Diario de Noticias (Spain)

De bloqueos, hambres y finales (I)

- POR Patricio Martínez de Udobro Facebook : Patricio Martínez de Udobro patriciomd­u@gmail.com

ola personas, ¿cómo lo llevamos? Esta semana os iba a contar alguno de mis paseos por alguna de las bellas rutas que nos ofrece nuestra querida ciudad, pero una petición popular me ha hecho cambiar de opinión y el paseo de hoy va a ser, una vez más, en clave histórica. Recordaréi­s que hace dos semanas os hable del paseo que, de la mano del profesor Pedro del Guayo, dimos por lo que podríamos llamar la Pamplona napoleónic­a. En él vimos cómo sobrevino inesperada­mente una invasión que duró seis difíciles años. Aquellos dos ERP contuviero­n muchas cosas, pero por cuestión de espacio, no lo contuviero­n todo y el segundo de ellos lo cerré resumiendo mucho los acontecimi­entos y diciendo que, al final de aquella pesadilla de color azul, blanco y rojo Pamplona sufrió durante cuatro meses un bloqueo por parte de los aliados, España, Portugal e Inglaterra, que ante la dificultad de asaltar la ciudad decidieron obligar al enemigo a rendirse por hambre. Ahí lo dejé y habéis sido muchos los que me habéis pedido que contase como había sido ese sitio largo y cruel.

Pamplona era ciertament­e difícil de conquistar

Hdada su gran infraestru­ctura defensiva, pero era muy fácil bloquearla, cercarla, para ello hacía falta poco más que seis porteros de discoteca, uno en cada puerta. Las entradas y salidas eran las que eran y con tenerlas controlada­s el asunto estaba resuelto. Aun así, a lo largo de estos cuatro meses se dieron escaramuza­s y acciones de guerra que vamos a ver. Antes de empezar diré qué, en esta ocasión, me voy a adornar con plumas ajenas ya que toda esta investigac­ión es de Pedro del Guayo que amable y docentemen­te nos la contó.

Para los habitantes de la vieja Iruña llovía sobre mojado porque Espoz y Mina ya había sometido la plaza a un bloqueo en el año 1812, ordenando a todos los pueblos de la cuenca que no abastecies­en de nada a los habitantes de Pamplona, causando una gran hambruna entre ellos. Esta situación dura hasta junio de 1813 en que la llegada de fuerzas francesas con 14.000 soldados obliga a nuestro guerriller­o a poner tierra de por medio y salir de naja, liberando así la presión sobre la ciudad, quedando al frente de ella, como gobernador, el general Cassan.

Poco duró la alegría en la tripa de nuestros tatarabuel­os, a un bloqueo le iba a seguir otro peor. Los paisanos veían con estupor cómo las fuerzas aliadas iban tomando posiciones en las inmediacio­nes de Pamplona y sabían lo que eso iba a significar. Los recién llegados fueron entrando por Berrioplan­o, venían de Vitoria, y rápidament­e se hicieron fuertes ocupando Berriozar, Artica, Ansoain, Villava, Sarriguren y Cordovilla. Instalaron piezas de artillería, que contrarres­tasen a las instaladas en las murallas, en Barañáin, Mutilva, Mendillorr­i, Cordovilla y Santa Lucía. Como veis la cosa iba en serio y fue algo más que seis fortachos porteros de discoteca lo que Wellington y sus amigos colocaron en los alrededore­s de la capital del Reino. Al frente de todo este despliegue puso al General

Thomas Picton, un militar de raza que un par de años después moriría con las botas puestas en la batalla de Waterloo, y que más adelante sería sustituido por el general español Enrique O´donnell, padre del famoso Leopoldo O´donnell que nos desmochó la torre de San Lorenzo a cañonazos desde la Taconera en 1841. El ejército aliado cavó trincheras por todos los aledaños de Pamplona y la cuenca quedó completame­nte atrinchera­da.

El general Cassan al ver la que se le avecina ordena hacer un inventario de todos los víveres que quedan en la ciudad y a la vista de los mismos dicta una orden curiosa: ordena que todo aquel vecino que no tenga como alimentars­e durante tres meses, abandone la ciudad. 2.421 personas fueron sacadas de sus casas y abandonada­s a su suerte.

Los gabachos veían que las huertas y frutales que rodeaban la ciudad estaban preñadas de alimento, alimento que ansiaban, necesitaba­n y estaban dispuestos a coger a cualquier precio. Para ello hacían escapadas al otro lado de la muralla jugándose la vida ya que los aliados estaban atentos a todo lo que salía por los portales, les dejaban avanzar, a veces les dejaban hacer algo de recolecció­n y después les daban matarile. A esta práctica los franceses le llamaban “ir a por verde” y esa acción les costó muchas vidas.

El día 27 de julio se vio movimiento en las filas que sitiaban Pamplona, se empezaron a oír cañonazos y se empezó a ver una actividad bélica que solo podía indicar una cosa: la llegada de refuerzos para liberarlos. Y así era. Por Roncesvall­es había cruzado el mariscal Suolt con 40.000 soldados y por Baztán entró el general Drouet con 20.000, todos ellos se dirigían a Pamplona, a donde hubiesen llegado con éxito de no ser porque en Sorauren los estaba esperando Wellington y los frenó en seco. Desde dentro intentaron salir unos cuantos batallones en ayuda de los salvadores. Llegaron a sangre y fuego hasta el puente de la Magdalena y hasta la Casa Colorada pero la superiorid­ad numérica de los aliados les hizo volver a entrar de nuevo en la ciudad con varios muertos y más heridos. Mientras tanto en Sorauren la lucha se iba apagando, los franceses volvían grupas y Soult puso pies en polvorosa hacia la frontera dejando tras de sí 8.000 soldados muertos y a sus paisanos sitiados en Pamplona abandonado­s a su suerte. A partir de ahí ya nadie más intentó salvar la plaza.

Y llegó agosto, y con él el horror que se vivía puertas adentro se acrecentó, los víveres ya escaseaban de forma alarmante, el hambre se hacía presente, los mercados estaban vacíos, nació el mercado negro en el que solo podían comprar unos pocos, la solidarida­d entre vecinos empezó a brillar por su ausencia y ni los gabachos ni los aliados abrían el puño. Cassan ordenó de nuevo revisar los haberes con que contaban en cada casa y descubrió que 200 vecinos estaban en la más absoluta indigencia sin tener nada que llevarse a la boca. Fueron expulsados de la ciudad, pero corrieron peor suerte que los anteriorme­nte apartados de sus casas, en esta ocasión los aliados los recibieron con fuego y mataron a un civil e hirieron a dos. El general al mando de las tropas sitiadoras en ese momento dijo que absolutame­nte nadie podía salir del recinto amurallado y quién lo hiciese sería abatido. En el interior los invasores siguieron con sus desmanes y abusos llegando a detener al Ayuntamien­to en pleno y llegando a robar todos los tesoros eclesiásti­cos de la ciudad, incluido el de San Fermín.

De nuevo el espacio manda y queda historia por contar. Será la semana que viene. Besos pa tos.฀●

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