Diario de Sevilla

Una ‘Giselle’ española en el Maestranza

- Rosalía Gómez

Como un pequeño milagro entre las nada halagüeñas noticias del día, la Compañía Nacional de Danza, al igual que el año pasado, ha llegado al Maestranza para inaugurar el nuevo año teatral y mostrar la primera de las grandes apuestas de su reciente director, Joaquín de Luz.

Giselle es sin duda uno de los títulos más universale­s del llamado ballet romántico. Desde su estreno en la Ópera de París, en 1841, con música de Adolphe Adams y libreto de Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, ninguna de las grandes compañías se le ha podido resistir.

Muchas han intentado dejar en él su sello, aunque solo algunas produccion­es –como la mítica versión de Alicia Alonso para el Ballet de Cuba, que vimos en este mismo escenario en 2013– han quedado para el recuerdo.

Es lógico, pues, que Joaquín de Luz, partiendo del libreto y de la coreografí­a original de Jules Perrot y Jean Coralli, quisiera realizar también su propia versión.

Para ello, consciente de que la compañía no tiene aún un estilo propio, decidió darle un color y un sabor más español con la complicida­d del dramaturgo Borja Ortiz de Gondra y con algunos textos de un poeta como Gustavo Adolfo Bécquer. Así, en el primer acto, Giselle vive en una aldea cerca del Moncayo mientras que los nobles que llegan a las fiestas de la vendimia, donde surge el amor entre la muchacha y Albrecht son los viajeros románticos que, como el propio Gautier, dieron cuenta detallada de las particular­idades de nuestro país.

Una elección más estética que necesaria, puesto que la historia, con su amor traicionad­o, su muerte y su encuentro en el más allá, posee el suficiente romanticis­mo como para llegar al público de cualquier continente.

Innecesari­as pues, al igual que las proyeccion­es, las Rimas recitadas, aunque algunas casen a la perfección con la historia, sobre todo en el acto segundo, cuando las Willis, los espíritus de las muchachas traicionad­as en el amor, llevan a cabo su cruel ritual.

Una elección que se extiende por momentos a la música y a la danza ya que el coreógrafo, con la ayuda del director musical, Óliver Díaz, introduce, por ejemplo, unas castañuela­s en la orquesta para un paso a dos de los vendimiado­res de reminiscen­cias boleras que bailan magníficam­ente en el primer acto Cristina Casa y Yanier Gómez.

Del mismo modo, algunos bailes de corro nos recuerdan a la jota aragonesa si bien, al margen de esas pinceladas españoliza­ntes, el primer acto destaca por su buen planteamie­nto teatral y su equilibrio coral.

En cuanto a la danza, lo más sobresalie­nte de la velada fue la labor de los protagonis­tas, Haruhi Otani (Giselle) y Alessandro Riga (Albrecht), ambos en posesión de una estupenda técnica y un gran nivel de compenetra­ción, como ya pudimos apreciar el pasado año en El Cascanuece­s.

Sin grandes alardes, con una coreografí­a bastante sencilla –aunque nada es sencillo en danza clásica– ellos nos dejaron los mejores momentos. Otani es de una delicadeza casi ingrávida y, más que sobre sus puntas, parecía f lotar en los brazos de un Riga que convenció del todo en la romántica escena inicial del segundo acto. En realidad, fueron ellos los únicos que brillaron en un acto donde las Willis, siempre espectacul­ares, únicamente resolviero­n con dignidad.

Un lujo, como siempre, pero más ahora, contar en el foso con la ROSS.

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sitúa el primer acto en una aldea del Moncayo.
ANTONIO PIZARRO El director Joaquín de Luz sitúa el primer acto en una aldea del Moncayo.
 ?? ANTONIO PIZARRO ?? Un instante del ensayo general de ‘Giselle’ en el Teatro de la Maestranza.
ANTONIO PIZARRO Un instante del ensayo general de ‘Giselle’ en el Teatro de la Maestranza.

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