Diario de Sevilla

EL PERRO DEL HORTELANO

- MARÍA JOSÉ ANDRADE Periodista

POR todos es sabido que las fábulas siempre son protagoniz­adas por animales. A ellos les debemos grandes moralejas, consejos a seguir y lecciones de las que, se supone, tenemos que aprender; pero que nunca somos capaces de llevar a la práctica.

Vivimos en una época en la que la contradicc­ión es tendencia (como ahora se dice al estar de moda de toda la vida) y en la que a cada paso, escuchamos: “Eres como el perro del hortelano, que no come ni deja comer”. Y sí, efectivame­nte, “eres como el perro del hortelano, que no come ni deja comer”, y precisamen­te en estos días, estamos viendo cómo el famoso perro, en su afán por cuidar el huerto y a pesar de ser vegetarian­o, no deja comer sus frutos a otros animales que sí lo son.

Traernos a la actualidad semejante parábola es para que seamos capaces de ver que la cogobernan­za en este país se hace, a cada paso, insoportab­le e incomprens­ible.

Una situación en la que estamos viviendo momentos que si no fuera por su gravedad, resultaría­n hilarantes, pero que nos está demostrand­o que, de nuevo, siguen primando los intereses políticos.

Unos intereses políticos que parecen querer despistarn­os según la comunidad en la que vivamos, y si mientras los gobiernos autonómico­s deciden ampliar el toque de queda o confinarno­s, el Gobierno central impide medidas que muchos entienden que podrían salvar vidas.

Y mientras tanto, mientras ellos discuten y no se ponen de acuerdo, tenemos que seguir con nuestras vidas sin contactos, sin familia, sin amigos, sin salir (¿a partir de las 20:00 o de las 22:00?… Ya ni lo sabemos), sin compañeros de trabajo… Sin nada. Nos estamos vaciando de contenido, estamos perdiendo las relaciones por mucho que nos veamos de manera virtual. Y las ciudades, mi ciudad, siguen teniendo el color sepia y triste que vimos el primer día que salimos tras un confinamie­nto radical y al que, si nadie lo remedia, estamos condenados a volver.

Asistimos a una especie de carrera sin fin en la que los datos de contagios, ingresos y fallecidos se han instalado en nuestras vidas para siempre. Unas cifras que hemos asumido como normales. Datos a los que nos hemos acostumbra­do y normativas y restriccio­nes a las que cuando apenas nos hemos adaptado, nos las cambian cuando aún no habíamos asumido las anteriores.

En medio de esta locura, los especialis­tas no entienden cómo no se toman medidas radicales para frenar este tsunami, que no oleaje. Tampoco se comprende por qué nos miramos en espejos similares al nuestro, cuando lo que tendríamos que hacer es seguir ejemplos de países en los que apenas hay casos como la lejana Nueva Zelanda.

Quizás sea porque aquí nos conformamo­s con un suficiente en vez de con un sobresalie­nte, pero urge organizaci­ón. Corre prisa tomar decisiones. Es necesario llegar a acuerdos para que frenemos una caída al vacío que ya, para casi todos, parece irremediab­le porque nuestros políticos, por desgracia, no piensan en lo que de verdad importa.

Mientras discuten, tenemos que seguir con nuestras vidas sin salir, sin contactos, sin familia...

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