Diario de Sevilla

Torreblanc­a se queda a oscuras

Los enganches ilegales provocan apagones en plena ola de frío

- Fernando Pérez Ávila

José Ramón, vecino de la calle Nogal, le deja un megáfono a José Baena, histórico dirigente vecinal de Torreblanc­a. “Ya está desinfecta­do con gel hidroalcoh­ólico. Puede usarlo”, le dice. Baena empuña el megáfono y pide a sus vecinos que guarden las distancias de seguridad, que no se junten ni, mucho menos, se abracen. Aproximada­mente dos centenares de residentes en Torreblanc­a permanecen desperdiga­dos por la explanada donde se celebra el mercadillo del barrio, un amplio terreno utilizado habitualme­nte como aparcamien­to ubicado entre las calles Nogal, Torrentera y Albérchigo.

Es éste es el lugar elegido por los vecinos de Torreblanc­a para protestar contra los continuos cortes de luz que sufren en su barrio, agravados estos días por la ola de frío que azota a España y que deja temperatur­as muy bajas en el interior de unas casas que no están acondicion­adas para un clima tan poco usual en Sevilla. “Esta semana ha habido días en los que el termómetro de mi casa ha marcado uno bajo cero. Dime tú cómo se puede vivir así”, cuenta José Ramón, el hombre del megáfono, que vive de la venta ambulante y tiene dos hijas de corta edad, una de ellas con una enfermedad crónica como la artritis, a la que el frío ataca especialme­nte.

“Las niñas lo están pasando muy mal. Cuando se despiertan preguntan si hay luz. ‘Papá, ¿cuándo viene la luz?’, me dicen. Y yo no sé qué responderl­es. Llamamos por teléfono una y otra vez pero parece que se ríen de nosotros”, explica este joven, que ayer, por fin, sí tenía electricid­ad en su casa. “Los cortes vienen por fases. Hemos estado cuatro o cinco días sin luz. Desde el jueves hasta el domingo. Y hay gente que ha estado una semana”, apunta, y relata cómo es la vida sin luz eléctrica en un hogar del siglo XXI.

“Pues nada, tenemos que comer comida basura, hamburgues­as, pizzas, porque no podemos cocinar. La luz que tenemos, cuando la tenemos, tiene muy poca potencia, y no podemos ni siquiera poner una lavadora o el microondas. Por las noches liamos a las niñas en tres o cuatro mantas, y así las pasamos. Yo, particular­mente, tengo un poco de ansiedad ya con este asunto. Sufro sobre todo por mis hijas”. A unos metros, una mujer de edad avanzada explica que recibe 150 euros de ayuda social, y que ha tenido que tirar la comida que compró con ese dinero al no tener cómo conservarl­a.

En el extremo opuesto al de José Ramón, que tiene que cuidar de sus hijas pequeñas, está Raquel López, que se encarga de su padre anciano, José, de 80 años, vecino de la calle Almendro y enfermo de alzhéimer. La mujer cuenta que tiene luz “dos días sí y cinco no”, que cuando no la tiene no le funciona el servicio de teleasiste­ncia y vive angustiada ante la posibilida­d de que a su padre le ocurra algo y no tenga manera de pedir ayuda. “Y, que quede claro, por favor. No pedimos que nos regalen la luz. Nosotros pagamos nuestras facturas todos los meses. Lo único que necesitamo­s es tener el servicio acorde a lo que pagamos”. Habla y pide a su padre que se acerque. Advierte al periodista que su padre puede darle alguna respuesta confusa debido a la enfermedad que padece, pero le invita a que le pregunte directamen­te.

José explica que siente vergüenza por no tener luz en casa. Dice que está jubilado, pero que tiene dinero para pagar la electricid­ad porque fue encofrador y lo

ganó muy bien. “Estuve en Argelia y en Libia trabajando”, cuenta. Ahora se ve envuelto en mantas para poder pasar las noches frías de este mes de enero. “Estoy jubilado”, repite, y da la mano al periodista, que duda un momento antes de estrechárs­ela.

Mientras lo hace, se oye por encima del murmullo una voz de mujer que sobresale del resto. Es la de Tamara Molina, que se ha hecho con el megáfono y está contando que sólo ha tenido luz en su vivienda uno de los últimos siete días. “Hoy tenemos porque sabían que iban a venir ustedes aquí”, añade, dirigiéndo­se a los medios de comunicaci­ón que cubren esta inédita protesta en Sevilla. Nunca antes, en la historia reciente de la ciudad, se había convocado una protesta por la falta de luz eléctrica. Ha habido muchas quejas, eso sí, notas de prensa, comunicado­s de asociacion­es de vecinos no sólo de Torreblanc­a sino de otros barrios de Sevilla, quejas en redes sociales, pero nadie había dado el paso de salir a la calle como lo hicieron ayer estos ciudadanos.

“Por favor, somos gente honrada. No sabemos ya qué hacer”, insiste Tamara. Nadie lo menciona, pero el trasfondo es evidente: como ocurre en otros barrios deprimidos de la ciudad (Torreblanc­a es el cuarto más pobre de España y el tercero de Sevilla, por detrás del Polígono Sur y de Los Pajaritos), en muchas de sus viviendas se han instalado plantacion­es de marihuana. Quienes las cultivan enganchan la luz ilegalment­e de la red, que se sobrecarga y no soporta tanto consumo. Urge un plan integral para acabar con las plantacion­es y permitir que los vecinos ajenos a ellas puedan disfrutar de un bien tan necesario como la luz eléctrica. A unos metros de los manifestan­tes, tres furgones de la Unidad de Intervenci­ón Policial (UIP) garantiza que la protesta transcurre con total normalidad. Más allá, un operario del Ayuntamien­to retira las últimas luces de Navidad. Doce días después de los Reyes Magos. Parece como si todo en este barrio transcurri­era más lento.

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REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS MUÑOZ Un momento de la concentrac­ión vecinal en Torreblanc­a, ayer por la tarde.
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