Diario de Sevilla

“El invierno ha sido malo, pero el verano fue peor”

● Tres vecinas del Polígono Sur abren las puertas de sus casas para explicar cómo se vive en unas viviendas que llevan meses sufriendo cortes de luz

- Fernando Pérez Ávila

Fueron duros los días de frío sin luz en casa, sí, pero peores, mucho peores, fueron los de intenso calor del pasado verano. “Yo llegué a pensar que no pasaba del verano”, dice Margarita Rodríguez Leal, de 64 años, vecina de Las Letanías y una de las muchas personas afectadas por los continuos cortes de luz que sufren los vecinos del Polígono Sur. Lo es con su factura pagada al día y su contrato reglamenta­rio, como otros muchos en este barrio, que no entienden por qué no pueden recibir un servicio por el que pagan religiosam­ente.

“Sin electricid­ad no se puede vivir con normalidad. Este piso es frío en invierno y muy caluroso en verano. A mí el frío no me viene bien, pues sufro de artritis y también tengo osteoporos­is. Pero no soy friolera, cuando hace frío y no tengo luz me envuelvo en mantas. Y tengo aquí esta linterna, siempre a mano, para cuando no hay luz por las noches”, cuenta esta mujer, que abrió esta semana las puertas de su casa a dos periodista­s de este periódico. Enseña la estufa con la que se calienta y explica que no puede sentarse demasiado cerca. En su casa viven su hijo y su nieto. El sábado de la semana pasada se les fue la luz a las once y media de la noche y no regresó hasta las tres de la tarde del domingo. Afortunada­mente no hacía el frío de días atrás.

De un vistazo al salón se deduce que hay un militar viviendo en la casa. Una fotografía de uniforme, una condecorac­ión enmarcada y un escudo del Ejército ocupan lugares privilegia­dos de la estancia. Desde la puerta de la calle, mirando hacia el interior, hay un póster con la imagen de Fray Leopoldo de Alpandeire. “Lo tengo porque dicen que tiene que mirar hacia la casa”, apunta Margarita, con una sonrisa que se le intuye debajo de la mascarilla. La puerta de la que cuelga el beato se abre y entra una mujer que acusa las cuatro plantas de las escaleras exigentes de los pisos de Las Letanías. La mascarilla no ayuda demasiado.

Es Ana Gómez, la hija de Ana Oliva, vecina del piso contiguo. Coincide con Margarita en que el verano fue mucho peor que el invierno, pues hubo cortes de luz que se prolongaro­n más de 24 horas, hubo que deshacerse de comida y las personas mayores sufrieron más que los días de frío.

Al fin y al cabo son muchos más los días de intenso calor en Sevilla que los de frío extremo, y éstos se han podido apañar con mantas y edredones. “Pero en verano... pensé que ni Ana ni yo aguantábam­os”, explica Margarita.

En el salón de la vivienda contigua está sentada Ana Oliva, que cumplió 88 años el día después de que se hiciera la entrevista. Manta sobre las piernas y radiador de aceite cerca. “La luz se va prácticame­nte a diario, aunque es cierto que últimament­e los cortes no duran mucho. Mi hija viene mucho y me ayuda a acostarme”, dice la mujer. “Cuando ha hecho mucho frío y no ha tenido luz, me la he llevado a mi casa”, apunta la hija. La maniobra de trasladar a una anciana por las escaleras que tanto cuesta subir es otra odisea. “Una peoná”. Tampoco quiere sacar demasiado a su madre de su entorno. “Cada vez que pasa unos días en mi casa, o en un campo que tiene otro familiar, vuelve algo desorienta­da. Es algo normal a esas edades, así nos lo dicen los neurólogos”, explica la hija.

Ana Gómez lleva cuatro meses esperando que venga una asistenta social para que valoren a su madre. Por eso se indigna sobremaner­a cuando ve que los asistentes que hay en el barrio se dedican a personas que no tienen tantas necesidade­s. “No puedo entender que una asistenta esté para ir a recogerle el niño a una chica joven que

Margarita Rodríguez

Vecina de Las Letanías

“Sufro de artritis y osteoporos­is, el frío no me viene bien, aunque no soy muy friolera”

Ana Gómez

Afectada por los cortes

Cuando hace mucho frío y no hay luz me llevo a mi madre, de 88 años, a mi casa”

no tiene nada que hacer, que se lo vistan y le den desayunar y que luego se lo lleven al colegio para que la madre siga durmiendo. No puedo. Cuando no podía llevar yo a mis hijos o no podía quedarme con ellos, si no podía ir mi madre tenía que buscarme a una persona y pagarla de mi bolsillo. Y, sin embargo, para que la valoren, llevo cuatro meses esperando”.

Quien sufrió recienteme­nte otro apagón es Lola Soriano, de 53 años. Varios pisos de su bloque se quedaron sin luz el sábado 23 de enero sobre las ocho y media de la noche. Al rato empezaron a llamar a la compañía para dar parte de la avería. “Nos dijeron que estaría solucionad­o en noventa minutos”. Se fueron a la cama sin luz y se despertaro­n sin ella. Su sorpresa fue que las incidencia­s que iban abriendo las anulaban después, sin que estuvieran resueltas. Sólo cuando dijo que había peligro de incendio acudió un técnico a solucionar el problema. “Creo que es porque no querían venir a este barrio por miedo. Pero no entiendo por qué vienen a leerme el contador cada mes entonces”, explica la mujer. Entre ella y sus vecinos llamaron más de treinta veces en unas horas.

Son tres historias de afectados por los cortes de luz, de personas que pagan sus facturas y terminan abonando también las de los que no las pagan, en forma de apagones, averías e incidencia­s. Sólo demandan una solución integral para tener luz eléctrica, un bien sin el que no se puede vivir en un hogar del siglo XXI.

Lola Soriano

Residente en el Polígono Sur

Sólo cuando dijimos que había peligro de incendio vino un técnico a solucionar la avería”

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REPORTAJE GRÁFICO: ANTONIO PIZARRO Ana Oliva, de 88 años, sentada y cubierta con una manta, junto con su hija, Ana Gómez, en el salón de la vivienda de la primera.
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Margarita Rodríguez, linterna en mano.

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