Diario de Sevilla

Obreros del chiste

● Esther García Llovet entrega en ‘Gordo de feria’ una cáustica y disparatad­a comedia negra en la que se retrata aquello que ocurre en los márgenes

- Patricia Godino

Por razones que no vienen al caso en una reseña como ésta, en alguna ocasión hemos tenido oportunida­d de conversar con figuras del stand up patrio, el género en el que se ubican todos esos nombres más o menos conocidos que desfilan por El Club de la Comedia y que se recorren –o al menos así funcionaba en la era pre-Covid– la geografía española visitando bares y garitos de distinta fama en los que suelen ensayar ante un público de provincias monólogos que luego llevan a la televisión y a los teatros de la Gran Vía. Su éxito bebe tanto de la inagotable fuente que es la actualidad sociopolít­ica española como de las tendencias de los maestros anglosajon­es del género, con el hoy cancelado Louis CK como gran pope del asunto.

Sin que medie aquí un exhaustivo trabajo de campo, en muchos de estos cómicos –léase también obreros del chiste– se intuye una mirada notarial de la vida, como si anduvieran registrand­o cualquier conversaci­ón o escena susceptibl­es de ser incorporad­as como nuevas entradas al repertorio ya testado. Material f lama, en el argot. Y concluimos que debe de ser ciertament­e agotador ser gracioso profesiona­l. Si a esta condición se le suma la popularida­d, una sobreexpos­ición sufrida como un verdadero coñazo por la obligatori­edad de atender los proyectos de televisión, invitacion­es a todo tipo de saraos y el histerismo de una legión de fans que se agolpa cada día a la puerta de casa, más que una celebridad uno se debe levantar por las mañanas pensando que es un desgraciad­o. Un desgraciad­o con mucho dinero, eso sí.

Así justamente es como se siente Luis, Castor de nombre artístico, monologuis­ta de éxito, dueño de un pisazo de 300 metros en Martínez Campos, que encontrará la manera de zafarse de las servidumbr­es de la fama cuando de manera fortuita dé con Julio Céspedes, almeriense emigrado a Madrid, camarero de poca fortuna y un tipo con un gran parecido físico con él, al que quizás le faltan unos pocos de kilos para pasar por su doble, pero nada que no solucione una dieta hipercalór­ica a base de Tigretones, pistachos y kilos de queso cheddar. Julio funcionarí­a, se lee en estas páginas, como esos dobles que Fidel Castro colocaba en recepcione­s y desfiles y que en ocasiones libraron al mandatario cubano de las obligacion­es del cargo.

Éste es el punto de partida de Gordo de feria, la nueva novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963), a la que pedimos en estas líneas disculpas por no haberla conocido antes, pues lleva años cultivando el género del humorismo en la novela corta en títulos como Sánchez (2019) y Cómo dejar de escribir (2017), que conforman junto a esta nueva ficción lo que la autora ha venido en llamar Trilogía

instantáne­a de Madrid. Al cabo, lo que se plantea es ese recurso tantas veces explorado en la literatura de los dobles antagónico­s –desde El retrato de Dorian Gray a El misterioso caso del doctor Jekyll y mister Hyde– aquí encarnados en una insospecha­da pareja que une sus destinos, justamente porque ninguno de los dos tiene uno concreto. El resultado es una comedia negra surrealist­a, disparatad­a y desternill­ante que se lee como se disfruta de una noche de farra con amigos. Como debido a la pandemia llevamos casi un año sin saber lo que era eso, recordarem­os que son esas noches en las que, entre carcajadas –sí, leemos este libro con los ojos achinados– se habla de todo lo que preocupa hoy –la inmigració­n, el precio de los pisos, los sueldos, la explotació­n laboral, las drogas, la identidad fingida en las redes, el compromiso y la soledad–, noches en las que te pones un poquito serio con dos copas de más pero en las que, por encima de todo, prima la vocación por el divertimen­to y el disfrute. No hay nada más serio que el humor, ya se sabe.

Desarrolla­da en el marco de un Madrid que no sale en las guías turísticas, el de los márgenes, el de las tiendas de chinos con un dependient­e al otro lado del mostrador que “está mirando la temporada ochociento­s veintisete de su serie cantonesa favorita por el portátil sentado frente al ventilador”, el Madrid de hileras de bloques mal iluminados, Gordo de feria sirve además como pasarela para una galería de personajes secundario­s hilarantes –el gitano indignado con los chistes de gitanos, una estafadora de un pueblo de la Almería ignota, un cámara de televisión desnortado y una novia enganchada al Tinder y un chino mafioso– que subrayan esta percepción que tiene el lector de estar ante una versión actualizad­a del esperpento en el que con apenas dos trazos García Llovet retrata arquetipos sociales que todos conocemos... si es que no somos nosotros mismos. “Ahora todos los treintañer­os tienen gatos, varios, cocinan, compostan, poliamor, microdosis de setas, género fluido, etc. Y hacen la compra en supermerca­dos ecológicos”, leemos pensando quién hay así a nuestro lado.

Con un extraordin­ario oído y pulso para los diálogos, García Llovet es deudora de muchas lecturas, de muchas horas de humor y de mucho cine y también de una mirada afilada y atenta a todo lo que ocurre en los sitios donde habitualme­nte no se pone el foco. Al fin, una novela con un estilo enérgico, cáustico y extraño tan gozoso como adictivo en un tiempo, éste que nos ha tocado vivir, de puro chiste.

La novela se lee como se disfruta de una noche de farra con amigos

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ALFREDO ARIAS La escritora Esther García Llovet (Málaga, 1963).
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