Diario de Sevilla

JUAN VEGA, EL DE LA CAMILLA Y LOS CATUNAMBÚ

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

FALLECIÓ Juan Vega, el último de los veteranos de la mesa camilla. Extramuros del Calvario nadie, lógicament­e, sabe lo que esto quiere decir. La mesa camilla de la antigua casa de hermandad de la calle Bailén era una tertulia diaria fundada por (pongo el don como recuerdo que se distribuía) don Antonio Oliva, Julio Bell, Juan Vega y Manolo Huelva, a la que se sumaba el muy macareno don Manuel González Luque, de la dinastía de los Ceniza, bautizado en la palangana de Pilatos y muy dado a pinchar a don Antonio Oliva refiriéndo­se a la Macarena, tras guiñar un ojo, como la Madre de Dios. A lo que don Antonio, cómplice de la broma, respondía: “¿Y la Presentaci­ón quién es, la prima?”. A la Semana Santa le ha faltado quien escriba de los capillitas como Dickens del Club Pickwick, con humor y ternura, siguiendo a Núñez Herrera y Galerín.

Que se haya ido el último de la mesa camilla sólo concierne a los hermanos del Calvario. Pero Juan Vega –destacado hermano también de Santa Marta– fue en Sevilla alguien más: el de los cafés Catunambú, el continuado­r del negocio paterno que en los años 30 se anunciaba así:

“Juan de Vega Torralba. Cafés tostados y torrefacto­s al por mayor. Marqués de Paradas 11. Despachos en O’Donnell 9 y Pi y Margall 7” (nombre que tuvo la calle Cerrajería entre 1911 y 1938). Pero los Vega –padre e hijo– son historia de Sevilla sobre todo por abrir, desde Triana a Capuchinos, la mayor cadena de cafés y cafeterías –hasta 14– que la ciudad ha conocido. Fueron sus estandarte­s el Gran Almirante, el Coliseo y el Nuevo Coliseo –con sus tan modernas barras americanas snack bar en la planta superior abalconada– y su joya de la corona, el suntuoso Gran Britz de la esquina de Tetuán con Rioja, el de los espejos, mármoles, maderas nobles y bronces, el del toro escapado que se miró en sus espejos, el del encargado bético que puso en el elegante uniforme de los camareros galones verdes en los hombros enfurecien­do, después que importante­s clientes sevillista­s se quejaran, a Juan Vega padre, quien zanjó la cuestión en sevillano: “¡ni verde bético ni rojo sevillista, que se las pongan morado Gran Poder!”.

A esta dinastía cafetera y hostelera pertenecía el tan bondadoso como gruñón Juan Vega –un Walter Matthau capillita– con el que se ha ido una parte de la historia de Sevilla y uno de esos rostros-estandarte­s que identifica­n la hermandad a la que pertenecen.

Juan Vega, el del Calvario, hizo historia en Sevilla por continuar el negocio paterno abriendo 14 cafés y cafeterías

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