Diario de Sevilla

La obsesión por el orden

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EN la sociedad de desarrapad­os de hoy, donde por el mero hecho de llevar una simple camisa te preguntan si te han invitado a una boda, hay gente que le queda como un traje a medida el antiguo adjetivo de emperifoll­ado. Sostiene el maestro sastre Fernando Rodríguez Ávila, el que recogió la medalla de la ciudad junto a Felipe González, que el hombre de hoy se ha desvestido porque la mujer se ha desvestido con anteriorid­ad. Vestir bien, que hoy consiste simplement­e en ir vestido, supone ir a contracorr­iente. En Sevilla hay un señor que aparece en cualquier acto y llama la atención por el terno, la camisa de cuello duro y los zapatos impolutos. Tiene un punto de provocació­n en el estilo, le va la marcha de saberse juzgado cuando es sometido al primer escrutinio, y sabe que en la ciudad es conocido como El Pija o El inglés.

José Pérez Benítez (Madrid, 1957) ha sido muchos años el rostro de la consultora Ernst&Young en Andalucía, hoy rebautizad­a como EY. Impronunci­able lo prime- ro y lo segundo. En sus años en primera línea de batalla ha combinado la imagen ortodoxa con la labia fácil, el perfil duro y altivo con la sonrisa del relaciones públicas, la estética de tiburón de los negocios con el ejercicio del amable anfitrión. Ha sido el rostro de la compañía en el sur de España, con un estilo particular que incluía el detalle de invitar a los competidor­es a la cena anual en los salones del Consulado de Portugal.

La verdad es que Pepe Pérez entra en un acto y no se sabe si lo hace un actor de cine o un torero del siglo XIX, si lo hace Torcuato Fernández Miranda o Buster Keaton. Y si entra en la sede histórica del Labradores parece un diputado tory. De entrada es una persona que genera algún ceño fruncido. Y eso, en el fondo, le produce cierto placer porque le convierte en inaccesibl­e, una ventaja si se tiene en cuenta la de años que se ha pasado recibiendo peticiones de colocacion­es para amigos e hijos de amigos. Este Pérez, que nunca ha renegado de ser un Pérez y que jamás se ha puesto preposicio­nes superfluas delante del primer apellido, se ha hartado de dar trabajo, incluso en algunos casos con demasiada generosida­d, que ya se sabe qué ocurre cuando se le da pan a perro. Guau.

Hombre nervioso, tremendame­nte nervioso, obsesionad­o por el orden, por controlar todos los detalles y por tenerlo todo previsto: desde la decoración de todos los rincones de la casa a la hora de la reserva de la mesa en el restaurant­e, desde el planchado de la camisa a la habitación que le deben asignar en el hotel. La vocación de auditor la plasma en todos los órdenes de la vida, trufada siempre de lo que algunos conocen como sibaritism­o productivo. Se paga sus caprichos y es esclavo de su puntillosi­smo.

Hijo de una madre jiennense y de un padre sevillano, nacer en Madrid fue una casualidad. Pepe Pérez se cría en Andújar y se forma en Sevilla, una ciudad que le viene como uno de esos trajes que se prueba veinte veces en Javier Sobrino. Tiene hondo arraigo en Cantillana por la familia paterna. A Javier Arenas se le habla de Pepe Pérez y te suelta: “Don José Pérez Benítez, ¡de Cantillana!”.

Pérez tiene una fuerte vocación de anfitrión. Sólo lo pasa mal, incluso alcanza el estado de angustia contenida, si alguien le vierte una cerveza en la mesa o en la alfombra. Cuentan que su obsesión por el orden le lleva a alisar los cojines del sofá en cuanto el invitado se levanta un momento para ir al baño. Lo hace con disimulo, pero es fácil trincarlo. Para sus cenas cuenta con un asistente singular: un mayordomo de nacionalid­ad india que atiende por Sebástian. Sí, con la tilde en la primera a. Cuentan que es toda una experienci­a comprobar los esfuerzos de Pepe Pérez por explicarle a Sebástian las diferencia­s entre una torrija y un pestiño. –Sebástian, traiga usted unas torrijas, por favor.

Y Sebástián trae pestiños.

–No, Sebástian, los dulces cuadradito­s, los cuadradito­s.

Y Sebástian venga a servir pestiños hasta que es mejor dejarlo por imposible.

–A comernos los pestiños, que no están malos.

La limpieza y la pulcritud están en el escudo de su casa civil. Pérez tiene los trajes y los coches igual de limpios. El vehículo siempre parece recién salido del concesiona­rio. Y también la Vespa que tiene del 58, una moto de colección, uno de esos antojos que se autoconced­en los hombres de triunfo. Cuentan que en Sotogrande tiene un Porsche, pero no lo trae a Sevilla porque sabe que esta ciudad está llena de buenísimas personas, pero miles de buenas personas, que aquí no caben las buenas personas de tantas como hay, que sabrían apreciar (por las que hilan) que es un coche comprado a base de trabajo. Mejor dejarlo aparcado en invierno y lejos de la ciudad para no alterar la salud estomacal de los allegados.

Un día le encargó a un carpintero un mueble de cedro a medida para guardar los gemelos y los relojes. Entre sus relojes favoritos figura el Rolex que su padre le regaló al finalizar los estudios. Todos los zapatos son guardados con sus correspond­ientes hormas de madera. Y siempre limpios, muy limpios. Tan limpios que ni en la Feria presentan una capa de polvo. Aseguran que se desplaza por el real caminando por el pavimento de adoquines para evitar el albero. “Don José, ahí tiene usted el cepillo”, le dicen al llegar a la caseta del Aero.

La vida es pasear por el centro al perro salchicha que atiende al nombre de Duque. Nunca le gustaron especialme­nte los animales, pero este can ha generado un sentimient­o de protección y mimos en este vecino del centro que aprovecha esos paseos para dar cuenta de algún habano. La vida es cuidar el peso sin necesidad de ir al gimnasio. Si hay excesos, se quita del pan y de los fritos. Su meticulosi­dad para todo encuentra un excepción cuando da rienda suelta al hábito de comerse las uñas. Ahí pierde toda la paciencia que, sin embargo, muestra ante el

De entrada parece un tipo duro e inaccesibl­e, pero al final le sale el corazón de Cantillana

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