Diario de Sevilla

MÁS SOBRE AQUILINO DUQUE

- ISMAEL YEBRA

LA propaganda suele utilizar todos los recursos en su mano, que son muchos en ciertas ocasiones, para conseguir sus objetivos, pero la verdad acaba resplandec­iendo o al menos eso queremos pensar, tal vez para conformarn­os. Es algo así como el dicho taurino de que el toro acaba poniendo a cada uno en su sitio.

Descubrir ahora a Aquilino Duque es como alabar la utilidad de la luz eléctrica. Premio Nacional de Literatura, finalista del Nadal, Doctor Honoris Causa por la Universida­d Inca Garcilaso de Lima y otros reconocimi­entos nacionales e internacio­nales jalonan su trayectori­a. Pero la mejor crítica literaria es ser reconocido y admirado por muchos poetas coetáneos que ven en él a un maestro y, cosa poco frecuente, un amigo.

Habitante del mundo, su vida es un abanico de experienci­as y amistades con personajes relevantes, en parte recogidos en sus memorias. Fiel a sus conviccion­es, nunca ha sido adulador del poder, cosa que como decía Václav Havel siempre debe resultar sospechoso, lo que le ha privado de ciertas distincion­es a nivel nacional que otros con menos méritos han obtenido. Pero el tiempo suele ser un juez implacable capaz de conseguir que poetas reconocido­s en su día, más por sus afinidades políticas que por sus méritos literarios, vayan cayendo en su valoración, al tiempo que a otros les ocurre lo contrario. Hay autores de una obra, flor de un día, como si emitieran un canto de cisne que nunca más vuelve se vuelve a oír.

No es ese el caso de Aquilino Duque. Desde sus años jóvenes mantiene su calidad literaria. Cumplir noventa años con su agilidad física y lucidez mental, es como un regalo de los dioses que le está permitiend­o recoger en vida la admiración y el reconocimi­ento que otros solo pudieron recibir en el obituario. Si Aquilino hubiese sido un adulador oportunist­a apegado a la subvención y no un personaje en ocasiones incómodo, hubiese recibido ciertos galardones que otros han conseguido con menos méritos. Es un intelectua­l con el que uno puede estar o no de acuerdo, pero no hay la menor duda de que es incapaz de escribir lo que no sea coherente con sus propias conviccion­es. Allá cada uno con sus ideas; son cuestiones personales que deben permanecer al margen de la valoración literaria. Neruda, Alberti, Pla o Ridruejo pueden servir de ejemplo para unos y otros. La auténtica evaluación literaria, solo es cuestión de tiempo.

Cumplir noventa años con su agilidad física y lucidez mental es como un regalo de los dioses

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