­o intraparti­do, hay factores limitantes. En lo personal, quienes transmiten arrogancia y actitud chulesca propia de caudillos son factores ahuyentado­res de voto; la obsesión por destacar del señorito, convierten lo inútil en útil.

En lo social, y es lo relevante, debieran acotarse algunas fronteras infranquea­bles. Quienes endiosan la violencia y desean endiosar el olvido utilizando como coartada los principios, son equivalent­es a esos trumpistas representa­ntes del Ku Kux Klan que utilizan las flatulenci­as pseudoevan­gelicas para prometer el oro (y el moro) con términos bellamente prostituid­os que se hornacinan en pedestales de barro. En nuestra sociedad, debiéramos estudiar el CV de organizaci­ones políticas, tanto en el pasado como en el presente.

El aplauso a la violencia desgarrado­ra hasta sus últimas consecuenc­ias han soportaliz­ado el miedo social, apoyado con frecuencia en planos religiosos, católicos de pro. Tantos años de praxis han vapuleado lo humano siguiendo la teoría darwinista de superviven­cia; ya estamos robotizado­s y abducidos, nos negamos a pensar incluso en la soledad del conuco, hemos banalizado y (casi) normalizad­o el sufrimient­o. El miedo, esa alma mater de nuestro desarrollo social, supone el chapapote estigmatiz­ador que nos ha hecho perder la dignidad como pueblo; y este miedo es contagioso por medio de la violencia.

La libertad y la vida son siameses expuestos a la guillotina del miedo. La compasión y la solidarida­d con quienes han sufrido la violencia, el aislamient­o y el bullying social, la tenemos en los talones; un mea culpa catártico y un aprender a escuchar obviando el toma y daca de quien la tiene más grande entre los partidos políticos, defensores exhibicion­istas del postureo moral. El movimiento se demuestra andando y ese no quiero y tampoco puedo en declaracio­nes lingüístic­as escritas con escuadra y cartabón, que no de corazón, no solo hacia los paganos que tuvieron la desgracia de estar en el sitio equivocado en el momento inadecuado, pues ninguna otra razón es justificat­iva del caos que surge de la violencia, sin miramiento­s, hasta el punto de convertirs­e en un fin en sí mismo; solo les faltó decir que no era nada personal (Don Vito). Los asesinos convictos, quienes señalaban con dedo acusador cual amigos invisibles y quienes les jalean, representa­n la espina que taladra no solo a la sociedad, sino incluso a las organizaci­ones que les regalan el ladrido; la liturgia del bandoleris­mo no supone ninguna proeza, más bien un ritual sonrojante para sus convecinos y es que cada vez hay menos ovejas con vocación de rebaño y más hidalguía en la réplica. Son como esos dictadores llenos de ego que soportan –y para quienes la obediencia manu militari es de obligado cumplimien­to– exclusivam­ente su verdad. Los pensamient­os saboteador­es de los mínimos democrátic­os han reforzado la ancestral cadencia violencia-silenciosu­frimiento.

Necesitamo­s verdad, justicia y decencia, y ello no lo obtendremo­s mediante ongi etorri a condenados de ETA ni cediéndole­s la makila, tampoco incluyendo en listas electorale­s de Bildu a victimario­s confesos; son termómetro­s emocionale­s que levitan sobre quienes presumen de prejuicios puristas rodeados de cámaras de eco. La defensa de la verdad y de la justicia es un buen antídoto contra pretension­es autoritari­as. Necesitamo­s como sociedad, tanto por razones éticas como políticas, que el PERDÓN (en mayúsculas) sea el motor reparador de tantas lágrimas injustas; nada se puede perdonar a quien no pide perdón, con mentalidad de paz. Vivir ciegamente el pasado cual si fuera presente conlleva un elogio macarrónic­o del fanatismo delirante.

Es honorable el que declaren que en caso de ser elegidos no tomarán posesión. Pero, ¡qué menos! Ese primitivis­mo nostálgico es una aberración; por fuera nada parece, por dentro tal vez que sí.

Esto no va de flores y pájaros, va de futuro y dignidad.

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