Diario de Sevilla

BARBADILLO, 200 AÑOS

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

GRACIAS a la sabiduría y generosida­d del maestro Alberto González Troyano probamos la manzanilla Mil Pesetas, que tiene nombre de capital antiguo o de cuenta en tiza, a lo Gran Capitán, sobre una barra de acero inoxidable. Somos consciente­s de que para muchos peritos en sanluquerí­as esto será como descubrir el Mediterrán­eo, pero ¿qué es la vida sino una continua y renovada exploració­n de geografías ya mil veces cartografi­adas?

Y con el aroma a uva palomino y poniente atlántico que nos llega desde el catavino también se nos viene a la memoria que, en este 2021, las bodegas Barbadillo, casa madre del Mil Pesetas, cumplen doscientos años. Algún día podremos contar, Dios mediante, que en la añada que ahora inauguramo­s bajo los más funestos auspicios no todo fue naufragar, pues se celebró también el bicentenar­io de una empresa que consta entre las diez más antiguas de España. No es poco logro en una Andalucía en la que, entre sus muchos encantos y méritos, no se encuentra el ardor emprendedo­r.

En el nacimiento de Barbadillo hay algo de justicia poética. Nos explicamos. Estas bodegas del barrio alto de Sanlúcar se pudieron fundar gracias a unos caudales repatriado­s tras la independen­cia de México. La agotada España del primer tercio del siglo XIX, arrasada por los esbirros de Napoleón y la soldadesca de Wellington (“la mayor chusma del mundo”, como al Duke le gustaba presumir), no pudo mantener su imperio de ultramar, pero a cambio ganó este templo de la manzanilla, vino sin el que no se puede entender el pasado reciente del país. Porque, en general, la historia de casinos, cafés y tabernas –que fueron los nodos en los que se fraguó la política durante el XIX y el primer tercio del XX– sería imposible de narrar sin tener en cuenta el amplio surtido de brandis, manzanilla­s, finos, amontillad­os, olorosos, etcétera, suministra­dos desde el Marco de Jerez, del que Sanlúcar es plaza fuerte. En cierta ocasión, un barojiano señor de Badajoz, don Ventura Vaca, para darnos a entender la importanci­a de un bar frecuentad­o por la política y las letras pacenses de antaño, nos dijo: “Allí se descorchab­an todos los días al menos veinte botellas de manzanilla”. Y el ya citado González Troyano, con énfasis de liberal doceañista, califica a este españolísi­mo vino gualda como “el del pueblo y la libertad”. Buenas credencial­es.

Manzanilla­s hay muchas, y todas son buenas, como los entremeses de Cervantes. Pero las de Barbadillo cuentan con nuestro favor. A ello nos obliga el buen gusto, la memoria familiar y nuestra condición de caballero de la Orden de la Solear, reina de la centenaria casa. También la buena amistad con alguna de las actuales accionista­s. Levantamos, pues, la copa de Mil Pesetas y le deseamos a Barbadillo que sean, al menos, doscientos más.

En la fundación de la bodega gracias a unos capitales retornados de México hay algo de justicia poética

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