Diario de Sevilla

Aprender con los clásicos

- Pablo J. Vayón

La música del Clasicismo, con su equilibrio formal y su transparen­cia sonora, es una magnífica maestra de intérprete­s. Su aparente sencillez está llena de trampas para cualquier músico, que se encuentra con frecuencia desnudo ante unos pentagrama­s de informació­n escueta y limpios de grandilocu­encia. Es por eso que la música clásica (en el sentido histórico del término) se antoja ideal para los conjuntos de jóvenes, una forma de que cada cual pueda construir su propia personalid­ad como músico a partir de las esencias más puras del lenguaje sonoro.

Y esta vez Juan García Rodríguez había programado dos extraordin­arias sinfonías clásicas para la OSC, un conjunto que, reuniéndos­e varias veces al año, no deja de sorprender por la limpieza de sus perfiles, la claridad general de los planos sonoros, apoyada en un magnífico equilibrio entre secciones, y el buen trabajo sobre los detalles.

Así empezó la 5ª de Schubert, tan mozartiana, con una claridad apolínea y una perfecta administra­ción de las dinámicas, capaces por sí solas de dar relieve a la música. García Rodríguez logró además amplitud y profundida­d en la cuerda, y en el minueto marcó el énfasis en los acentos que dan al movimiento su rudeza caracterís­tica. La 40 de Mozart es una sinfonía asombrosa, llena de turbulenci­as y dramatismo. García Rodríguez optó por tempi lentos y una articulaci­ón no demasiado ligera, como buscando la solidez y mirando más a la tradición sinfónica que a la de los conjuntos historicis­tas. Pero el sonido homogéneo, el fraseo nítido y la transparen­cia dominaron una versión más esculpida en piedra que fluida como el agua.

La OSC no deja de sorprender por la claridad, el equilibrio y los detalles

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