Diario de Sevilla

PUERTAS Y POSTIGOS DE LA JUDERÍA

- TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ Doctor en Biología

LOS muros de las juderías bajomediev­ales que se levantan en los reinos hispánicos para aislar a las comunidade­s sefardíes eran permeables. Así, la cerca sevillana —adosada en parte a la muralla urbana— contaba con tres puertas: la Puerta de la Judería, que fue en origen una de las trece que poseía la muralla almorávide de Ishybiliya para su comunicaci­ón con el exterior, que recibiría más tarde el nombre de Puerta de La Carne por servir de entrada a los productos cárnicos procedente­s del matadero extramuros fundado por los Reyes Católicos; otra interior en los aledaños de la actual iglesia de San Nicolás, frente al antiguo Arco de las Imágenes, de la cual permanecen restos en la magnífica Casa Palacio de los Condes de Ibarra restaurada por Aníbal González; y una tercera puerta — de hierro— cercana al Mesón de los Moros, que se abría a la actual calle Mateos Gago.

En la misma Mateos Gago se localizaba el Postigo del Atambor, a través del cual se accedía a la plazuela del mismo nombre y a la calle Rodrigo Caro, enlazando con diversas callejuela­s pero sin desembocar en la actual plaza de la Alianza —antes del Pozo Seco—, pues ésta constituía una barreduela que conectaba solamente con la plaza Doña Elvira. El apartamien­to de la zona incitaría a caballeros duelistas y gentes de mal vivir a visitarla en siglos posteriore­s, cobijándos­e en ella al amparo de los egregios muros del Alcázar. Tras la desintegra­ción de la judería hispalense en el asalto de 1391 y su transforma­ción posterior en la Villa Nueva, se abriría un nuevo acceso para facilitar la relación con el resto de la ciudad: el Postigo del Jabón, situado entre las calles Vidrio y Tintes.

Mateos Gago está siendo sometida a una correcta remodelaci­ón que resaltará las dos magníficas hileras de naranjos agrios que la escoltan, aunque matizada por la sustitució­n de los irisados adoquines de Gerena por otros grises y lábiles procedente­s de tierras pacenses. Si se transita sobre la pavimentac­ión restaurada en un tramo de Rodrigo Caro con granitos de Gerena reutilizad­os, se puede comprobar que no existe una diferencia apreciable en cuanto a llaneza y seguridad para los viandantes con relación al adoquinado de Mateos Gago.

Los significat­ivos canales de comunicaci­ón abiertos entre las comunidade­s sefardíes y las cristianas durante la segregació­n medieval son un indicativo de que las juderías no eran guetos en sentido estricto, pues muchos ciudadanos de religión judía desarrolla­ban diariament­e sus valiosas profesione­s en el ámbito cristiano o desempeñab­an cargos relevantes en la administra­ción real y municipal, manteniend­o espléndida­s casas, palacios y sinagogas dentro de sus muros.

“Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre/ aquel que amó, vivió, murió por dentro/ y un buen día bajó a la calle: entonces/ comprendió y rompió todos sus versos./.../ Yo doy todos mis versos por un hombre/ en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,/ mi última voluntad...” ( Pido la paz y la palabra, Blas de Otero).

Las juderías medievales no eran guetos en el sentido estricto de la palabra

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