La última batalla
CON el pasar del tiempo, cuando recordemos a don Juan del Río Martín, se citará que fue uno de los fallecidos en la pandemia del Covid-19. No con un número más, como tantos otros a los que no conocemos, sino que el arzobispo castrense de España fue uno de los caídos ilustres en esta batalla. Debería servirnos de recordatorio: el enemigo va en serio. Pero los martirios de la salud no deben pasar en vano. Las circunstancias trágicas de esta pandemia sin distinciones (como si el coronavirus pintara un cuadro de postrimerías de Valdés Leal) no pueden alterar lo esencial: don Juan del Río era un hombre santo contemporáneo, un ejemplo a seguir para quienes le conocimos y disfrutamos de su amistad. Un hombre santo, por otra parte, al que no se le podía dar coba, pues conocía las debilidades humanas y era capaz de desarticular las hipocresías. Siempre con su talante sencillo, que no incauto.
Una vez le pregunté, en una entrevista publicada en este diario, cuál era su principal devoción y me contestó: la Virgen del Rocío. En Ella se resumen los amores marianos de la Baja Andalucía, que marcaron su vida en la Iglesia: Huelva, Sevilla y Cádiz. Nació en Ayamonte, hizo su carrera eclesiástica en Sevilla, donde comenzó como párroco en Pilas y Dos Hermanas, antes de ser más conocido por su labor en el Seminario y como teólogo (tenía una sólida formación) y en la Pastoral Universitaria; y después pasó a ser el segundo obispo de Jerez-Asidonia, en la que dejó una gran huella durante más de ocho años. Y arzobispo castrense de España, un cargo eclesial desde el que miraba a Andalucía. Era predicador frecuente en los cultos de las hermandades, y siempre estaba atento y pendiente cuando era requerido. Atento y al tanto de las circunstancias.
Su última gestión estuvo vinculada al expediente canónico para que el Vaticano reconozca el milagro que permitirá al Beato Marcelo Spínola ser proclamado como santo. Spínola nació en San Fernando (donde se le atribuye ese milagro de la curación de un cáncer), y además de arzobispo de Sevilla, fundó la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón y desarrolló una labor ejemplar en San Lorenzo. La Soledad lo venera entre sus titulares. Don Juan del Río le ha dado alas a ese expediente y ofreció la Catedral Castrense de España, en Madrid, para el acto que sirvió de cierre, el pasado día 19. El expediente del Beato Spínola ya está en Roma.
Nadie podía imaginar que dos días después sería hospitalizado, y saltaría la noticia de su enfermedad, su agravamiento y su muerte. Ha caído en la pandemia, como uno más. Pero no ha perdido la gran batalla, porque los hombres de Dios, como don Juan del Río Martín, construyen la paz y salen triunfantes en el combate de la Vida eterna sobre la muerte.