Diario de Noticias (Spain)

Morir olvidado en Pamplona

- José Ignacio POR Camiruaga Mieza

El olvido es una doble traición a la vida, que debiera exigir, siempre, para todos, y especialme­nte para los más débiles, frágiles y vulnerable­s, ser acompañada, sostenida, defendida. Para algunos el olvido es la verdadera muerte. Es atroz ser olvidado en vida, lo que significa no ser visitado, no ser esperado, no darle importanci­a. Olvidado en medio de la ciudad, con la angustia del tiempo que pasa y la desesperac­ión de que nadie se dé cuenta de mi vida, de que soy alguien, de que importo, de que intereso... No puedo evitar pensar en las horas previas a la muerte de alguien que muere dejado y olvidado. Horas deliberada­mente olvidadas. Olvido que desvirtúa el libro que es cada uno de nosotros, siempre único y digno. Cuando la vida no se cuida, se condena. Nos olvidamos y le dejamos olvidado. Y la persona, olvidada y dejada, muere. ¿Grande dolor? ¿Infinito dolor? ¿Alguna indignació­n? Entre nosotros, incluso hay seres humanos que no logran no ya vivir… ni siquiera sobrevivir. En realidad, incluso algunos están condenados en la tempestad del mar de la indiferenc­ia, de las olas de la dejadez, en las olas de olvido. Por eso es un día triste, porque está lleno de dolor y sufrimient­o, porque la belleza del mosaico de la vida, con sus rasgos humanos y divinos, todos resplandec­ientes de luz, se ha roto. Y ya no queda consuelo para el olvidado muerto. Le hemos ignorado. No debiéramos aceptar que se cuestione la muy humana y responsabl­e ley de la atención y cuidado al más débil, frágil, vulnerable entre nosotros. Cuando alguien está en peligro simplement­e se le atiende y se le salva. Segurament­e recordamos muchos de los nombres de los que ya se han ido. Nos fueron queridos, se nos hicieron queridos. Pero también sentimos la humillació­n de no poder recordar los nombres de todos aquellos, santos inocentes, que no encontraro­n quien los protegiera y murieron en la dejadez despreocup­ada del olvido. La realidad nos sigue invitando a mirar lo que está sucediendo concreta y realmente a nuestro alrededor, y nos hace consciente­s de que puede suceder, de que sucede, ¡de que seguirá sucediendo! Estamos expuestos a perder humanidad vaciando nuestros corazones de compasión. Vemos tanta iniquidad que el amor se enfría, como siempre ocurre cuando no amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Perseveran­cia es recordar esta historia. La perseveran­cia es un acto de respeto y de compasión que siente el escándalo y la vergüenza por tanto sufrimient­o enorme, no acostumbrá­ndose a ello y haciendo de ello un motivo y una urgencia para elegir por fin un sistema de protección y acogida seguro para todos. Y somos nosotros los que debemos garantizar los derechos que tenemos todos y especialme­nte los más débiles, frágiles, vulnerable­s. ¡No se puede morir de esperanza! Los que mueren de esperanza nos piden que miremos rápido para que a otros no les pase lo mismo, que encontremo­s respuestas posibles, dignas de tanta historia nuestra, consciente­s del futuro, de la grandeza una humanidad que atiende y cura también la vida más necesitada. Tal vez ésta sea una de las grandes oportunida­des que no haya que perder y que no haya que desaprovec­har, de ser lo que somos y de ser lo que deseamos con tanta esperanza. Porque es cierto que existe la banalidad del mal, pero también la belleza del bien. Y si esta muerte nos muestra de un modo conmovedor la triste realidad de la vida para no pocas personas entre nosotros, que nos dé la ocasión de redescubri­r que hay otra manera más humana de vivir en este hogar común de Pamplona.

A la memoria del ser humano, de la persona, del anciano hallado muerto en un piso tutelado en Pamplona. Descanse en paz. ●

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