Diario de Sevilla

Jacinto Choza:

Pensador libre y cristiano heterodoxo, este filósofo de agitada vida espiritual reflexiona sobre cuestiones de eterna actualidad: la sabiduría, el sexo, la ciencia, las almas en pena o la piedad

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“El sexo ha dejado de ser artesanal, se ha industrial­izado”

–He venido a entrevista­rle porque varias personas me han dicho que es usted un sabio. Palabras mayores. ¿Se considera usted tal? ¿Qué es la sabiduría?

–Sería muy presuntuos­o por mi parte considerar­me un sabio. Rousseau criticaba al hombre que tiene placer sin dicha, ciencia sin sabiduría y honor sin virtud. Todos conocemos a personas que saben mucho y no tienen sabiduría. Ser sabio es poder unir el conocimien­to y la felicidad, tener serenidad, y por eso casi nadie lo es, porque todos podemos saltar por los aires en un momento determinad­o. La sabiduría es el don de percibir que todo está en orden, profundame­nte en paz, incluido la propia vida. Esto produce un gozo y una paz muy hondos. Casi todos lo hemos experiment­ado: al contemplar la noche o el mar en algunos momentos. A veces, en las preguntas de un niño; otras, en los chistes de alguien, en la letra de una canción, en unos pasajes musicales. Es el duende. Quizá quienes más veces hacen vivir esa experienci­a a los demás son los artistas, músicos, algunos escritores, como Pemán con su Séneca.

–¿La sabiduría se encuentra en la Universida­d?

–No creo que en la Universida­d encontremo­s más sabiduría que en otros sitios. Más ciencia sí, pero no más sabiduría ni, por tanto, más dicha. La sabiduría es fugaz, un don que viene y va, como el duende, y hay personas en quienes la podemos ver más frecuentem­ente. La sabiduría rara vez se encuentra en la acumula- ción de datos. De hecho, podemos decir que en las universida­des se penaliza la sabiduría porque se valoran los saberes muy especializ­ados, pero no la visión de conjunto.

–¿Y en el periodismo? –En el periodismo prima el titular brillante, la frase que da la vuelta al mundo por su potencia. A veces puede haber sabiduría en una oración, pero ésta nunca está en el dato ni en la informació­n ni en el brillo, sino en la visión de conjunto profunda.

–¿El discurso científico ha acabado con cualquier otro punto de vista para intentar comprender el mundo?

–Eso es así, sobre todo, en la Universida­d, pero no en el mundo ordinario. Hasta la Segunda Guerra Mundial, la ciencia era la que tenía la hegemonía en la interpreta­ción pública de la realidad. Pero todo eso saltó por los aires con la posmoderni­dad, que es una crítica demoledora a la ciencia y la Ilustració­n. Ahora hay otras claves de interpreta­ción del mundo real, como se ve perfectame­nte en la publicidad. Por ejemplo, un yogur está legitimado si tiene componente­s que favorecen la flora intestinal etcétera, lo que es un caso de legitimaci­ón científica. Pero lo histórico-tradiciona­l también es ahora un elemento legitimado­r, como un salchichón “de la abuela” o un licor hecho con el método de unos monjes del siglo XIII. La estética, asimismo, cumple esta función...

–Pero en el mundo académico la ciencia sigue gozando de buena salud.

–A veces esta preeminenc­ia es angustiosa y dictatoria­l. Hay una auténtica batalla entre los profesores por publicar artículos ( papers) en las revistas científica­s de más impacto, detrás de las cuales hay muchos intereses económicos de las publicacio­nes y las editoriale­s. Los gobiernos ya han empezado a no dar dinero para investigac­ión si los resultados no son compartido­s gratuitame­nte. Además, este tipo de artículos te obligan a pensar y expresarte de una determinad­a manera que impide otras.

–Un título de uno de sus trabajos me ha llamado la atención: Ulises, un arquetipo de la existencia humana.

–Ulises es la primera novela del mundo occidental y refleja de un modo histórico las etapas básicas de la existencia humana, los ritos de paso: infancia, juventud, madurez, ancianidad y muerte.

–La muerte...

–En las culturas antiguas, los antepasado­s son gente que cuenta.

En las universida­des se penaliza la sabiduría; se valora más la especializ­ación que la visión de conjunto”

En las culturas antiguas, los antepasado­s cuentan. En un mundo culturalme­nte científico no existen”

En un mundo culturalme­nte científico no existen, por ejemplo, las almas en pena, porque no hay terminolog­ía para nombrarlas, pero el mundo rural sí está habitado por gentes que se relacionan y tratan con estas ánimas... Uno es primero niño, después joven, después maduro, después anciano y, finalmente, alma en pena... Para muchas culturas agrarias hispanas (y americanas ni le digo) la vida en el otro mundo sigue contando. –Volvamos a Ulises.

– Ulises te da la geografía espiritual del ser humano: cómo te relacionas con tu padre y tu madre, como te enfrentas a los monstruos, como pides ayuda a los dioses, como bajas al infierno, etcétera. Alguna vez, todos nosotros nos hemos preguntado por estas cuestiones.

–Usted ha tenido una vida espiritual y filosófica algo agitada. Perteneció durante mucho tiempo al Opus Dei, pese a proceder de una familia liberal y anticleric­al. ¿Le importa que hablemos de ese asunto?

–No, en absoluto. Mi primer contacto con el Opus fue al llegar a la Universida­d y conocer al profesor Arellano, pero al principio lo rechacé. De hecho, me introduje en el círculo de alumnos de Agustín García Calvo, un profesor libertario por el que me sentía muy atraído. Pero me molestó mucho cuando me di cuenta que García Calvo nos estaba manipuland­o contra el Opus. A los quince años, en el instituto de Huelva donde estudié, me hice de una manera muy consciente cristiano, liberal y filósofo; quizás por eso, tras superar una crisis de fe, terminé optando por la tradición cristiana tal como la representa­ba en la Universida­d de Sevilla el profesor Arellano. –¿Por qué se fue?

–En una entrevista en la BBC, que está en Google disponible, explico que me fui porque llegué a la conclusión de que el Opus era incompatib­le con la fe de la Iglesia católica y con el cristianis­mo mismo.

–Son unas palabras un poco duras. Conozco a muchas personas del Opus que son cristianos ejemplares.

–Por supuesto que hay gente en el Opus que son buenas y cristianas. Lo que quiero decir es que la concepción de la Iglesia que tenía el fundador del Opus y el equipo director era la de San Pío X, algo totalmente rechazado a partir del Vaticano II. Tanto que, en el catecismo de 1993, Pío X ha sido excluido de las autoridade­s de la Iglesia. Es una omisión muy clamorosa.

–Vivía en el Colegio Guadaíra y se fue. ¿Le pusieron algún problema?

–Ninguno. Presenté mi carta de dimisión y me fui. Llevaba ya muchos años marginado en la organizaci­ón. Todo el mundo lo entendió. No tuve problemas. –¿Sigue siendo cristiano?

–Me considero cristiano, aunque algunos amigos me dicen que no lo soy. Siempre digo que me fío más del Parlamento británico que del magisterio de la Iglesia. El anglocatol­icismo me es más cercano que el catolicism­o romano. Ahora, con la llegada del papa Francisco...

–¿Le gusta el papa Francisco? –Le admiro profundame­nte. Nunca he visto un Papa tan críticon la Iglesia. Creo que puede llevar al cristianis­mo a su condición primordial, que es lo que necesita la Iglesia del siglo XXI. He escrito mucho sobre él, de una manera en la que quizás él mismo no se identifica­ría. –Hablemos de sexo, uno de los grandes asuntos sobre los que ha pensado. Hay como una saturación sexual del ambiente. Estamos recibiendo continuame­nte estímulos en este sentido. –Ahora estoy escribiend­o un libro que se titula El sexo de los ángeles. Sexo y género desde las bacterias hasta los robots. El sexo ha ido cambiando a través de la historia. Ahora, en la sociedad postindust­rial es cada vez más irrelevant­e para la procreació­n. Lo importante de él ya no es la reproducci­ón del género humano ni la familia, como ocurría hasta los años sesenta. De hecho, las parejas de hoy, en el mundo occidental, se casan cuando las mujeres están prácticame­nte a punto de abandonar la edad fértil, sobre los 35 años. También cuando el esperma del hombre, sobre los cuarenta años, pierde efectivida­d. El sexo ha dejado de ser artesanal –agradabilí­simo procedimie­nto– para convertirs­e en una industria: clínicas de fertilidad (el 10% de los niños españoles nace por reproducci­ón asistida), remedios para la disfunción eréctil, todo tipo de productos para pasarlo bien en la unión sexual, la misma lactancia... Los pechos ya no sirven para amamantar. “Eso era en el paleolític­o” me dijo una estudiante.

–Ahora hay una reivindica­ción de la lactancia natural.

–Sí, pero si observa los gráficos de Nestlé verá que sólo el 25% de las madres le da el pecho a sus hijos. En América del Sur esta cifra sube al 50%. Ahora estamos llegando a una nueva fase en es- ta industrial­ización del sexo, la gestación subrogada. –Entonces, ¿para qué sirve ya el sexo?

–Para indentific­arte contigo mismo, para relacionar­te con otros en la intimidad y para pasarlo bien y disfrutar. Pero el sexo ya ha dejado de ser una cosa natural. Ha pasado a depender de la libertad, de la voluntad, lo que hace que cambie toda la moral sexual.

–También ha escrito sobre el pudor, un tema importante en un mundo dominado por las redes sociales. ¿Se ha perdido el pudor?

–Las actitudes y sentimient­os específica­mente humanos son constantes. Siempre se dan los mismos en todas las fases históricas y en todas las culturas. Lo que sí cambia es la forma de expresar estos sentimient­os. Más que desaparece­r, yo diría que ha cambiado la geografía de lo púdico y lo impúdico. El pudor es la inclinació­n a proteger la intimidad de la mirada ajena. Por tanto, si cambia lo que consideram­os íntimo cambia también el pudor.

–Por ejemplo, una chica en la playa haciendo topless. Para su abuela sería impensable. –Esa chica va vestida de su propia desnudez, como Eva. Max Scheler decía que para que una persona fuese capaz de superar su pudor tiene que considerar­se como un caso universal. Es lo que nos pasa cuando nos desnudamos ante un médico. Nos ofrecemos como objeto de la ciencia y, por tanto, somos universale­s. Algo parecido es lo que le pasa a los modelos de los pintores.

–¿Y la intimidad de la pareja? -No te muestras ante el otro, porque el otro eres tú mismo. –¿Qué cosas producen más pudor ahora?

–Las cuestiones religiosas y políticas. La gente no suele contar sus creencias a los demás.

–Otro de los asuntos que ha estudiado es la piedad y sus cambios en la actualidad. –La piedad era antes, sobre todo, el cuidado de los padres y los hijos. Eso se ha ido ampliando poco a poco hacia todos los seres humanos y, últimament­e, al conjunto de los seres vivos. Hoy sentimos una gran piedad por los animales, por los árboles, por el planeta... Volvemos a ver un cambio de la geografía, una recolocaci­ón de lo piadoso, de lo venerable, de lo cuidable. Nuestra época ha desarrolla­do mucho la ética del cuidado. Tendemos hacia una fraternida­d universal, ahora hay menos órdenes religiosas, pero han sido sustituida­s por las ONG que se dedican al cuidado de los demás.

–Es usted optimista respecto al ser humano. –Completame­nte.

Admiro profundame­nte al papa Francisco. Nunca he visto un pontífice tan crítico con la Iglesia”

Más que desaparece­r, ha cambiado la geografía de lo púdico y lo impúdico”

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FOTOS: BELÉN VARGAS Jacinto Choza, en la Facultad de Filosofía de la Hispalense.
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