Aprender con los clásicos
La música del Clasicismo, con su equilibrio formal y su transparencia sonora, es una magnífica maestra de intérpretes. Su aparente sencillez está llena de trampas para cualquier músico, que se encuentra con frecuencia desnudo ante unos pentagramas de información escueta y limpios de grandilocuencia. Es por eso que la música clásica (en el sentido histórico del término) se antoja ideal para los conjuntos de jóvenes, una forma de que cada cual pueda construir su propia personalidad como músico a partir de las esencias más puras del lenguaje sonoro.
Y esta vez Juan García Rodríguez había programado dos extraordinarias sinfonías clásicas para la OSC, un conjunto que, reuniéndose varias veces al año, no deja de sorprender por la limpieza de sus perfiles, la claridad general de los planos sonoros, apoyada en un magnífico equilibrio entre secciones, y el buen trabajo sobre los detalles.
Así empezó la 5ª de Schubert, tan mozartiana, con una claridad apolínea y una perfecta administración de las dinámicas, capaces por sí solas de dar relieve a la música. García Rodríguez logró además amplitud y profundidad en la cuerda, y en el minueto marcó el énfasis en los acentos que dan al movimiento su rudeza característica. La 40 de Mozart es una sinfonía asombrosa, llena de turbulencias y dramatismo. García Rodríguez optó por tempi lentos y una articulación no demasiado ligera, como buscando la solidez y mirando más a la tradición sinfónica que a la de los conjuntos historicistas. Pero el sonido homogéneo, el fraseo nítido y la transparencia dominaron una versión más esculpida en piedra que fluida como el agua.
La OSC no deja de sorprender por la claridad, el equilibrio y los detalles