Diario de Noticias (Spain)

Música Una tarde cualquiera en el akelarre

- Javier Escorzo POR

ajar las escaleras del Akelarre es como entrar en una cápsula del tiempo y retroceder un par de décadas: oscuridad, sudor, humo, serrín y músicos de rock tocando a escasos centímetro­s del público. Eran las siete y media de la tarde, pero, a nada que uno se lo propusiera, no costaba nada convencers­e que era una madrugada cualquiera de los años noventa. El impacto es todavía mayor cuando se tiene enfrente a una banda como El Cuarto Verde. Los riojanos son dueños de un sonido arrollador, de esos que te pasan por encima, y más cuando tocan en una sala pequeña, como era el caso. Venían a presentar su último trabajo, Ondas de choque, y de paso, a desempolva­r algunas canciones de su ya larga trayectori­a.

A pesar del volumen atronador que imprimiero­n, pudieron distinguir­se buenos detalles de su sonido. El bajo, muy presente en todas las canciones, acompañand­o el demoledor trabajo de la batería, y las dos guitarras, que no dejaron de echar humo en toda la actuación. Sí que se echó de menos algo más

Bde volumen en la voz, pues en ocasiones resultaba complicado distinguir las palabras de Odón, el cantante, y fue una pena, porque las letras son uno de los puntales de este grupo. Esto lo corrigiero­n a mitad de concierto, justo antes de interpreta­r uno de los mejores cortes de su último álbum, El caos dentro de un orden no es el caos, que en su versión de estudio cantan junto a Antonio Arias, de Lagartija Nick. Después, se “engorilaro­n”, como dice su canción, en La ira, y con ellos el público de la sala. Una de las piezas más enérgicas fue Hazlo, con el cantante sin guitarra por primera y única vez en toda la velada y dedicándos­e a saltar por el escenario mientras golpeaba con sus manos el techo de la sala. El cuarteto terminó exultante su actuación y con la satisfacci­ón de haberse sabido ganar al público.

A eso de las nueve, tras el preceptivo cambio de escenario, comenzaron a tocar los Big Member. Perfectame­nte dirigidos por la batería de Sergio (que, por cierto, celebraba su cumpleaños), los locales no bajaron en contundenc­ia respecto a sus predecesor­es, aunque sonaron algo más atmosféric­os en algunos pasajes. En cualquier caso, sus estilos combinan bien y son dos grupos amigos, como quedó demostrado en Alopecia, en la que Odón, de El Cuarto Verde, salió a cantar con ellos.

Hubo algunos pequeños problemas con el sonido, pues Unai, el cantante, no podía escucharse. En cualquier caso, nada que enturbiase el mensaje que el público recibía. Su concierto fue in crescendo: abrieron con Los perros del crepúsculo, derrocharo­n sarcasmo con Federico, y se mostraron románticos (a su manera) con Sigue mirándome así. Adoradores fue, posiblemen­te, la pieza más rabiosa de su repertorio. Y qué decir de la recta final, con versiones como Perlas ensangrent­adas o Loca, y clásicos propios del calibre de Siluro. Se despidiero­n con una aterradora, nunca mejor dicho, revisión de Un día en Texas, de Parálisis Permanente. Dos grandes grupos. Una tarde cualquiera en el Akelarre.

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