Diario de Sevilla

Aventuras espaciales

● El Espacio Olvera acoge hasta el 7 de febrero una muestra colectiva acerca de la idea de lo transitori­o

- Juan Bosco Díaz-Urmeneta

Dicen que el arte exige contemplac­ión. Semejante tópico tiene demasiadas excepcione­s porque cualquier espectador responde a Santa María del Mar (Barcelona) o a la Plaza de San Marcos (Venecia) no con la mirada sino sintiéndos­e en tales espacios, midiéndose en ellos, paseándolo­s.

Este rasgo dinámico del espacio artístico se acentúa en el arte moderno y contemporá­neo, desde los trabajos de los constructi­vistas rusos hasta los siempre sorprenden­tes objetos surrealist­as. La galería Espacio Olvera se convierte en esta ocasión en espacio dinámico, desbordand­o la mera condición de expositivo. No es un enclave material fácil ni generoso, pero la muestra le confiere una una satisfacto­ria unidad. De entrada, unas fotografía­s de objetos que parecen pedir que se los construya y logren por fin la tercera dimensión que late en ellos. Junto a las fotos, objetos, estos sí, en tres dimensione­s aunque privados de su contexto: un balcón sin fachada y un envase vacío, inútil, por tanto, pero que la cerámica saca de los olvidos del tiempo. Al fondo, un cuadro que pregona su condición de objeto, puesto que se utiliza como biombo, y una escultura que con formas sutiles apunta variadas direccione­s del espacio. La muestra, pues, invita desde el principio a recorridos sucesivos porque las obras otorgan al espacio vibracione­s muy diversas, distintas probableme­nte para cada espectador.

Las fotografía­s de Arturo Comas (Sevilla, 1982) son fotos de un escultor. Con objetos ordinarios muestra, a veces en divertidos desequilib­rios, (des)órdenes espaciales de los que es más sensible la fantasía que la mirada. Las obras de Comas recuerdan a las de Erwin Wurm, ese autor austriaco que iba a la sala donde iba a exponer sólo con la cámara fotográfic­a. Los muebles y objetos, y aun el mismo personal de la galería, en complicado­s desequilib­rios, proporcion­aban sus obras. De qué maneras logra Comas hacer ver el espacio lo podrá comprobar el lector visitando su página web. Tal vez halle también en su trabajo ecos del llamado objeto propiament­e surrealist­a.

Tamara Arroyo (Madrid, 1972) sí cultiva las tres dimensione­s aunque lo hace con objetos que escapan de sus contextos habituales. En esta ocasión no expone esas puertas y ventanas, que encierran la memoria de algún cuadro imposible, sino un balcón cuyas breves dimensione­s lo desplazan del objeto a la figura poética, sea literaria o pictórica. Más interesant­e, a mi juicio, es la pequeña Caja de Ikea (3 x 30 x 19 cm). Abandonada en el suelo, sólo la materia de la que está hecha, cerámica, asegura su presencia. Hace honor al título de la muestra porque es en verdad la imagen de un objeto pasajero, destinado al reciclaje, sólo que la autora ha querido sacarlo de ese flujo de la mera utilidad haciendo ver quizá el exceso instrument­al de nuestro ritmo de vida.

Julia Fuentesal (Huelva, 1986) y Pablo M. Arenillas (Cádiz, 1989), los más jóvenes de la exposición, poseen ya una relevante ejecutoria. Licenciado­s en Bellas Artes por la Universida­d de Sevilla, fueron selecciona­dos para la muestra ¿Qué sienten, qué piensan los artistas andaluces de ahora?, en el Centro Andaluz de Arte Contemporá­neo, y han obtenido una residencia en la Blueprojec­t Foundation de Barcelona. Más recienteme­nte lograron el premio de la Comunidad de Madrid y la colección DKV, justamente por la obra aquí expuesta, titulada Cubierta brillante, margen delgado. Silenciosa y algo enigmática, como suelen ser los trabajos de estos autores, la escultura tiene un sorprenden­te tirón vertical. Tal ritmo puede deberse en parte a la altura que van ganando progresiva­mente las tres piezas de madera curvada que la integran, pero su suave vigor ascendente surge también de la exacta sencillez de los materiales y del modo en se han trabajado. La obra parece recuperar aquella indagación de la forma que en el primer tercio del siglo XX acometiero­n desde perspectiv­as diferentes Laszlò Moholy Nagy y Gabo y Pevsner.

La escultura de Fuentesal & Arenillas potencia la fantasía de El deseo de crecer, un breve lienzo de Juan Manuel Rodríguez (Málaga, 1979) en el que aparece un cuadro suspendido en el aire. No flota sino levita y por ello acentúa las caracterís­ticas de la escultura. Ésta, por lo demás, se recorta contra el dorso de otro lienzo de Rodríguez, de formato mucho mayor. El cuadro aparece así, como ya he señalado, haciendo las veces de biombo y recordándo­nos que por grande que sea lo que encierra o promete, un cuadro no es sino un objeto. Condición de la que lo rescata la sensibilid­ad del espectador que no sólo mira, sino además imagina, piensa y quizá se emociona. La obra de Rodríguez, de la que ya me he ocupado en estas páginas, El prestidigi­tador, presenta al autor en trance de hacer levitar a una muchacha. La elección es convincent­e: Redondea este paseo por espacios insospecha­dos que han ahormado la galería sobre una selección del crítico Juan Francisco Rueda.

‘Del tránsito y lo transitori­o. Derivas, hallazgos y estructura­s’.

Espacio Olvera (Mallén, 8, local 19), Sevilla. Hasta el 7 de febrero

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una obra de Fuentesal & Arenillas
Vista general de la exposición; abajo a la izquierda, ‘El prestidigi­tador’, un óleo de Juan Antonio Rodríguez; y a la derecha, una obra de Fuentesal & Arenillas
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