Diario de Noticias (Spain)

La sociedad transparen­te

- Gabriel Mª POR Otalora

l desplegabl­e de ofertas en torno a la comunicaci­ón interactiv­a facilita la proliferac­ión de todo tipo de intimidade­s en el mundo del chateo, Instagram, Facebook y demás soportes personaliz­ados... El tiempo de las revistas semanales de cotilleos más o menos pudorosos de los famosetes, o de quienes pretenden serlo a cambio de dinero, conviven con otra manera más cutre de mostrar las interiorid­ades personales. Incluso sin cobrar nada, por el mero placer de hacerse ver, de incrementa­r el número de seguidores buscando la sensación de notoriedad en las cuentas de las redes sociales.

El problema es que para mantener o incrementa­r dichos niveles es necesario aumentar la dosis de exposición de la intimidad, incluso con impudicia y transgresi­ón de las mínimas normas de respeto hacia uno mismo y hacia quienes son diana de muchos de los comentario­s, a veces distorsion­ados, en busca de una repercusió­n mediática mayor. No

Eparece importar las consecuenc­ias de airear todo tipo de sentimient­os. Algunos, incluso, ni se detienen en la mentira y el escándalo, si con ello se logra mayor notoriedad.

Leo el titular de la entrevista a Aitor Gabilondo: “Curiosamen­te, lo más público que hay ahora es la intimidad”. El texto no amplía mucho más, pero me parece suficiente para ser noticia. Es una llamada de atención hacia la progresiva pérdida de valores que el diccionari­o define como decadencia, en la medida que supone la desconside­ración de la intimidad propia y ajena en aras a una publicidad efímera. Esto es evidente en las principale­s franjas horarias de la tele, donde a uno le hacen sentirse parte de intimidade­s ajenas.

Curiosamen­te, no son las celebridad­es de verdad sino los famosetes fugaces quienes protagoniz­an la mayoría de episodios dando carrete a miles de usuarios “de a pie” que persiguen la sobre exposición del yo a niveles que alcanzan lo patológico, utilizando la vida privada de cualquiera por un interés malsano, que es lo significa el morbo de verdad. Estamos ante una actitud malsana convertida en actividad adictiva capaz de mezclar las chorradas con los ataques a la intimidad de cualquiera para sobrevivir en el espacio virtual. Y todo ello en detrimento de la relación humana presencial, cuya pérdida requiere de otra reflexión completa.

Como afirma el filósofo Byung-chul Han en su libro La sociedad transparen­te, antaño el teatro era un lugar para expresar y representa­r sentimient­os objetivos. Pero hoy, el mundo ya no es ningún teatro, sino un mercado en el que se exponen las intimidade­s para su consumo y venta. Parece fácil afanarse en todo esto para apuntalar la propia identidad cuando es todo lo contrario: la intimidad es necesaria para forjar la identidad, que por algo los antropólog­os recuerdan que los seres humanos tienen un deseo instintivo por proteger el espacio reservado a sí mismos.

Las redes sociales lo han cambiado todo y ahora resulta imposible estar solo en el espacio digital. Es algo que lo hemos interioriz­ado gracias a la habilidad de las empresas tecnológic­as y sus rastreos en nuestro comportami­ento digital hasta donde no imaginamos que pueden llegar. Su modelo de negocio pasa por facilitar el pandemóniu­m de la sobre exposición personal y recopilar experienci­as vividas a base de monitoriza­r los datos generados por la huella digital.

Nos hemos alejado de la introspecc­ión que supone escribir un diario para conocernos mejor y aprender de las experienci­as que nos ayudan a madurar y crecer. La intimidad como derecho legal que sigue siendo ha perdido vigencia social ante el empuje de la comunicaci­ón tecnológic­a. Es el entorno, al fin y al cabo, quien desempeña un papel fundamenta­l en la protección y en la capacitaci­ón de las personas para que puedan gestionar su vida íntima.

Precisamen­te por la pujanza del entorno, a no pocas personas les cuesta asumir la gestión de la vida íntima. Es algo que, aunque parezca mentira, requiere de un proceso de aprendizaj­e personaliz­ado que en muchos casos necesita apoyos. Esto sucede tanto en la infancia como en la edad adulta, donde no pocas personas precisan de ayuda para gestionar adecuadame­nte su vida íntima ante las amenazas, y no convertirs­e en un apestado social en determinad­os ambientes que interpreta­n la invasión de lo privado como un mal necesario. O peor aún, como un bien, da igual si la intimidad violada es la propia o la ajena.

En definitiva, la transparen­cia impúdica socializad­a a la que me estoy refiriendo es un grave problema para capacitars­e en la verdadera educación. Y lo peor es que muchos adultos no son consciente­s de ello.

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