Con Magallanes de Cuba a Santo Domingo
que se empezaron a vender por un millón de pesetas.
Desde la avenida se ve el palacio de San Telmo y la Sevilla del 29. La misma que Sergio Frenkel eligió cuando le propuso al alcalde Alejandro Rojas-Marcos organizar “una Expo en miniatura”, a partir de un máster que le premiaron y que premonitoriamente tituló La Feria de Naciones Iberoamericana. Enriqueta Vila, entonces concejala de Cultura, americanista, animó al alcalde y buscó el primer emplazamiento, el Casino de la Exposición. “El primer año cobramos la entrada a cien pesetas, se formaron colas como en la Expo”. Tiene en la retina, y en alguna fotografía de su álbum privado, a Rojas-Marcos el día que llegó a la inauguración. “Se quitó la corbata, se metió en el stand de ese país y se puso a servir mojitos”.
Antes que Argentina, el Festival de las Naciones tuvo de países invitados a Filipinas, El Salvador y Suecia. Un movimiento canalizado por el cuerpo consular, aunque Argentina no tiene cónsul en Sevilla. “Hay uno en Cádiz de cuando salían los barcos”. Pocos países han enviado visitantes que hayan dejado la impronta de algunos compatriotas. Evita Perón, en 1947, “dejó obnubilada a la mujer de Franco, que al principio la miraba con el rabillo del ojo”, Jorge Luis Borges, en 1984, que en su poema Buenos Aires se preguntaba 25 veces qué era esa ciudad. “Es la otra calle, la que no pisé nunca, es el centro secreto de las manzanas, los patios últimos...”. En otro poema dedicado